La legislación que viene no sirve

Poner en marcha una ley en la cual no crees, que desconoces como político que nunca has tenido que trabajar en el mundo freelance (o incluso empresarial) y negociando con agentes sociales que daban importancia cero al trabajo remoto hasta hace seis meses es la realidad con la que afrontamos el mes de septiembre. España, a pesar de disponer (cómo se ha demostrado) de una red de fibra que puede soportar niveles de connexión máximo, de iniciativas como Nomad City en Gran Canaria donde gente de todo el mundo escoge nuestro territorio para vivir mejor y trabajar como mínimo con las mismas garantías o de querer volcarse en el turismo de Workations, no es un lugar que fomente la flexibilidad laboral.

Me explico: el primero borrador legislativo hablaba de asumir una serie de gastos por parte de los empresarios (para mí, el punto menos importante porque no suponían más que una inversión de futuro que sería muy rentable), de disponer de teletrabajo por causas de fuerza mayor (a menudo familiares) y de adecuar los horarios a las posibilidades de cada persona, siempre haciendo un seguimiento de su rendimiento. Hoy más fácil que nunca gracias a todas las herramientas digitales que disponemos.

Pero la realidad es otra muy diferente. La decisión colectiva de los directivos continúa puesta en un retorno presencial a las oficinas, a pesar de que estamos en números de contagios del mes de abril. Y en la negociación de la patronal con el Gobierno Central los puntos calientes no han sido la productividad o la formación en nuevas habilidades, sino mantener los horarios independientemente de donde se ubica la persona contratada.

"La decisión colectiva de los directivos continúa puesta en un retorno presencial a las oficinas, a pesar de que estamos en números de contagios del mes de abril"

Seamos conscientes de una cosa, como explicaba Susana Lluna en su libro Los nativos digitales no existen: el problema no es sólo la gente joven, que a menudo tiene menos habilidades online de las que creamos. La gran barrera viene por parte de una sociedad que no está educada digitalmente. Y ha sido esto, y no el trabajo a distancia, lo que ha hecho que mucha gente se desesperara en el confinamiento.

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La imposibilidad de muchos jefes de saber como controlar remotamente a sus equipos ha hecho que les obligaran a hacer más reuniones que nunca. Perdiendo un tiempo muy valioso para afrontar los objetivos reales, saturando a la gente e impidiéndolos conciliar su vida personal con la laboral.

Tanto es así que, ante el teórico retorno a los colegios, los sindicatos (que tampoco se habían preocupado mucho hasta ahora, todo sea dicho de paso, de aquellos que ejercían sus funciones en los lugares no tradicionales) ya están aconsejando los padres que piden la baja en caso de contagio de sus hijos.

Seamos realistas: ni la mayoría de los políticos conoce la problemática real de hacer el trabajo en casa ni muchos empresarios creen que puede ser un diferencial positivo no ver físicamente a sus contratados. Aunque hay cifras incontestables, como la mayoría de las empresas que tuvieron que ejercer en remoto durante el Estado de alarma mantuvieron sus ingresos y en algunos casos los subieron.

Con esta reflexión, la pregunta que nos hacemos es muy clara y sencilla: ¿vale la pena legislar mal para salir del paso o no será mejor que cada firma negocie con sus trabajadores bajo una supervisión mínima y empecemos a hacer camino de verdad?

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