La difícil privacitat digital

El deseo de 'privacitat' tiene, al menos, dos aspectos diferentes: la privacitat de los actos, y la privacitat de los recuerdos. El primero es la voluntad de disponer de un 'espacio de libertad' en el que no entren otras personas sin permiso, ni tampoco organizaciones de tipo privado o público. En una vida en sociedad, la libertad de uno acaba allá donde empieza la libertad de los otros y, por lo tanto, esta privacitat no se puede garantizar cuando las actuaciones privadas tienen efectos que pueden ser malos para terceros, o pueden ser nocivas para intereses de carácter colectivo.

El segundo es el deseo que los 'rastros' de los actos y de aquellas manifestaciones que se ha hecho voluntariamente privadas, sigan estando sólo al alcance de aquellos a quienes se ha permitido conocer. Quiero hablar sólo de este segundo aspecto, puesto que es el que está más afectado por la digitalización.

Para que haya un rastro, es necesario que exista un apoyo material. Las olas que transmiten las palabras, y las olas que transmiten las imágenes son imprescindibles para la transmisión, pero inservibles por el recuerdo, puesto que desaparecen inmediatamente. El recuerdo necesita, o bien sinapsis en un cerebro humano, o palabras escritas sobre un apoyo físico, o imágenes fijadas sobre un apoyo químico, o unas olas grabadas sobre un apoyo magnético... Desde hace unas décadas todos estos rastros se han podido convertir, y se han convertido, en unas largas hileras de 0 y de 1, que ha permitido a la vez guardarlos sobre silicio, y transmitirlos con gran facilidad.

Pero esta operación ha hecho mucho más difícil la privacitat, al menos por dos razones. La primera es que la transmisión a través de la red hace que los bits tengan que pasar, y reponer, en unas cuántas memorias, de ordenadores, de teléfonos, o de servidores (los del emisor, los del receptor, los del proveedor de Internet, los de la compañía telefónica...) multiplicando por lo tanto el número de "rastros" que han dejado.

Y en segundo lugar, porque la mayoría de estos rastros han quedado fuera del control del emisor, y no puede por lo tanto eliminarlos o saber si se han borrado. Muchos más rastros y menos controlados. La palabra sólo deja rastro en el cerebro de quien el boy escout. El mismo pasaba con el teléfono analógico, excepto si estaba pinchado, judicialmente o ilegalmente. Una carta dejaba un rastro sobre papel, pero una fotografía analógica permitía reproducir el "negativo".

Las grandes ventajas de la digitalización no nos tienen que privar de pensar que la privacitat se ha convertido en muy difícil, sino imposible. Esto vale para las personas, y también para las empresas.
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