Desde Seattle: la ciudad del 747 y otras cosas importantes

Inexplicablemente, en Seattle han nacido varias empresas de un éxito considerable. ¿Por qué allí?

Silueta urbana de Seattle | iStock Silueta urbana de Seattle | iStock

Seattle se encuentra en una de las esquinas de los Estados Unidos. Contrariamente a lo que se puede pensar, no es la capital del estado de Washington. La capital es Olympia (unos 55.000 habitantes). El estado se incorporó a la Unión en 1889 -hace cuatro días, en términos históricos- por eso es un estado joven, el número cuarenta y dos. Seattle, esto sí, es la ciudad más grande, con unos 750.000 habitantes. Como casi todas las ciudades americanas, tiene un motivo que la califica: "la Ciudad de las Flores". Aunque yo hubiera puesto otro, de motivo: "Cada día un Rayo". El hecho es inevitable. Cada día llueve. Y hace sol. El frío no es demasiado crudo, aunque parezca mentira. Porque la ciudad se encuentra a solo unos 200 kilómetros de Canadá. Pero allí, en Vancouver, tampoco hace demasiado frío. La corriente marítima que viaja norteña al sur hace que la temperatura y el clima en general esté calificado como "mediterráneo", aunque nadie espera poder comerse un arenque bajo un pino. Por eso otros muchos califican la zona como oceánica, que es, en mi opinión, lo más oportuno. Y como llueve cada día la ciudad está limpia.

Inexplicablemente, en Seattle han nacido varias empresas de un éxito considerable. De una proyección internacional que, a veces, parece increíble. ¿Por qué allí? Nunca lo sabremos de verdad. ¿El talento llama al talento? ¿Las clases medianas estaban bien posicionadas? ¿Centros educativos? Difícil de averiguar. Que yo sepa, y antes de la aparición del señor Bill Gatas, en la ciudad no vivía ninguna Mèdici, ninguna gran fortuna que atrajera tanta concentración de talento. Allí han nacido Microsoft, Amazon, Starbucks, etc. Después hay miles de medianas y pequeñas empresas que en nuestra casa nos parecerían enormes.

En un momento determinado, también Boeing decidió instalar su planta principal de ensamblaje. Allí conocí -debía de ser hacia el año 2000- al director de compras de Iberia para material Boeing, que residía en Seatle. Boeing tiene un edificio con oficinas para todos los clientes. Todas las compañías aéreas importantes tienen allí un equipo de gente bastante nutrido. No se hace extraño. Comprar aviones no es como ir a mercado a comprar cebollas. Un 747-400 (el famoso Jumbo) cuesta entre 300 y 400 millones de euros. Se dice pronto. Los aviones, además, se han de fabricar y de mantener: hay revisiones recurrentes, otras de excepcionales, etc. Aquel señor me decía: "¡Vivir aquí es fantástico! Cuando los jefes están en la oficina, tú duermes. Cuando ellos duermen, tú estás trabajando. ¿Qué más se puede pedir?". Era un hombre muy relacionado en la ciudad, tenía fama de cultivado. No pensaba volver a España. Su puesto de trabajo lo llevaba a tener contacto con gente influyente. También con políticos.

Los muelles que bordean la ciudad por su costado oeste son muy agradables. Especialmente, los que están cerca del Mercado del Pescado. No hay que decir que el producto es fresquísimo. Tanto el pescado como el marisco. Hay dos estrellas de la gastronomía marisquera local. Y son dos tipos de cangrejo: el equivalente a nuestro buey de mar pero de dimensiones enormes y el centollo. Los preparan de varias maneras. Cocidos, principalmente, son un plato exquisito. Cenando con gente diversa, la mujer de un senador me dijo que nunca había visto a nadie comerse un cangrejo tan a gusto como lo hacía yo. Seguramente tenía razón, pienso. Pero me dejó perplejo, está claro. Todos comían cangrejos, pero como ella sentaba delante de mí supongo que se dio cuenta.

