Septiembre

Llega el momento de afrontar la dura realidad pospandémica después de vacaciones: ¿cómo afectará a la crisis energética en Europa y en Catalunya?

Instalación de la estación receptora de gas del gaseoducto Nord Stream 1 en Mecklemburgo (Pomerania, Alemania) |  Stefan Sauer | DPA | Europa Press Instalación de la estación receptora de gas del gaseoducto Nord Stream 1 en Mecklemburgo (Pomerania, Alemania) | Stefan Sauer | DPA | Europa Press

Ha costado, pero parece que los poderes públicos en Europa y en España empiezan a despertar. Se han convencido, por fin, que es necesario abandonar viejas inercias, aunque esto cuestione los intereses de los que se habían aprovechado del actual statu-quo. Y es que la invasión rusa de Ucrania no sólo es el conflicto armado más importante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, sino el intento de revertir el mundo y la Europa surgida después de la caída del Muro de Berlín. Y aunque Rusia no llegue a conseguir su objetivo, de recuperar su área de influencia en Europa del Este y la finlandización de Europa Occidental, nada volverá a ser como antes.

Si la Europa que encabezaba Alemania pensaba que, con la reunificación y la recuperación de la influencia germánica en Europa central ya bastaba, el tiempo ha demostrado como es de insuficiente dejar las cosas a medias. Como el gigante ruso es demasiado grande y demasiado arisco para incorporarlo a la dinámica de la Unión Europea, se optó por convertirlo en un proveedor especializado de energía relativamente barata -el gas natural transportado por grandes cañerías-. Se esperaba que, con esto, habría suficientes recursos para la nueva oligarquía y para amplias capas de la sociedad rusa en general de forma que se impedirían aventuras militares expansionistas. La Europa encabezada por Alemania, convertida en el gran mercado mundial y líder del estado del bienestar y de las políticas ambientales avanzadas, confiaba en que esto sería suficiente para mantener su estatus de liderazgo en el mundo.

El retorno del oso ruso impide a Europa cualquier veleidad de convertirse en un actor autónomo entre los Estados Unidos y el dragón chino, y la obliga a unos esfuerzos militares mucho más elevados

El Reino Unido fue el primero en descolgarse de un proyecto que hasta entonces solo sumaba nuevos adeptos y candidatos a integrarse. Ahora, la invasión rusa de Ucrania demuestra la obsolescencia de la manera de Europa de estar en el mundo, sin tiempo para pensárselo mucho de hacerlo de otro modo. El retorno del oso ruso impide a Europa cualquier veleidad de convertirse en un actor autónomo entre los Estados Unidos y el dragón chino, y la obliga a unos esfuerzos militares mucho más elevados que hasta ahora y a buscar cobijo -energético, alimentario, tecnológico- bajo las alas del águila americana.

No sabemos qué hubiera pasado si la actual invasión se hubiera producido bajo el mandato de un Donald Trump, que se movía entre el aislacionismo y la mirada únicamente puesta en el Pacífico. Pero, de momento, los Estados Unidos han sido fieles a su alianza tradicional con Europa, que saben que es más sólida y que siempre les acaba beneficiando.

Evitar un jaque mate ruso

Valga esta extensa introducción para situarnos en la lentitud que las autoridades europeas están reaccionando ante la crisis energética y, bien pronto, económica que nos viene encima. Y es que la noticia más importante de este inicio de curso es la apertura de la Comisión Europea a modificar la regulación de un mercado energético -de momento, básicamente eléctrico-. Un mercado diseñado para asegurar el suministro sin techo -y al precio que sea- y condicionado por el recuerdo de las penurias energéticas experimentadas después de la 2.ª Guerra Mundial. Todavía hoy, en nuestra misma casa, hay algunos teóricos que defienden las bondades y hacen abstracción del cambio de paradigma en las relaciones energéticas mundiales.

El escenario de escasez de energías fósiles y de aumento acentuado de su precio siempre había sido el sueño húmedo de muchos ecologistas para impulsar las energías renovables

Todo ello debe convivir con el compromiso, liderado también por una Alemania traumatitzada después del accidente de Fukushima y para la que Chernóbil ya había estado demasiado cerca, de abandono de las centrales nucleares y de las energías fósiles. De hecho, el escenario de escasez de energías fósiles -gas en este caso- y de aumento acentuado de su precio siempre había sido el sueño húmedo de muchos ecologistas para impulsar definitivamente las energías renovables. Son precisamente los titulares de las plantas renovables -y del resto de fuentes energéticas- los principales beneficiarios del actual sistema de fijación de precios de la electricidad. Las periódicas críticas a la lentitud con que se aprueban nuevos parques eólicos o fotovoltaicos tienen que entenderse, también, en este contexto de expectativas de ganancia no materializadas. Mientras tanto, la energía más verde y más barata, la que no se consume gracias al ahorro y a la optimización de procesos industriales y productivos en general y a la mejora de la eficiencia energética de edificios e instalaciones no tiene ni una sola voz que la recuerde. Y es que parece que no es tan rentable para las empresas del sector. Nadie se acuerda del viejo objetivo de desacoplar el crecimiento del PIB del aumento de demanda energética, pero en un supuesto futuro basado en energías renovables también debería ser un hito primordial.

