20 años del 11S en Nueva York

Seguro que recuerdas qué hacías el martes 11 de septiembre de 2001; a menos que seas de la generación Z. Pero son aquellas fechas que se recuerdan, que las has estudiado o las has vivido en primera persona, y quizás también en el lugar de los hechos. A los y las que me estáis leyendo, os pido que hagáis el esfuerzo de pensar qué hacíais en aquel momento, dónde estabais, con quién y cómo os enterasteis del atentado, qué sentisteis y qué os pasó por la cabeza en aquel preciso instante.

Aquella mañana mortal nos cambió la vida, sobre todo a las 2.977 víctimas que la perdieron; Christine, una niña de dos años que volaba con sus padres, fue la más joven; y Robert, un abuelo de 82 que volaba a una boda, fue el mayor. Miles de afectados, heridos, con estrés postraumático y con miedo de viajar y de vivir, también. Aquella mañana y todas las mañanas y noches que vinieron después, todo el mundo miraba a Nueva York. Todo el mundo miraba al cielo y a los ojos del mundo y de todo el mundo buscando respuestas y buscando también miradas cómplices. Aquella mañana mortal, literalmente, transformó el mundo. El miedo y la empatía crecieron a partes iguales; al menos, en la ciudad que no duerme nunca, en Nueva York, wn Manhattan, donde yo vivía entonces.

Recuerdo mi juventud, ilusión, alegría y curiosidad. Todo empezaba de nuevo. Estaba haciendo un curso en la Universidad de Columbia, vivía en mi ciudad, estaba empezando una etapa profesional y vital excitante. Había dejado la empresa familiar, quería vivir en el otro lado del Atlántico, reencontrarme con mi parte inquieta, global y viajera. Necesitaba formarme más en marketing y sociología, perfeccionar el inglés y salir de la zona cómoda. También estaba empezando una maravillosa historia de amor con quien después sería el padre de mis hijos, que estaba en Barcelona. Todo esto, es lo que yo vivía exactamente hace 20 años en mi apartamento de 35 metros cuadrados en Harlem, cerca de la Universidad de Columbia, junto al Central Park South, donde iba a correr cada mañana.

Después del 11S, el miedo y la empatía crecieron a partes iguales; al menos, en la ciudad que no duerme nunca, en Nueva York, en Manhattan, donde yo vivía entonces

Me gustaba andar por el barrio y saludar a los vecinos de enormes cuerpos negros y serios que nunca me contestaban el "good morning" ni la sonrisa, pero yo estaba segura de que en unos meses lo harían. Descubrir Nueva York y andarla toda, de arriba abajo, formaba parte de lo que había ido a hacer. Perderme por las calles. Andar Brooklyn, el Soho, Greenwich Village, Hell's Kitchen, cruzar Central Park de día y de noche, el East y West Side. Perderme dentro del MET, el Guggenheim o las fabulosas librerías donde me quedaba abducida. Andar por los callejones de Little Italy y Chinatown, ir a tomar una copa en el Plaza y compartir picnics en el parque. Respirar la creatividad y música de Broadway. Todo era vida.

Més info: Ocho testimonios catalanes del 11S

Y tuve la suerte, la inmensa suerte, de que aquel 11 de septiembre yo estaba en Harlem y no en Wall Street. Y el resto, lo sabéis todas y todos. No sé qué reflexiones hacer después de lo que pasó. Pero está claro que la vida es corta, frágil, y también injusta. En mi caso, fui sumamente afortunada, igual que las ocho personas que también vivían en Nueva York el 11 de septiembre de 2001 y que he contactado para hacer estos artículos especiales. Son ocho experiencias que he compartido para que entendamos qué pasó. Cada una de estas es una vivencia que todavía hoy tiene secuelas y no puede soportar ver las imágenes de los atentados. Al día siguiente del 11S o 9/11 como decíamos allí, escribí este artículo que me publicaron en las cartas al director de La Vanguardia. Releerlo me ha emocionado.

Sigo amando y añorando Nueva York como nunca y sigo creyendo en el amor como motor de la vida, aunque las historias de amor se acaben y se transformen

Hoy, estoy 20 años después en Barcelona recordando qué quiso decir aquella mañana mortal para todo el mundo, para tanta gente, para tantas vidas injustamente destruidas. Y no tenemos respuestas. 20 años después. Seguimos muriendo los ciudadanos y las ciudadanas por errores de gestiones políticas, de fanatismos religiosos, de negocios de armas, de egos desmedidos, de machismo, de falta de derechos humanos y agresividad y violencia. No soy demasiado optimista con cómo tenemos el mundo 20 años después.

"La vida es urgente", como decía Pau Donés. Y recordar la historia desde diferentes ángulos para cambiar el mundo es lo que nos toca a quienes todavía estamos. De mis sueños de hace 20 años, se han mantenido algunos, y otros, se han acabado. He vuelto a Nueva York muchas veces más y cuando voy al memorial se me hace un nudo en la garganta que no me deja respirar. Sigo mirándome la vida en femenino y siendo exploradora del mundo para poder pensar diferente y cuestionar el statu quo. Sigo amando y añorando Nueva York como nunca y sigo creyendo en el amor como motor de la vida, aunque las historias de amor se acaben y se transformen. Sigo creyendo que se tienen que tener las conversaciones pendientes y repensar la historia para dejar un mundo mejor a nuestros hijos e hijas.

I LOVE NYC.

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