La economía 'gig' y los acueductos

Los romanos tenían los acueductos y la era digital tiene los puestos de trabajo precarios

Pont del Diablo de Tarragona | iStock Pont del Diablo de Tarragona | iStock

Los romanos aprendieron muy pronto que el agua era fundamental para la pervivencia de las ciudades, tanto en tiempos de paz como de guerra. Esto quería decir, disponer de los metros cúbicos suficientes para alcanzar la población y mantener siempre en buen estado los conductos que la llevaban. Obras de captación de agua. Embalses. Cisternas. Túneles y galerías. Canales. Torres de distribución. Sifones. Hasta que llegaba el momento de la verdad: salvar los desniveles. Es entonces cuando aparece la piedra angular, en el sentido más bíblico, el acueducto. Tantos arcos como hicieran falta para permitir que el agua atravesara de un lado a otro del valle, de forma que fluyera tranquilamente, sin sacudidas ni estancamientos. El acueducto, piedra, hormigón y linealidad, más que las famosas calzadas imperiales, fueron el signo del poder romano. Funcionalidad. Ciencia. Desafío. Esbeltez. Modernidad. Poder. Visión de estado. Para pasar de un lado al otro, estas obras de ingeniería -mucho más desarrolladas que en las civilizaciones anteriores-, facilitaban que el líquido sustancial llegara tranquilamente a cualquier lugar.

En esto, el otro día estaba pasando por delante del Puente del Diablo de Tarragona, que tanto espoleó la mente a mi juventud, medio escondido ahora por la autopista. No sé por qué razón, al andar de un lado al otro del valle que une el acueducto, me pareció un ejemplo meridiano de los gigs dentro de la nueva economía. ¿Necesitan las grandes empresas tecnológicas para pasar a la otro lado, tener al suyo cercando puestos de trabajo basura, mine-jobs, trabajos por horas, o esporádicos, trabajos cada vez más por proyecto? El hecho que no solo sean las empresas unicornio las que practican esta economía hace pensar que el fenómeno es mucho más ancho.

Desgraciadamente, los denominamos puestos de trabajo, porque son de la misma categoría de producto, aunque escuálidos y muy a menudo degradantes. La última moda para garantizar la transparencia en la relación entre los que buscan estos lugares y quienes los ofrecen consiste en unir trabajos gigs, blokchain y pagar con criptomonedas. Es decir, flexibilidad, herramientas en linea, baja remuneración, coordinación y dinero virtual poco fiscalizado. Este es el escenario.

Lejos del centro, hacia las periferias

Si en 2016, los distintos grados de economía gig se calculaban en los Estados Unidos y en Europa del 20% y el 30% del global de los puestos de trabajo (McKInsey, 2016), cinco años después, el porcentaje podría superar el 45%. En Gran Bretaña, los autónomos han crecido desde el 2000 en un 30% y al mismo periodo en los Estados Unidos de un 50%. La precariedad laboral campa a su gusto, en un momento delicado, el tráfico hacia la digitalización. Lo más triste de la situación es que esta se basa fundamentalmente en el talento, mientras lo desmenuza, lo trocea y le saca el alma. Dejando aparte las pensiones de los mayores, cada vez hay menos puestos de trabajo protegidos. Permanece bastante intocable, desde hace unos años, la población sindicada, aunque despacio va perdiendo por el camino parte de los derechos ganados. Paralelamente, se desata la liberalización hasta el paroxismo de las relaciones laborales para el resto de la población, que mayoritariamente afecta los millennials.

Las empresas tienden a expulsar los trabajadores fijos para convertirlos en cualquiera de las figuras con pocos compromisos y vínculos laborales

Las empresas tienden a expulsar los trabajadores fijos para convertirlos en cualquiera de las figuras con pocos compromisos y vínculos laborales. Descargan costes del centro hacia las periferias, buscando formas de mantener relaciones con los trabajadores de maneras diversas. Como si menos cargas directas significaran siempre más márgenes. Aumentan las subcontrataciones que se multiplican por operación u obra; se externalizan las funciones, incluso las bancarias; se buscan temporeros cada vez más puntuales; y para aspirar a trabajos internalizados en las empresas, muchos se tienen que convertir en autónomos. Y, como no, se dispara el número de teleoperadores de call center y de riders que cubren la última milla, que se han convertido en los trabajos más recurrentes de la década por nuestros jóvenes.

El otro día, Helena Guardans, presidenta de la outsourcing Webhelp, clamaba a favor de mantener las características de los contratos por obra (El País, 11 de junio). Y hacía eses para explicar que, en este caso, flexibilidad no quiere decir precariedad. Atendiéndonos al concepto de puesto de trabajo para la nueva economía, estrictamente Helena Guardans tendría la razón. Pero la liquidez impuesta en el puesto de trabajo ha acabado forzando indirectamente la precarización laboral. Porque los puestos de trabajo digitales no están diseñados para toda la vida; se desarrollan más en la oficina en linea que en el despacho; requieren un buen paquete de competencias -relacionadas con la innovación, el cambio y la gestión de las emociones-; obligan a una mayor preparación y reciclaje; no estan mesurados por el horario; y las personas que ejercen son más flexibles y autónomas (www.erafbadia.blogspot.com).

¿Es necesario tener un creciente porcentaje de puestos de trabajo entre escuálidos y miserables para mantener las empresas a flote, como los permaneces los acueductos para llevar el agua a las ciudades?

No tienen nada que ver con la época anterior, por lo cual las nuevas formas de contratación tienen que mantener la seguridad sin profundizar en la limitación, la inestabilidad y la fragilidad en el puesto de trabajo. Podríamos distinguir, por un lado, los puestos de trabajo que requieren una baja capacitación, tienden a una mayor precarización, y la gig se pone las botas. Y por otro, los que exigen una alta preparación, cada vez más sofisticada y permanente, que aumenta a medida que avanza la digitalización, facilitando la movilidad de las carreras profesionales.

Es evidente que las condiciones de trabajo en la era digital facilitan nuevos sistemas de relaciones laborales y que el trabajo en red mejora las condiciones tanto de la empresa como del trabajador. En la empresa le mujer margen para moverse mejor en cada ciclo. Y al trabajador, la oportunidad de tentar mayor autonomía, productividad y remuneración que las que le permite obtener en un lugar fijo. La pregunta que nos hacemos es si es necesario tener un creciente porcentaje de puestos de trabajo entre escuálidos y miserables para mantener las empresas a flote, como los romanos los acueductos para llevar el agua a las ciudades.

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Creemos que no, por un motivo muy claro: después de la sentencia del Supremo del 26 de mayo, que confirmaba que los repartidores a domicilio son falsos autónomos, no hay tanta diferencia para Glovo, Deliveroo o Uber Foods -para poner unos ejemplos- entre pagar 8-10 euros/hora al rider e incorporar la cantidad bruta fija y fiscalizada. Lo mismo podríamos decir de las empresas de teleoperación, que dan a sus teleoperadors 990 euros mensuales en España, 360 euros en Marruecos, 200 en Filipinas, 284 en Colombia, en 1.723 euros a Irlanda. No cambiaría nada su modelo de negocio incorporar a los trabajadores en sus plantillas y remunerarlos con todas las cargas que tienen los trabajadores asalariados. Eso sí, el margen del negocio sería ligeramente menor. Pero aquí entraríamos en un otra tema, el de cuál tendría que ser la remuneración adecuada del capital.

Se agrieta el puesto de trabajo tradicional y abre enormes posibilidades al autoempleo, la emprendeduría, las startups, las spin-off y el trabajo en red.

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