Las Olimpiadas, legitimación de un modelo equivocado

Las Olimpiadas de Barcelona esán en la memoria como un gran acontecimiento. De hecho, todas las ciudades que las han organizado alguna vez lo recuerdan en su currículum vitae. Hasta aquí, todo normal. Antes de que se organice el evento, sin embargo, las ciudades acostumbran a responder preguntas como: "¿por qué organizamos unas Olimpiadas?", "¿qué sacaremos de ello?" y "¿cuánto nos cuestan?".

Aun así, todo es retórica. La respuesta es única para todas las ciudades que las han organizado. La celebración de unas Olimpiadas es un matrimonio de intereses entre los poseedores de unos derechos de marketing (el Comité Olímpico Internacional, COI) y las ambiciones de los políticos que mandan, o esperan mandar, cuando los Juegos Olímpicos tengan lugar. No hay más. Si todo encaja, a partir de aquí el apoyo público será total y la maquinaria propagandística, de una eficacia acaparadora. La realidad es que organizar unas Olimpiadas es una operación dotada de un grado elevado de populismo. En cierto modo es una operación embaucadora de magnitudes colosales. Sin comparación posible. Si se tuviera que resumir en una frase, esta sería: "¡Los que mandan han decidido organizar una fiesta con tu dinero!". Porque, seamos claros, el balance económico conversado de estos acontecimientos deportivos es opaco. Por lo tanto, podemos suponer que objetivamente negativo. No es por casualidad que los países desarrollados han reducido este tipo de acciones y las candidaturas del COI escasean. A raíz de la Gran Recesión, el gasto público injustificado ha empezado a mirarse con desconfianza por parte del ciudadano.

En Barcelona, los mandatarios acordaron dos mensajes fundamentales muy bien estudiados desde un punto de vista propagandístico:

  • Barcelona solo avanza a saltos de acontecimientos para poder llevar a cabo grandes inversiones públicas (exposiciones universales, congresos eucarísticos, etc.). Se necesita, por lo tanto, una excusa.

Organizar unas Olimpiadas es una operación dotada de un grado elevado de populismo; en cierto modo, es una operación embaucadora

Detrás de este eslogan se escondía, de forma descarada, paradójicamente, que el país sufre un mal estructural y que viene provocado por el déficit de la balanza fiscal con España -de la que les hablé la semana pasada-. De forma subliminal se venía a decir: "Como nos joden la cartera cada año..." (esto no se decía explícitamente) "...de vez en cuando tenemos que pasar el cepillo".

  • Barcelona es desconocida y hay que "abrirla al mar" (?) y "ponerla en el mapa" (?).

Mensaje sin sentido, pero estratégicamente pensado, puesto que, gracias al eslogan, se estimulaba una característica muy barcelonesa: el chovinismo localista. La actitud de aquel que se siente orgulloso de enseñar a las visitas un escaparate de casa bien suntuoso, a disgusto de tener que pasar privaciones.

Barcelona hizo una cosa muy grave: tirar por la ventana su rol histórico acumulado

Pero déjenme ir directamente al tema que nos ocupa y que resulta sorprendente -puesto que, habitualmente, no ha tenido lugar en otras ciudades olímpicas-. Y es que Barcelona hizo una cosa muy grave: tiró por la ventana su rol histórico acumulado. Llevó a cabo un acto muy característico del país: renegar del pasado para hacer tabula rasa. Barcelona quiso hacer amnesia de su modelo económico tradicional (un tipo de Milán de la península Ibérica) por uno de nuevo y más festivo: capital turística del sur de Europa. En vez de potenciar los puntos fuertes históricos y geoestratégicos (manufactura, transporte, logística, comercio al por mayor, etc.) para proyectarse internacionalmente, se abocó a mostrar a los turistas los encantos que habían construido los catalanes precedentes: la Pedrera, el Park Güell, la Rambla, el Passeig de Gràcia, la Sagrada Família, etc. Es decir, la herencia de nuestros ancestro que, precisamente, la construyeron practicando un estilo fabril del que ahora se hacía renuncia. Doble error: repudiar el capital acumulado de cultura laboral colectiva (cosa que ningún país hace) para escoger un modelo, el turismo, concretamente el masivo, que solo utilizan los países subdesarrollados para salir de la miseria.

Como el país tiene una macrocefalia que nadie se ha dedicado a arreglar, aquello que sucede en Barcelona se convierte en modelo arrastrador que afecta a todo el país. Y ahora que por la mente afiebrada de algunos está pasando la idea de los Juegos del Pirineo -así ya no quedará nada por devastar- sería bueno empezar a organizarnos para hacer una oposición conversada. Que hiciera frente a las ansias que tienen algunos de prostituir el territorio y la economía productiva.

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