La recuperación poscovid: el cuento de la lechera

En momentos de crisis, las personas son las que hacen la diferencia

El cuento de la lechera versión coronavirus. | iStock El cuento de la lechera versión coronavirus. | iStock

La tan esperada recuperación posovid viene con trampa y con muchas incertidumbres debido al aumento descontrolado de los costes de materias primas que pueden poner en dificultad a muchas empresas industriales. Las incidencias en el suministro obligan a muchas de ellas a frenar el ritmo de fabricación impidiendo atender a muchos de los pedidos acumulados. Es otro factor importante que afecta a la viabilidad y la rentabilidad de estas empresas, que no se atreven a repercutir el aumento de los costes en el producto final, obligándoles a reducir sus márgenes.

Todos estos elementos están fraguando la base de una tormenta perfecta, convirtiendo este año 2021, que políticos y economistas nos vendían como el año de la recuperación, en un amargo cuento de la lechera. Las empresas deberán prepararse para afrontar una tormenta perfecta.

Esta situación no solo afecta a las industrias, aunque ellas sean las que directamente la sufren y sufrirán. También afectará directa o indirectamente a todos los otros sectores que pueden encontrarse sin suministros suficientes a pesar de tener clientes con ganas de consumir. Se trata del retail en todos sus sectores, la alimentación, y los bienes de equipo y de primera necesidad, entre otros.

La disyuntiva que las empresas se plantean es cómo atender a los clientes después del aumento de costes, impuesto por las empresas suministradoras, sin perder el margen que pondría en serio peligro la continuidad de la empresa. Si analizamos lo que está ocurriendo, podemos sintetizar que el problema actúa en tres elementos clave.

El transporte es un elemento que afecta directamente a los costes de los productos, porque la frecuencia y los plazos se han visto alargados de manera exponencial

El primero es el aumento desenfrenado del coste de algunas materias primas, que se han doblado, triplicado y  en algunos casos se han multiplicado por 10. Maderas, metales y componentes son comprados a precios más altos, para ser almacenados en vista de una posible ruptura del suministro. Otro sector que se verá afectado por esta dinámica al alza de las materias primas es la alimentación -arroces, harinas, etc.-, con una repercusión directa sobre los costes de los productos acabados.

El transporte es otro elemento que afecta directamente a los costes de los productos. No solo porque ha sufrido un aumento de precios importante, sino que la frecuencia y los plazos de entrega se han visto alargados de manera exponencial. La mayoría de las empresas son incapaces de garantizar un plazo de entrega como se venía haciendo hasta ahora. Esto genera una incertidumbre en los suministros que acaba en cancelación de pedidos o compensaciones económicas, que acaban afectando al precio y, por los tanto, a los márgenes de las empresas.

La tan esperada y mal vendida recuperación económica puede que se convierta en una pesadilla para muchas empresas que ven reducidos sus márgenes, hasta niveles que las pueden llevar a acabar cerrando.

¿Cómo se puede solucionar?

Una de las lecciones importantes de esta situación es la necesidad de revisar nuestros valores a la hora de fijar la cadena de suministro, incrementando nuestra colaboración con proveedores locales o cercanos. Para ello, hemos de erradicar las guerras de precios que siempre se acaban en reducción de costes, obligando a las empresas a buscar proveedores baratos que suelen estar en la otra punta del mundo. Cualquier incidencia en el país de suministro, sea o no sea la covid-19, tiene un efecto mariposa de consecuencias incalculables.

Otro aspecto que las empresas deberían tener en cuenta es analizar su oferta de productos para destacar aquellos que pueden justificar un incremento de los precios de venta para repercutir el aumento de costes de las materias primas. Con el mismo espíritu, deberían analizar y depurar su cartera de clientes para destacar aquellos que son susceptibles de aceptar el aumento del precio que permita minimizar las posibles pérdidas de margen.

