Persiguiendo la desigualdad hasta los albores de la civilización

El economista y catedrático de Brown Oded Galor recoge en El Viaje de la Humanidad los diversos factores que explican el desarrollo dispar de las sociedades

El catedrático de Economía de Herbert H. Goldberger en la Universidad de Brown y autor de El Viaje de la Humanidad, Oded Galor | Cedida El catedrático de Economía de Herbert H. Goldberger en la Universidad de Brown y autor de El Viaje de la Humanidad, Oded Galor | Cedida

La de las raíces de la desigualdad es una pregunta que, obligadamente, recorre el pensamiento económico contemporáneo y de cualquier época. Pese al evidente carácter político de las decisiones que históricamente han mantenido, sostenido e incluso acentuado los ritmos dispares en el desarrollo de las sociedades al mundo –el colonialismo, la separación internacional del trabajo que lo acompaña o la esclavitud son ejemplos – siempre se erige una pregunta detrás de todas estas acertadas reflexiones: ¿Cómo se llega al punto en que unas sociedades se pueden, material y culturalmente, imponer sobre otras? Incluso el catedrático de economía Herbert H. Goldberg en la Universidad de Brown, Oded Galor, lo reconoce como un "misterio".

La tarea que ha desarrollado Galor a lo largo de su carrera, que lo ha llevado a las puertas del Nobel de Economía, es análoga a la de un detective. Buena parte de su último libro, El viaje de la humanidad (Ediciones 62, 2022), es una tarea de investigación. Unir los hilos –levantar capas de la cebolla, que explica él– que dibujan la continuidad entre las diversas etapas del desarrollo humano y las desigualdades presentes a nuestros tiempos. La tesis del libro, que el mismo autor considera "revolucionaria", responde precisamente a su metodología: los orígenes de la desigualdad entre sociedades no se encuentran en la economía política reciente, sino en la historia económica. Si bien procesos como la industrialización o la división internacional del trabajo han acentuado la separación entre el occidente capitalista y sus márgenes, esta nace al mismo tiempo que las civilizaciones: de las bases materiales y geográficas en sus inicios, y de los rasgos culturales que se generan.

Galor: "¿Cuál es el origen de la transformación dramática en la renta per cápita de los últimos dos siglos después de miles de años de estancamiento?"

Antes de explorar esta gran pregunta, Galor se hace otra que añade matices a la tesis central del libro: un segundo misterio, de hecho; la del crecimiento. "¿Cuál es el origen de la transformación dramática en la renta per cápita de los últimos dos siglos después de centenares de miles de años de estancamiento?", se pregunta Galor. El imperialismo colonial europeo es uno de los puntos de inflexión para identificar cómo algunas sociedades pasan a crecer desmesuradamente y otros se estanquen –tardan más a llegar a estas cotas de progreso económico, si es que nunca llegan–.

Galor posa el ejemplo de las relaciones entre el Reino Unido y la India. "El textil británico e indio, antes de la colonización, estaban a niveles muy similares. La colonización provoca que la India, en vez de especializarse en la industria, tiene que producir materias primeras de bajo valor añadido. Sin esta relación, la India hubiera despuntado mucho antes e Inglaterra mucho más tarde", argumenta.

Cómo llegan las turbinas

La gran pregunta, sin embargo, es por qué en un punto de su historia Inglaterra está en posición de convertirse en potencia colonial, tecnológica y económica y otros países no. Galor piensa en dos factores fundacionales, que son, de hecho, consecutivos: geografía y cultura. Es decir, cómo es la tierra misma alrededor de la cual una sociedad concreta se tiene que organizar y qué es el tipo de organización –sus rasgos, sus instituciones, su forma de gobernarse y relacionarse– que se genera.

"En muchos lugares del mundo, la población no se ve abocada a participar del progreso: aquí es donde encontramos un cambio evolutivo"

Para entender su tesis, Galor pone el ejemplo del desarrollo agrícola. Los entornos con tierras fértiles y capaces de producir excedentes alimentarios aprenden a pensar a futuro; cosa que, afirma, prepara el terreno por mejores instituciones educativas, de gobierno y financieras. Las sociedades con más dificultades para generar estos cultivos, por otro lado, necesitan vivir al día, y, por lo tanto, no adoptan estas tendencias. "En muchos lugares del mundo, la población no se ve abocada a participar del progreso: aquí es donde encontramos un cambio evolutivo".

