Hostelería, no hay manera

Como he comentado en artículos anteriores, la metástasis del sector de la hostelería en Catalunya ha acontecido un problema grave. Mucho más grave del que nos pensamos. Afecta a la estructura económica del país, a nuestra cultura productiva, a nuestra riqueza y a nuestra lengua. Refresquemos algunos datos. Mírenlo bien y después pregúntense hacia dónde vamos.

Evolución de la ocupación en % total. Fuente: IDESCAT 2020

Crecimiento de la población en Catalunya. Fuente: IDESCAT 2020

% de facturación de los Servicios de Alojamiento, Comida y Bebidas respecto al total del sector Servicios

Catalunya España Alemania Francia Italia
8,8 8,5 2,3 3,5 5,4

 

Nota: Fuente IDESCAT 2020. Los datos no representan todo el sector turismo, solo alojamiento, comer y bebidas

Los mencionaba hace unos días que un bar amenazaba con cerrar si no bajaba el precio del óleo para freír. Y que esto merecía una llanura de noticias de un diario barcelonés. ¡Gran economía, la nuestra! Hace poco, pero, he hablado con dos amigos propietarios de restaurantes -restaurantes que todos ustedes conocen, puesto que son famosos-. Los dos me explican lo mismo: con las ayudas recibidas por parte del gobierno español y del gobierno catalán -que incluyen dinero, exenciones y ERTEs- un establecimiento mediamente bien administrado ha podido sobrevivir a la pandemia. No hacer beneficios, evidentemente. Pero tampoco perder dinero. Simplemente, sobrevivir. Y este era el objetivo. El problema de fondo es que sobran establecimientos. Las vergonzosas cifras que muestro al principio, así lo indican. En mi opinión, también sobran clientes -el nivel de españolización al que ha llegado Catalunya haría enrojecer a nuestros abuelos, ¡por muy españoles que se sintieran!-. Pero tiendo a pensar que sobran más establecimientos que clientes.

Les hablo de establecimientos que pretenden que las subvenciones hagan aquello que no hace la sana economía: salvarlos. Son establecimientos, ya todos lo sabemos, mediocres, sucios -no pasarían la más mínima inspección, si se hicieran-, sillas patrocinadas, sacapuntas tragaperras, etc. Es decir, economía de miseria. Pero, claro, ¿cómo es que esta economía de miseria va haciendo con tanta proliferación? Una razón es la falta de refinamiento de la sociedad catalana. En pocos otros lugares de Europa se aceptaría la marranada que representan la mayoría de bares y casas de comida catalanas. No sólo a nivel de infraestructura, limpieza y calidad de producto, sino tampoco el servicio, que no es ni profesional ni muy educado ni, en muchos casos, conoce el idioma del país. Pero hay más cosas.

En pocos otros lugares de Europa se aceptaría la marranada que representan la mayoría de bares y casas de comida catalanas

Hace unas semanas el gobierno español anunció que no cambiaría la regulación fiscal de los módulos al que están acogidos la mayoría de bares. Esta regulación permite varias cosas. Una de ellas es que el propietario puede decir que, por ejemplo, ha vendido por valor de 1.000 cervezas (no hace falta ni que especifique que son cervezas) sin tener que demostrar que ha comprado ninguna. Y esto parece que se rige para establecimientos que declaran hasta 250.000 euros de ingresos. Los impuestos que pagan estos establecimientos están ligados a datos fijos (número de mesas, espacio, etc.) y no a la marcha del negocio. En general acaban pagando un IRPF que no llega al 8% mientras el resto de autónomos cotizan por encima del 22%. Yo me las hacía felices pensando que la pandemia nos conduciría a cambios de comportamiento, entre ellos cerrar la mayoría de bares y restaurantes del país. Pero no es así. La excusa del gobierno español para no reducir los límites fiscales al que se pueden acoger los establecimientos -reducción a la que está obligado el gobierno español por una ley que se pasa por el sobaco- es que ahora no es el momento debido a la pandemia.

Supongo al lector bastante espabilado. Y si quiere blanquear dinero o bien le gustaría ir tirando dentro de la mediocridad más absoluta -o las dos opciones-, ya sabe lo que tiene que hacer. El problema es conocer si el país está dispuesto a resistirlo. Nuestro gobierno, y el español, parecen decididos a estimularlo. En Alemania el lobby importante es el de la industria. En Francia el sector agro-industrial y nuclear. En Reino Unido el financiero. En Catalunya lo es lo de los bares. Sutil diferencia, sí señor. Y yo me pregunto: ¿el estímulo de bares y terrazas formará parte de la orden del día de la non nata Mesa de Diálogo?

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