Los empresarios ricos catalanes deberían aprender que su fortuna no tiene que ir imperiosamente orientada a comprarle un piso al hijo

Cuando he ido a Seattle -un par o tres de veces- ha ido para asistir a reuniones con Microsoft. El centro que la empresa tiene allí es una especie de ciudad. Ahora hay bastantes catalanes que han encontrado trabajo allí. La primera vez que fui los extranjeros escaseaban. Nosotros nos gastábamos una millonada en productos Microsoft y las reuniones constituían una mezcla de voluntad de hacer negocio y de discutir algunos aspectos de futuro. La tendencia a tratar de complacer era muy viva. En aquella época el señor Gates era todavía el ejecutivo principal. Ahora hace tiempo que ha dejado sus tareas en la empresa. Las ha pasado a los directivos profesionales, que son los únicos que, al final pueden garantizar el futuro de cualquier empresa nacida de un individuo. La empresa familiar catalana, debería aprender. Como también tendrían que aprender los empresarios ricos catalanes que su fortuna no tiene que ir imperiosamente orientada a comprarle un piso a su hijo. Una vez cubiertas las necesidades lógicas, el dinero también puede volver a la sociedad, de donde salió, en forma de acciones sociales útiles. La gente, por muy rica que sea, no cena dos veces y la fundación del matrimonio Gates nos lo recuerda.

De Starbuks no hay demasiado a comentar. El directivo de Iberia, el señor del que les hablaba antes, lo definió perfectamente: "Han inventado el café, nada más". Es cierto. Antes de Starbucks el café que se vendía en las tiendas americanas era bastante malo. Los de Starbucks se limitaron a hacerlo normal. Ahora bien, y dicho esto, también hay que reconocer que nos han traído a Catalunya unas cafeterías de buen gusto, lejos de la cafetería sucia e impresentable que domina nuestro territorio. Algunas de nuestras cadenas se han dejado influir. Aun así, la mayoría de nuestra población tiene una tendencia muy acusada a actuar como un energúmeno y parece que prefiera beberse un exprés mal servido en un establecimiento infecto.

Leo que el 747 deja de fabricarse. ¡Ya era hora! Lo empezaron a manufacturar en 1969. Hace 54 años. ¿Se imaginan que en los sesenta hubiésemos volado con aviones de la misma estética que la de los años 1910? Claro que la tecnología aeronáutica había avanzado mucho en los sesenta. El caso es que pregunté al señor de Iberia por qué se había avanzado tan poco en los últimos decenios. Por qué la aviación supersónica no había cuajado. Y me explicó el secreto de este rompecabezas.

La popularización de la aviación llevó, hace años, a una guerra de precios entre compañías, un exceso de competencia, que hizo que la clase turista en grandes aviones no diera beneficios. Solo cubría costes. Los beneficios se los llevaba, se los lleva todavía, la clase business. El hecho de no poder separar las dos clases y que estas tengan que viajar dentro de un mismo gran avión ha limitado la aparición de nuevos modelos con objetivos diferentes -por ejemplo, la velocidad supersónica limitada a viajes de trabajo como se intentó hacer con el Concorde-. En resumen, las inversiones en aviones grandes han estado orientadas a conseguir vuelos baratos antes que rápidos. Pero Boeing no vive sus mejores momentos. La aparición de nuestros aviones, los de Airbus, le ha hecho mucho daño, especialmente los modelos pequeños que nutren una clase superturista, la low-cost.

Pero en Seattle siempre les quedará, por ahora, el hecho de poder comer un magnífico cangrejo en el puerto para, después, ir a tomarse un café de los hechos con una cierta calidad gastronómica mientras, confortablemente sentados, leen un libro comprado en Amazon. Y todo esto, todo, controlado con un sistema de gestión que, muy probablemente, corre sobre Windows de Microsoft. Y es que como en casa no hay nada.

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