Hemos de erradicar las guerras de precios que acaban en reducción de costes, obligando a las empresas a buscar proveedores baratos que suelen estar en la otra punta del mundo

Si las empresas no generan margen, difícilmente van a generar beneficios que les permitan sobrevivir. Muchos sabéis que es mi caballo de batalla. El falso dogma de no repercutir el aumento de los costes en el producto final por miedo a estar fuera de mercado o perder clientes, equivale a cavar su propia tumba económica. Por eso es tan importante iniciar el trabajo de centrarse en aquellos productos y clientes que pueden generar margen, aunque tengamos que reducir nuestra oferta y nuestro mercado. A veces hay que hacer un paso atrás para recuperar musculatura y ser capaz de saltar mejor. Es evidente que esto no se hace si la cultura de la empresa se centra en la cifra de ventas o en la cuota de mercado.

El último aspecto son las personas. Estos cambios, estas soluciones, no se consiguen apostando únicamente por la tecnología o los algoritmos milagrosos o yendo en contra del personal de la empresa. Si para sobrevivir y mantener sus márgenes las empresas se lanzan en una vorágine de reducción de costos y de gastos que acabarán afectando a su personal, estas acabarán cerrando y desapareciendo.

En momentos de crisis, y esta es una que durará años, las personas son las que hacen la diferencia. Con sus talentos, sus iniciativas y sus esfuerzos, ellas serán las que harán posible sacar la empresa de esta situación. La tecnología solo es un elemento de apoyo, nunca un fin en sí, por mucho que algunos ilustrados nos quieran vender la moto de que el futuro será completamente tecnológico. Quizás eso ocurra en una generación. Pero de momento, las empresas deberán vivir y sobrevivir con lo que facturan hoy gracias a los productos y servicios que tienen ahora.

Una crisis visible, previsible y esperada

Peter Drucker decía que la planificación a largo plazo no era pensar en decisiones futuras, sino en el futuro de las decisiones actuales. Procuremos no olvidarlo nunca. He visto empresas descapitalizarse porque habían invertido en buscar la piedra filosofal tecnológica, descuidando sus productos maduros necesarios para sobrevivir.

Esta crisis era visible, previsible y esperada. Muchos lo hemos venido avisando, por activa y por pasiva, desde el inicio de la pandemia. Sabíamos que el virus pasaría, pero que la gestión económica y social que hicieron y siguen haciendo los políticos y otros gurús de muchos países, alargaría innecesariamente sus consecuencias, afectando de manera muy seria a las empresas, las personas y las familias. Teníamos la crisis delante de las narices pero no queríamos verla.

Desde marzo de 2020, la gestión basada en acciones restrictivas, en pánico inducido y en miedos innecesarios, ha tenido un fuerte calado en el estado de ánimo de las personas. No será fácil levantar un país con personas que respiran culpabilidad y miedo cada día. La decepción por una vacuna que no sirve para recuperar la tan prometida y deseada vida anterior, las fuertes dudas sobre sus efectos secundarios perversos, los nuevos casos de rebrotes a pesar de la vacuna y las amenazas de nuevos encierros tampoco van a ayudar a una recuperación tan vital para el futuro de muchas generaciones.

Nos hemos creído la V de la recuperación, después nos ha venido la K y, al final, será una L

España no es la única. Exceptuando aquellos países que han optado por otras vías -como Suecia o algunos estados de Estados Unidos- o por vías menos restrictivas -como los Países Bajos y algunos nórdicos-, la próxima ola no será viral sino económica, desmontando todas las buenas noticias que algunos diarios ponen en portada sobre crecimiento de las exportaciones o la creación de nuevas empresas.

Nos hemos creído la V de la recuperación, después nos han vendido la K y al final, será una L, como decía el amigo Pepe, José Mª Gay de Liébana.

Las soluciones existen y están en nuestras manos si dejamos de tener miedo a vivir y arriesgar, si aceptamos de una vez que los virus nunca desaparecen, si dejamos de obsesionarnos con solucionar las consecuencias del problema en lugar de centrarnos en eliminar el problema, aplicando medidas realistas, realizables y asumibles.

De las crisis se sale siempre cuando dejamos los dogmas incuestionables, hacemos preguntas incómodas, analizamos con espíritu crítico los datos reales, aunque no nos gusten, y debatimos soluciones en la respetuosa discrepancia, asumiendo la realidad de la extraña situación que nos ha tocado vivir. De no ser así, todo lo que podamos proyectar como recuperación a corto o medio plazo puede convertirse en el cuento de la lechera.

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