Empresa y cultura social

Como país nos jugamos mucho en hacer crecer el respeto a la empresa, nos jugamos la prosperidad

Las emprendidas creadoras de valor social tendrían que reivindicarse en una sociedad reticente hacia la actividad privada | iStock Las emprendidas creadoras de valor social tendrían que reivindicarse en una sociedad reticente hacia la actividad privada | iStock

Hay una cultura de reticencia respecto a las empresas muy transversal en la sociedad catalana y española. El hecho empresarial, la iniciativa privada, están estigmatizadas por una gran parte de la población. Pasan cosas curiosas. Por ejemplo, se aplaude a los emprendedores y se crucifica a los empresarios cuando, en realidad, son los mismos. Se indultan a las pymes porque son pequeñas y se menosprecian las grandes empresas que son capaces de crear muchos puestos de trabajo. Mucha gente ve a las empresas como simples plataformas de poder movidas solo por interés. La desconfianza hacia las empresas es una parte vertebradora de una parte de la cultura política del país y se traduce en ejemplos constantes en las resoluciones de gobiernos, de ayuntamientos y de administraciones en general.

La cultura de desconfianza respecto de la empresa se ha demostrado, por ejemplo, en la forma como se ha repartido los fondos de ayuda contra la Covid. En algunos países, la confianza ha sido la base de la ayuda. En otros, ha habido ayudas pero con unos ritmos, condiciones y proporciones que demuestran que el hecho empresarial se desconoce o se bescanta. Cuando en Catalunya o en España se procede a un cierre de actividad a causa de la pandemia, el volumen y la agilidad con que llegan las ayudas son irrisorios, y la carencia de sensibilidad general respecto del hecho empresarial es monumental. Por el contrario, si se mira la historia del siglo XX, si algo ha sido evidente, es que los regímenes que quisieron crear sistemas económicos planificados y al margen de la empresa no supieron crear riqueza y empobrecieron enormemente sus sociedades. ¿De dónde sale esta raíz de desconfianza hacia la empresa?

La desconfianza hacia las empresas es una parte vertebradora de una parte de la cultura política del país y se traduce en ejemplos constantes en las resoluciones de gobiernos, de ayuntamientos y de administraciones en general

La sensación es que el mundo de la empresa no ha dado la batalla cultural en la sociedad. El relato sobre el hecho empresarial no ha cuajado. La empresa, como institución social, no se ha reivindicado lo suficiente, y ha vivido en una encrucijada fenomenal. Y es que no se ha explicado lo suficiente que hay una diferencia sustancial entre una empresa y un negocio. No todas las empresas son iguales. Algunas efectivamente aportan poco a la sociedad, pero otras resultan fundamentales para el sustento de la sociedad. Los negocios son artefactos para especular. Son formas de generar beneficio de la transacción que aún así, requiere de gente avispada. Dan dinero pero crean un valor con un multiplicador social muy bajo. Las empresas son comunidades de personas alrededor de un propósito. Muchas empresas además de crear valor corporativo, crean valor social a través de pagar salarios correctos, de pagar impuestos escrupulosamente, de ser respetuosos con el medio ambiente, de contribuir al desarrollo de los territorios desde donde trabajan. Las externalidades positivas de las empresas son muchas, la prueba es que cuando cierran, las ciudades y las comarcas donde estaban establecidas entran en decadencia. Los negocios pueden ser extractivos, pero las empresas tienen que tender a ser inclusivas. Los negocios ante el dilema entre tecnología o personas optan por las máquinas. Las empresas intentan mantener la competitividad incorporando tecnología sin deshacerse de las personas, se esfuerzan al preservar la comunidad. Los negocios pueden dejar dinero si van bien. Las empresas crean valor y dejan legado. Los negocios hinchan los bolsillos de unos pocos. Las empresas crean prosperidad. Para poder repartir la riqueza alguien la tiene que crear, y las empresas, y en especial las empresas industriales, son los mejores creadores de riqueza que hemos tenido. Las empresas crecen haciendo crecer. Los negocios solo crecen ellos. La desgracia es que no tenemos una legislación que diferencie entre empresas y negocios. Tampoco tenemos una diferencia fiscal entre empresas y negocios, lo que resulta del todo incomprensible. Aquellos que más aportan a la sociedad, creando una riqueza que se puede compartir, tendrían que tener un trato fiscal mucho más favorable.

