La ecología de Tréveris

El economista japonés Saito Kohei va más allá de la tarea de Bellamy Foster para demostrar una aproximación sistemática a la naturaleza en la obra de Karl Marx

Imagen de la Universidad de Jena, donde se doctoró Karl Marx con una tesis sobre Epicur Imagen de la Universidad de Jena, donde se doctoró Karl Marx con una tesis sobre Epicur

Una parte de la crítica a Karl Marx desde el pensamiento heterodoxo ha tomado acá de la segunda mitad del siglo XX un vivo color verde. Especialmente desde el centro de Europa, donde no se han explorado tanto cómo en otros lugares las aristas del pensador más importante de la modernidad. Los planteamientos de la crítica al proyecto del Capital y las obras que lo avanzaron toman carices muy diversos: desde acusaciones de adanismo de pensadores que consideran que los factores productivos del último siglo XIX eran demasiado diferentes del modo de producción contemporáneo para tomar la relación de Marx con el mundo como algo económicamente útil hasta un productivismo, como el que identificaba Michael Löwy en parte de sus seguidores, que descartaba los límites materiales del planeta. Si bien las obras de John Bellamy Foster y Paul Burkett han rechazado diversas de estas nociones –así como la tradición del pensamiento ecológico mediterráneo, a menudo muy ligada al análisis marxista– hay quién identifica brechas demasiado amplias. El economista japonés Saito Kohei, doctorado precisamente a y Alemania profesor a Osaka –conocedor, por lo tanto, de las posturas escépticas– se ha propuesto cerrarlas.

A su reciente El ecosocialismo de Karl Marx: Capital, naturaleza y la crítica inacabada de la economía política (Monthly Review Press, 2017), la apuesta no es solo discursiva. La exploración de Saito se marca como objetivo superar –desde el reconocimiento, cómo establece ya desde la introducción– los análisis de Foster y Burkett desde la sistematización. Si bien los volúmenes anteriores a este Ecosocialismo apostaban por un estudio más discursivo, y devenían profundamente útiles a la hora de demostrar la presencia de la noción ecológica en el pensamiento de Marx mediante hallazgos como el imprescindible concepto de metabolismo, se han atacado a menudo sus posturas por no demostrar intencionalidad, investigación buscada de las implicaciones del modelo productivo sobre la naturaleza. Saito coge el guante de este descrédito para probar de demostrar que, en efecto, el continuo del pensamiento de Marx tiene un innegable capital ecológico, hasta el punto de afirmar que cualquier interpretación correcta de los horizontes estratégicos del sabio de Tréveris implica que "naturalismo=humanismo".

Es, de hecho, otra autora japonesa, Masami Fukotomi, una de las primeras a apuntar –antes incluso que Foster al suyo La ecología de Marx – el foco de muchos de los trabajos económicos más jóvenes del alemán en la "íntima relación entre el hombre y la tierra". Sobre esta base, Saito abre su reflexión con un giro al por algunos rechazado concepto de alienación, que va de más a menos en la obra de Marx. Si bien se muestra crítico con los planteamientos más categóricos del concepto, cómo ya lo hizo en su día Althusser y otros escolares de su línea, Saito reconoce la presencia de este alejamiento cuando se habla del metabolismo entre humanidad y planeta. El japonés establece, así, que en medio del pensamiento del alemán hay esta brecha ecológica, y que buena parte de los objetivos de la praxis que quiere salir del pensamiento de Marx van dirigidos a cerrarla. "Solo si se comprende el alejamiento de la sociedad capitalista cómo una disolución de la unidad original entre humanidad y naturaleza se puede entender que el conjunto de este proyecto aspira a rehabilitarla".

Las hipótesis que Saito prueba de demostrar al volumen superan anchamente las consideraciones discursivas previas en el análisis de la ecología de Karl Marx. La busca cuidadosa a lo largo de la obra del pensador permite, además, reformular parte del common knowledge hacia cuestiones económicas concretas que ofrecen nueva luz a aquella economía política inacabada. El economista japonés mapeja, por ejemplo, la reconversión de los regresos descendentes ricardians en una contradicción económica central del modo de producción: dónde la economía clásica pensaba los límites físicos del planeta cómo una cuestión cuantitativa, el Marx científico los ve cómo la fuente de la contradicción, un hard hacia el crecimiento económico y al desarrollo de los factores productivos que acaba para reclamar una reorganización planificada de la producción. De hecho, al ecologismo de Karl Marx se puede encontrar un llamamiento en el decrecimiento como proyecto estratégico. "Precisamente por su finitut, los recursos tienen que ser tratados con cuidado para las futuras generaciones", reclama el autor.

Una genealogía verde

Saito es especialmente habilidoso en la tarea de establecer las conexiones entre la formación del Marx tardío y la evolución de su obra, tanto antes cómo después del primer volumen del Capital. Las lecturas del sabio de Tréveris de autores cómo el químico Justus von Liebig y sus reflexiones alrededor de la agricultura de final del XIX, o la profunda crítica a la deforestación de referentes cómo el agrónomo Carl Fraas ayudan a iluminar con una luz diferente la aproximación del alemán a la relación entre humanidad y naturaleza, civilización y naturaleza y producción y naturaleza. El japonés acciona así una palanca que ayuda a reformular algunos planteamientos más marxistas que marxians en cuanto a la ecología política y los límites naturalezales de la producción, cuestiones que tanto acòlits cómo críticos han desarrollado bajo la sombra de la emergencia climática con éxitos variables. El mismo Saito reconoce cómo las lecturas anteriores pueden dar la razón a críticos cómo el mismo Löwy, que acusa de productivisme parte del pensamiento emancipador del siglo XX; si bien una inclusión acertada de la resistencia contra la rendija ecológica al pensamiento de Marx los desautoriza.

Si bien a diferencia de aproximaciones más discursivas, o bien de investigaciones historiográficas que busquen la praxis común en la acción ecologista, son seguramente lecturas más agradecidas –es bien cierto que el formato de la investigación bibliográfica al por menor por el cual opta Saito no entra por los ojos– la capacidad de La ecosocialisme de Marx para unir no solo cada extracto teórico con una práctica concreta y, todavía más, con un horizonte estratégico de transformación naturalezal ayuda al dinamismo del volumen. Las constantes conexiones entre planteamientos ya conocidos y sus reformulaciones desde el punto de vista de la centralidad del metabolismo naturalezal acercan al lector, incluso a los profanos, a una tesis que revisita la obra económica de uno de los pensadores capitales de la historia del humanismo. El Marx revolucionario, el republicano, el ecologista, tomados de forma conjunta ante las relecturas que año tras año sus escolares ponen en marcha, son capaces de tomar un lugar central en los debates de la vida pública contemporánea –ya sea para hacer correr su proyecto o, como ha sucedido a menudo, para combatirlo con las propias armas–.

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