La centralidad de la agricultura en el progreso humano destaca mucho dentro de la tesis del israelí. En el desarrollo agrícola, por ejemplo, ve Galor una parte del origen de la desigualdad de género; en concreto en la adopción del arado. Esta herramienta, argumenta el economista, "pide una fuerza del tren superior muy importante, cosa que genera una ventaja comparativa del hombre en las actividades agrícolas". En los primeros momentos del desarrollo agrícola, recuerda, la participación del trabajo productivo era igual en términos de género; pero la adopción de una herramienta que ofrecía una ventaja comparativa, en términos generales, a los hombres, sienta las bases para una división del trabajo que asigna la producción a unos y los cuidados a otras. "Los lugares que adoptaron primero el arado tienen hoy menos participación en el mercado de trabajo de las mujeres", afirma Galor.

Oded Galor | Cedida
Oded Galor | Cedida
 

La adopción de la agricultura genera también una desventaja histórica a largo plazo que explica todavía más la división económica actual según las tesis de Galor. Sociedades como por ejemplo las civilizaciones originarias de la Oriente Medio, con una agricultura prominente, brillan durante siglos, mientras la predominancia de la producción agrícola es la que marca el desarrollo del mundo. El economista, sin embargo, introduce un matiz: aquellas sociedades con un campo extremadamente avanzado acontecen más débiles cuando la producción transita hacia las ciudades. En buena parte, esto responde a la concentración de la propiedad agrícola que, en algunas regiones, permite a los terratenientes, en general aristócratas, controlar y limitar la educación de los trabajadores –imprescindibles para mantener sus rentas– y retardar el éxodo rural y la necesaria adaptación de la fuerza de trabajo a la industria. Este retraso en la adopción del nuevo paradigma económico deviene clave, porque permite una aceleración de escala de aquellas sociedades que lo integran y ancla las que, arrastradas por unas élites conservadoras, no lo pueden hacer.

Desigualdad y futuro

Galor, a pesar de que reconoce las diferencias que se establecen entre el momento que describe y la actualidad, ve un posible paralelismo entre ellos. En una coyuntura en que la tecnología es el motor del desarrollo de las sociedades, el catedrático reflexiona sobre la posibilidad que las élites económicas, en buena parte grandes magnates del big tech, tengan la tentación de retardar eventuales transiciones hacia "nuevos paradigmas tecnológicos enriquecedores" que contribuyan al avance de la economía y el bienestar humanos. El economista, pero, es optimista, porque considera que todo y el aumento de la concentración de capitales, las grandes fortunas del mundo tienen menos capacidad para controlar el progreso tecnológico que hace siglos. "Los más ricos de hace 50 años son muy diferentes de los de ahora; aquellos hubieran tenido todos los incentivos para bloquear el desarrollo de las TIC, pero al final el paradigma se ha impuesto", celebra Galor, a pesar de que reconoce que "si pudiéramos reducir el poder de esta minoría, el desarrollo hubiera sido y podría ser más rápido".

"Si pudiéramos reducir el poder de los pocos que concentran la propiedad, el desarrollo hubiera sido y podría ser más rápido"

Con todo, el autor reclama medidas para enfrentar la desigualdad entre sociedades, especialmente en su dimensión internacional, que tengan en cuenta el contexto y desarrollo histórico de cada país y pueblo. A pesar de que ve las buenas intenciones, Galor difiere con la aproximación de instituciones internacionales cómo el Banco Mundial, que en sus iniciativas para reducir esta disparidad global aplica las mismas recetas en todas partes. "Los recursos son limitados, y la educación y las inversiones tienen que darse individualmente, según la situación y la historia de cada país", argumenta.

Si bien algunos lectores de Galor extraen de su obra una suerte de continuidad lógica de la historia –un tipo de inevitabilidad de las formas concretas en que se produce el desarrollo humano con las desigualdades que lo acompañan– una buena lectura de sus tesis deja mucho de espacio para la contingencia, para la toma de decisiones. Si bien El Viaje de la Humanidad identifica los orígenes materiales de unas ciertas continuidades lógicas en el progreso desigual de países y sociedades, también reconoce que la mano de instituciones, colectivos e individuos es la que guía esta materialidad. Lejos de expulsar la política del desarrollo económico, Galor muestra, en esta última propuesta, una gran habilidad para explorar el cimiento productivo de las decisiones y tendencias que explican la historia –informadas por aquel, sí, pero no necesariamente ordenadas.

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