Aun así, más allá del lobby de las renovables, los verdaderos intereses que hay que superar son los de las grandes empresas energéticas, que hace tiempo que han ido diversificado su forma de producir energía, aunque la mayoría dependa todavía de la nuclear y de las fósiles. Ellos son los principales ganadores del actual aumento de precios, aumento que ya empezó cuando la economía salió progresivamente de la pandemia y que la invasión rusa ha acentuado. A la espera que la montaña europea no acabe pariendo un ratón, la prometida reforma del mercado eléctrico es la noticia más esperanzadora de este inicio de curso.

La tan aplazada rebaja del IVA del gas

Más cerca, en nuestra casa, ya comentamos las medidas anunciadas antes de vacaciones sobre la gratuidad y el abaratamiento del transporte por ferrocarril. Precisamente, los alemanes, inspiradores de la medida, han decidido que no la renovarán, a pesar de que han estimulado a los viajeros interiores en tren durante el periodo vacacional. Es más, hay rumores que apuntan a que ahora subirán los precios porque hay que cubrir el aumento de los costes de la electricidad. Ya veremos si no acabamos igual.

La penetración del gas como sistema de calefacción es limitado en los hogares de Madrid, mientras que en Catalunya, por herencia de Duran Farell, es mucho más elevada

La principal novedad, no por reclamada menos relevante, es la anunciada reducción del IVA del gas para usos finales. Todo el pasado invierno, con los precios disparados, el gobierno español se hizo el despistado mientras esperaba la llegad de la primavera. Está claro, en Madrid y en el resto del Estado la penetración del gas en los hogares como sistema de calefacción es limitada. En Catalunya, por la herencia de Pere Duran Farell, es mucho más elevada y el impacto ha sido mucho mayor. Ahora, como tendría que haber pasado desde un buen principio, se ha equiparado fiscalmente el gas a la electricidad para uso doméstico. Aun así, la recaudación extraordinaria del IVA que ha efectuado Estado a cuenta del aumento del gas no será devuelta a los sufridos consumidores, sobre todo catalanes. ¡Lástima que cueste tanto imponer la racionalidad!

Los datos de afiliación a la seguridad social de agosto nos despiertan del espejismo de una mejora del mercado de trabajo al margen de la evolución del PIB

Mientras tanto, los datos de afiliación a la seguridad social del mes de agosto parece que nos despiertan del espejismo de una mejora del mercado de trabajo al margen de la evolución del PIB. La normalización laboral después de la pandemia se acaba. La temporada turística excepcional no puede aguantarlo todo y los rebuscados indicios de la buena marcha de la economía tocan a su fin. También a nivel industrial las expectativas van a la baja. La caída del euro ante el dólar tendría que favorecer nuestras exportaciones internacionales, pero el esfuerzo de los últimos años ha quedado muy circunscrito al mercado europeo y a la zona euro. Será necesario abrir todavía más el abanico territorial de nuestras exportaciones si queremos aprovecharnos de una de las pocas circunstancias favorables de la actual coyuntura. En todo caso, la energía también la pagamos en dólares y la caída del euro todavía la encarece más.

Otra noticia positiva es la expectativa de que el Salario Mínimo Interprofesional subirá hasta el 60% del salario mediano español, siguiendo los estándares y recomendaciones europeos. Pero, a pesar de los lamentos patronales, que nadie se ilusione, porque se trataría de poco más de 50 euros mensuales. Nada relevante para cambiar el modelo de trabajo poco cualificado y mal pagado vigente en la economía española. Ahora bien, quedará en evidencia que el problema no es tanto de salario mínimo sino de salario medio todavía más empobrecido por la espiral de la inflación.

¿Y Catalunya?

Aquí, al margen de ver desde la barrera como la política económica la hacen los otros, todo continúa más o menos como siempre. El consejero Jaume Giró vuelve a calcular el déficit fiscal, que parece que sigue al alza: 20.000 millones de euros anuales, por encima de los 16.000 de las estimaciones de los últimos años. El equivalente, recuerda, de todo el presupuesto de Educación, Salud y Derechos Sociales sumado. Mientras tanto, los expertos internacionales convocados para asesorar el Gobierno se quedan boquiabiertos por como sus propuestas chocan con la carencia de competencias de la administración catalana.

Los hoteleros, por su parte, están en camino de resarcirse rápidamente de la crisis pandémica. Algunas fuentes de alcance estatal indican que los hoteles en Barcelona han subido el precio de la habitación un 61% de tarifa media. Esperamos que además de devolver rápidamente los créditos acumulados, se acuerden de hacer partícipes a sus trabajadores –aquellos a los que no encontraban al inicio de la temporada por las malas condiciones económicas y laborales– de la bondad de la coyuntura.

Septiembre nos lleva a afrontar la cruda realidad postpandémica después del paréntesis estival. Los jóvenes dicen que no se preocupan mucho por el futuro porque saben que es incierto y no tienen manera de afrontarlo con seguridad. Parece que este planteamiento de vivir al día y disfrutar hoy de todo lo que puedas, sin preocuparte mucho por el mañana, se va volviendo cada vez más intergeneracional. Veremos qué impacto tendrá esto en el consumo amenazado por la pérdida de poder adquisitivo y por el aumento de los créditos hipotecarios y de los alquileres.

Aun así, si en un artículo anterior comentábamos que nuestro futuro inmediato dependía en buena medida de la talla y la valentía de nuestros dirigentes, parece que tenemos algún indicio más optimista que antes del verano. Ya lo veremos.

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