Premiar a los maleducados deteriora la especie

Se ha dicho mucho que aquello que nos hace humanos es el lenguaje, nuestra capacidad de desarrollar tecnología o nuestra sensibilidad artística, porque son características difíciles de detectar en el resto de especies animales. Estamos insistiendo tanto en poner el foco en aquello que nos hace diferentes del resto de animales que acabaremos pareciendo más máquinas que homínidos. Para ser verdaderamente humanos hace falta que seamos capaces de compaginar nuestro lenguaje, arte o tecnología con capacidades tan animales como sentir empatía hacia los otros humanos o mantener vínculos con la naturaleza.

Llevamos siglos premiando con el éxito social a individuos que son malas personas, perdonándolos porque aceptamos valorar su obra o sus resultados por encima de su conducta, pero este es un camino que nos deshumaniza y nos hace peores. El poder no justifica ser maleducado, y si lo hace ya no es poder, sino abuso.

Llevamos años valorando más el toque de pelota que la buena educación, destacándolos públicamente por un trabajo y obviando la debilidad de sus valores

Estos días es noticia que hay futbolistas que pueden abusar de otras personas, y probablemente es consecuencia de haber permitido que futbolistas maleducados y groseros hayan recibido reconocimiento público. Llevamos años valorando más el toque de pelota que la buena educación, destacándolos públicamente por un trabajo y obviando la debilidad de sus valores, y el resultado es una panda de brutos accediendo a lugares de la sociedad a los que no deberían haber llegado nunca porque no son modelo de nada que valga la pena. La capacidad de esfuerzo y sufrimiento, la perseverancia en el entrenamiento diario, la visión rápida del juego, una izquierda prodigiosa o un regate increíble no deberían tener premio social si eres un imbécil.

Esto también pasa en otros ámbitos de nuestra sociedad aparentemente más cualificados como banca, poesía, política, música o tecnología. Pasa en todas partes y en todas las disciplinas: concedemos el éxito a personas aberrantes. Steve Jobs supo incorporar diseño a la ingeniería informática, y era un consentido que lloraba si en las reuniones no le daban la razón, y tardó años en aceptar que tenía una hija porque consideraba que no era el momento y le iba mal. Elon Musk ha incorporado gestión y negocio en lugares solo explorados por la investigación científica, y despacha personal como quien ordena papeles de un cajón de la oficina. Son dos casos de superdotados a los que hemos concedido prestigio y reconocimiento pese a ser unos maleducados, como ese pintor que maltrataba mujeres, como ese periodista hijo del chófer que utilizaba información personal como herramienta de trabajo. Demasiados casos de gente que todo el mundo sabía perfectamente que eran unos maleducados, pero que se lo permitíamos porque poníamos otras cosas por delante.

Pues no. Un imbécil no puede ser modelo de nada y ya hace demasiado que lo toleramos. Premiar a los maleducados deteriora la especie.

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