¿Corralito en España?

José Mª Gay de Liébana analiza el poder de la banca como posible escudo ante un corralito en una crisis de insolvencias

Entrada del Congreso de los diputados. | iStock Entrada del Congreso de los diputados. | iStock

No cabe duda de que la situación económica de España es, sin paliativos, mala de solemnidad. Nuestra economía ha caído en 2020, en principio, un 11% en lo tocante al producto interior bruto (PIB), según los primeros datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) que son aún provisionales debido a que para el mes de diciembre se ha trabajado con estimaciones. Cuando en marzo el INE revise el PIB, el golpe puede ser aún más impactante. De hecho, el Fondo Monetario Internacional (FMI) anunció, a finales de enero, que el desplome del PIB español fue del -11,1% en 2020. En el cuatro trimestre de 2020, comparado con el mismo trimestre de 2019, el retroceso del PIB español fue el más abrupto de toda Europa, con el -9,1%. Para tener una referencia, en la zona euro cayó el -5,1%, en la Unión Europea de los 27 el -4,8%, en Bélgica el -4,8%, en Chequia el -5%, en Alemania solo el -3,9%, en Francia se atenuó al -5%, Italia redujo su caída al -6,6% y, entre otros, por ejemplo, Portugal amortiguó el mazazo al -5,9%.

Por consiguiente, España se está comportando mucho peor en el tablero económico que los restantes países del entorno europeo y que otras potencias económicas desarrolladas, lo que evidencia que las cosas ni se han hecho ni se están haciendo bien y eso nos coloca como lo peorcito de Europa.

Si 2020 cerraba con saldos negativos en todos los indicadores económicos, eso se traduce en que la situación por la que atraviesan nuestras empresas, sobre todo las pequeñas y medianas, así como los autónomos, es muy delicada y en muchos casos tremendamente comprometida. Los cierres empresariales, computados como bajas en los empleadores en la Seguridad Social, sobrepasan los 100.000, la desaparición de establecimientos de hostelería suma cifras alarmantes, la tasa de paro efectivo, computando desempleados, personas en ERTE, autónomos en cese de actividad y a quienes están disponibles para trabajar pero que no pueden buscar empleo, ronda los 6 millones de trabajadores y el 25% de la población activa.

"La magnitud de la tragedia empresarial es angustiosa derivando en una masiva destrucción económica de empresas y empleos"

Por consiguiente, la magnitud de la tragedia empresarial es angustiosa derivando en una masiva destrucción económica de empresas y empleos que, a la vista de las nuevas olas de la pandemia y las variantes de las cepas del virus, las severas medidas restrictivas decididas por la autoridades – que hasta la fecha es lo único que hacen; nada más -, la falta de vacunación, que al ritmo actual hasta 2023 no estará vacunada toda la población, y la tesitura en la que se encuentran otras economías con las que interactuamos y que constituyen nuestros principales mercados exteriores, más que prever que nuestra economía se enderece se divisa justo todo lo contrario.

Así que si 2021 tenía que ser el año de la inflexión, dejando atrás un maldito 2020, el panorama apunta a que será una mera y aguda prolongación de año precedente. Las posibilidades de la tan ansiada vuelta a la normalidad se desvanecen. Y la recuperación que, con los anuncios de las vacunas nos las prometíamos tan felices, se difumina y, con suerte, hasta el segundo semestre de 2021 no se recobrará el pulso económico.

La banca, ¿el ángel de la guarda?

En ese marco, la banca está jugando un papel determinante como ángel de la guarda protegiendo a empresas y familias. Los avales del ICO han facilitado hasta cierto punto la fluidez de financiación a nuestras empresas, aunque la realidad es que no todas las necesitadas pueden disponer de ese salvavidas. Que nuestro gobierno no haya optado por la vía de las ayudas directas, como sí han hecho y hacen otros países, como Alemania, Dinamarca, Reino Unido, Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda, Japón, Francia, Italia…, junto a implementar medidas de exoneraciones de impuestos y cotizaciones sociales, complica el estado en el que se encuentran infinidad de empresas.

