La cultura y los festivales en agosto

El frenazo de la cultura debido a la covid-19 no ha afectado la oferta en verano, especialmente en la Costa Brava

Vista general de la edición de 2021 del Cerdanya Music Festival | ACN Vista general de la edición de 2021 del Cerdanya Music Festival | ACN

No es correcto establecer según qué tipos de comparaciones. Pero cuando llega el verano tengo el corazón en el norte. ¿Por qué? Cuando miro la cartelera de toda Girona, veo que se ofrecen una cantidad tan importante de alternativas culturales de amplio espectro que me quedo boquiabierto. Prácticamente hasta Sant Narcís, la exuberancia es la constante. La Costa Brava ha sido históricamente capaz de tejer actividades culturales, tradicionales e innovadoras. Pero esto que es tan complicado de conseguir, todavía tiene otro quid: lo más difícil no es crearlas, sino que la gente que veranea participe suficientemente, porque acontece una parte sustancial de sus vacaciones. Adquiere las entradas con antelación; integra los actos en su programación social, los convierte en un contínuum con la playa, la marina, los restaurantes y las copas, los encuentros con los amigos y la familia...

Todo forma parte de lo mismo: si faltara el festival, las canciones de sus ídolos, la ópera, el teatro o cualquiera de la gran cantidad de actividades programadas, no serían unas vacaciones integrales. Afecta, sin duda, al presupuesto, porque aunque detrás de todos los actos hay patrocinadores y altruismo, los precios no son baratos. No abriremos ahora el melón de si la cultura tiene que ser financiada total o parcialmente, que esta es una cuestión que hay que debatir en invierno.

Dividiendo los tickets vendidos de la oferta cultural de la Costa Brava por el número de veraneantes, nos daría el siguiente resultado: el gasto medio de cada uno se sitúa entre el 10% y el 12% de la global del verano. Ahí es nada. Es posible que a los bolsillos más llenos este porcentaje les afecte menos, pero para la gran mayoría de los asistentes acontece una partida importante que elige en detrimento de otras. Poder elegir el porcentaje de gasto que se hace ante una oferta amplia es una oportunidad que añoro desde el sur.

Més info: Hay vida en las urbanizaciones

El maestro Savall en Santes Creus

No es que en el sur no haya programación cultural. Está claro que hay, igual que lugares extraordinarios que visitar. Solo hay que mirar las carteleras y las informaciones de muchos municipios costeros. Pero unas cuantas actividades culturales han desaparecido en los últimos años o se han adelgazado espectacularmente. Entre las experiencias históricas más añoradas, echamos de menos las Nits de Bonmont o los conciertos del Parc de Samà. Entre las nuevas incorporaciones, el Tarragona Music Festival va por buen camino y los cinco días del I Festival Jordi Savall en el monasterio de Santes Creus se han quedado cortos.

El proceso de ampliar la oferta cultural en el sur y densificarla puede resultar más fácil por dos motivos: hay gente y hay demanda predispuesta, tanto local como de turistas

Hay una pregunta que me ronda la cabeza. La estuvimos hablando hace un tiempo con un prohombre de la zona, iniciador de una saga gastronómica innovadora. ¿Asistiría la gente a una programación cultural más potente y más amplia en el sur? Él se ofrecía para emprender las actividades. La iniciativa se perdió por otras circunstancias que no vienen al caso. Mi opinión es que, en este caso, la creación de servicios culturales nuevos generaría su propia demanda. Otra cosa sería el tiempo necesario para lograr los objetivos. Habría que tener la paciencia de madurar adecuadamente la inversión para hacer algo duradero: que "no se ganó Zamora en una hora", lo teníamos claro los dos, haciendo referencia al asedio de esta ciudad castellana en 1072 por el rey Sancho II, que murió asesinado y sus tropas tardaron siete meses en conquistarla.

El proceso de ampliar la oferta cultural en el sur y densificarla puede resultar más fácil, pues, por dos motivos. Hay gente y hay demanda predispuesta, tanto local como de turistas. Primero, habría que encontrar la inversión y los patrocinadores, además del espacio. Segundo, los expertos en programación. Tercero, identificar los targets e intercomunicar con los posibles usuarios y sus referentes. Y cuarto, planificar el crecimiento de la empresa para hacerla viable. Lo que sucede en un mercado no tiene porqué reproducirse automáticamente en otro, pero, en cualquier caso, el homo otiosus es una nueva especie nacida en nuestra casa en los años 80, con unos rasgos culturales muy pronunciados tanto en el norte como en el sur. Esta población ha entendido muy bien que el verano es un bien de Dios, otorgado solo a un tercio de los europeos y del primer mundo, que forma parte íntimamente de la composición del ocio. La pandemia habrá restringido el gasto, pero hace años que el tándem ocio y cultura se ha convertido en bien de primera necesidad. Si no se puede viajar más lejos, la proximidad y la jornada son el gratificante sucedáneo; y si no se puede ir a tres conciertos, se recorta uno.

El año pasado, el gasto del hogar cayó en España un 10,7%; la dedicada a la cultura, todavía más, un 31,9%. Las crisis discriminan el gasto y unas partidas sufren más que otras

El otra día, La Vanguardia reflexionaba sobre el precio de la hora de trabajo y de ocio, a propósito del 150 aniversario del nacimiento de Marcel Proust. Desde que se contabiliza el precio de la hora, este condiciona el del ocio. El del trabajo sube y baja, dependiendo de la circunstancia. Por ejemplo, el valor de una fortuna antes o después del crac del 29 o del corralito de 2001. No es lo mismo el precio de una hora de la clase media después de dos crisis, que la del poseedor de rentas anuales superiores a los 70.000 euros, que la del rico rico, que la de quien batalla por la subsistencia.

En cualquiera de estas posiciones, el precio de la hora de trabajo permite un nivel de vida muy diferente en cada caso. Y, cómo no, la capacidad de dedicar un euro o el 10% de todo el presupuesto a los conciertos del verano. El año pasado, el gasto del hogar cayó en España un 10,7%; la dedicada a la cultura, todavía más, el 31,9%. Es verdad que no se podía salir de casa y la mayoría de le actividades estaban clausuradas, pero las crisis discriminan el gasto y unas partidas sufren más que otras. Este año, enmedio de este desconfinamiento limitado, si tenemos en cuenta los tickets vendidos para todo el agosto, podemos avanzar que el presupuesto de cultura tanto en el norte como en el sur ha aumentado.

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