Tenemos, sin embargo, una cultura social en que el sentimiento anti-empresa es muy extendido. Y tenemos unas instituciones absolutamente distantes de las empresas. Hay demasiada incomprensión. Hay demasiado recelo. Una parte viene de la confusión entre empresas y negocios. Cualquier abuso en los negocios se generaliza y se toma la parte por el todo. Y aun así que hay negocios que hacen las cosas mal, y también hay empresas que pueden tener incumplimientos serios, como pasa en todos los sectores y ámbitos de la vida. Hay tres factores que han desguazado la complicidad entre las administraciones y las empresas:

  1. El perfil de los políticos que están en las instituciones en muy pocos casos tiene una experiencia empresarial personal. Hay muy pocos empresarios en política. El desconocimiento del mundo de la empresa es enorme. Cuando se relaciona los partidos políticos con empresarios solo es por martingalas.
  2. En las instituciones hay una desproporción enorme entre aquellos que se han especializado en repartir la riqueza respecto de aquellos que se han especializado en crear riqueza desde la empresa.
  3. La corrupción ha hecho mucho mal. Ha estropeado la confianza entre empresas y administraciones, y sin colaboración público – privada no hay ninguna posibilidad de enfrentar los retos de futuro. El abismo entre administraciones y empresas no ha parado de crecer en las dos últimas décadas, y desde estos abismo no se gestiona la complejidad.

Las empresas tenemos que hacer autocrítica, dedicamos poco tiempo y energía a cultivar y proyectar la dimensión social de la empresa. El día a día nos encoge las agendas y no tenemos nunca suficiente tiempo de explicar lo que tiene que comportar la empresa en el siglo XXI: la asunción de una gran responsabilidad social. Siempre habrá gente aprovechada y amoral, pero la empresa tiene que ser un actor social comprometido, que más allá de estar sometida a los juicios críticos muy legítimos, tiene que saber explicar cómo, creando riqueza, cumpliendo las leyes y comprometiéndose con la prosperidad sostenible e inclusiva, aporta mucho a la sociedad. Y esta visión de la empresa se tiene que saber comunicar. Lo que no puede ser es que cualquier empresario sea sistemáticamente percibido como un saltimbanqui del business. Los empresarios de verdad tienen que ser los primeros interesados en separar el grano de la paja.

Hay muy pocos empresarios en política. El desconocimiento del mundo de la empresa es enorme

Hay que dar una batalla cultural en positivo de lo que tiene que querer decir una empresa en el siglo XXI: una comunidad de personas que tienen que aprender a crecer haciendo crecer los otros, sus clientes, los mismos trabajadores, los accionistas que aportan su riesgo y finalmente la sociedad. Y al mismo tiempo que se da esta batalla, podemos defender un modelo de management humanista para mejorar nuestras empresas, su competitividad y su compromiso con la gente, con el territorio, con la natura. Las empresas que se sienten un actor social comprometido tienen que ser capaces de comunicar desde el ejemplo. Si la empresa quiere ser considerada un actor social primordial solo puede predicar con el ejemplo. La ética empresarial no se puede reservar solo para los anuncios publicitarios, se tiene que practicar cada día. Y al mismo tiempo, hay que dar la batalla académica, jurídica y fiscal para distinguir entre empresas y negocios. Los que aportan muy no pueden ser considerados igual que los que aportan poco. Necesitamos defender y crear más empresas que se ganen la vida (si no cerrarán) y que sepan crear valor social en un mundo extraordinariamente complejo. Empresas competitivas pero empresas con alma. Como país nos jugamos mucho en hacer crecer el respeto por el hecho empresarial. Nos jugamos la prosperidad.

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