Y lo que empezó siendo una crisis de liquidez, que se presumía más o menos pasajera durante unas semanas, devino en una crisis de deuda y de ahí saltamos a lo que hoy es palmario: una crisis de solvencia que, en palabras llanas, implica hablar de aludes de insolvencias. Y tras ellas, vienen los ERE, o sea, los despidos. Tanto las insolvencias, por las moratorias en las tramitaciones de los concursos de acreedores, como los despidos inherentes por la desaparición empresarial, lo son con carácter diferido, es decir, se prolonga la agonía que lamentablemente no cuenta con panacea para sanar.

"Lo que empezó siendo una crisis de liquidez devino en una crisis de deuda y de ahí saltamos a lo que hoy es palmario: una crisis de solvencia que, en palabras llanas, implica hablar de aludes de insolvencias"

La banca, durante varios meses, ha dado todo tipo de facilidades a las empresas para que aguanten e incluso diría que ha hecho la vista gorda en sus niveles de exigencia crediticia a fin de que empresas que atraviesan duros trances dispongan de respiración financiera asistida. Y esto es algo que debe agradecerse a nuestras entidades financieras sobre las que pesaba todavía una leyenda peyorativa de la crisis financiera de 2008 que, desde luego, han limpiado con brillantez y se han labrado una muy favorable imagen reputacional. Las concesiones de crédito han sido ágiles y bastantes empresas han podido capear el temporal gracias a esas inyecciones de recursos bancarios.

Sin embargo, todo tiene un límite. Y los bancos han maniobrado a la hora de facilitar financiación todo lo que han podido. Sin embargo, la pandemia sigue, la normalidad está alejada de nuestras vidas, la actividad económica vaga como alma en pena y el paisaje está desdibujado. La prudencia bancaria debe imponerse a tenor de los dictados de la realidad. La gran banca cerró 2020 con unas pérdidas de 5.535 millones de euros.

Un arsenal de munición monetaria

Ahora bien, puntualicemos que las seis mayores entidades provisionaron 8.300 millones para cubrirse las espaldas por los embates de la crisis. Las cuentas de resultados de nuestra gran banca, su típico negocio bancario, se han gestionado bien en estos tiempos de crisis. Empero, más vale prevenir que lamentar. Las dotaciones para provisiones cuya finalidad es la protección del balance y el sostenimiento de los capitales propios ante la previsible morosidad futura, suman 18.900 millones de euros. Sin duda, el impacto negativo de los resultados de la gran banca viene muy marcado por las pérdidas de Santander que ascienden a 8.771 millones de euros. En cambio, CaixaBank saldó 2020 con un beneficio de 1.381 millones; BBVA, 1.305 millones; Bankinter, 317 millones; Bankia, 230 millones y Sabadell con 2 millones.

"Hoy nuestra banca tal vez éste sea el pilar más solvente para responder negativamente al interrogante del posible corralito"

Acabemos respondiendo a la pregunta que titula estas líneas. ¿Es posible que en España se produzca un corralito? La respuesta, sinceramente, tiene que ser no. Hoy nuestra banca, tras todo el proceso de saneamiento, reestructuración y concentración a que ha ido dando lugar la crisis financiera de 2008, está bien armada, se gestiona con criterios profesionales, se rige por la prudencia, está permanentemente bajo examen de las autoridades europeas y, además, y tal vez éste sea el pilar más solvente para responder negativamente al interrogante del posible corralito, se encuentra bajo la égida del Banco Central Europeo (BCE) cuya red protectora le ampara sobradamente.

La deuda de la banca española con el BCE sumaba en diciembre de 2020, 260.971 millones de euros. La rapidez de reflejos del BCE ante el estallido de la actual crisis, mucho más ágil que en la anterior, constituye un bálsamo financiero. Pero el BCE todavía cuenta con un buen arsenal de munición monetaria para ir poniendo a disposición de la banca española, como de la de otros países de la zona euro. Aunque las cautelas de nuestra banca le llevan a dosificar la liquidez para esquivar las complicaciones que se presenten en el corto plazo. En definitiva, mientras estemos bajo el manto protector de Christine Lagarde, que sigue el libreto escrito por el flamante primer ministro italiano, Mario Draghi, nos encontramos a resguardo de atisbos de corralito.

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