Lo que mueve el mundo

Tengo 54 años y soy hijo de una época en la que las personas construíamos nuestra identidad a partir del trabajo. Estudiábamos para tener mejores oportunidades profesionales, y el trabajo era el método para realizarnos. La categoría laboral era sinónimo de nuestra posición social y el sueldo era la manera de acceder a nuestros sueños porque todo lo que queríamos costaba dinero: viajar, comprar una casa, renovar los electrodomésticos… incluso tener hijos. Perder el trabajo era fracasar, quedar en el paro era quedar perdido, no ascender en el trabajo era estancarse en la vida. Ser un buen trabajador era ser buena persona, y tener éxito en el trabajo era tener éxito en la vida. El contrato de trabajo era el pasaporte social y debías enseñarlo para poder comprar un coche, pedir un crédito o alquilar un piso. Los encuentros con mi padre siempre empezaban diciendo “¿Cómo va el trabajo?”, y algunos vecinos tenían de apellido el nombre de su empresa: Luís de La Caixa y María del Ayuntamiento. Tu puesto de trabajo te definía, y era el centro de tu vida.

Ser un buen trabajador era ser buena persona, y tener éxito en el trabajo era tener éxito en la vida

La cosa ha cambiado. Los jóvenes ya no se pueden explicar por el trabajo. Sencillamente no tienen. En Catalunya un 38% de los jóvenes entre 16 y 24 años están en el paro, un 40% en España. Es el índice más descarado de toda Europa: 6% en Alemania, 14% en Reino Unido, 24% en Portugal y cerca sólo tenemos Grecia con un 33%. Y los jóvenes que no están en el paro lo más probable es que estén con un contrato temporal: el 85% de los contratos laborales firmados en Catalunya este mes de enero han sido contratos temporales (9 de cada 10 en España), y el 40% son contratos de menos de un mes de duración. Si eres joven lo más probable es que estés buscando trabajo, sabiendo que será temporal y corto. El contrato indefinido es un mito como los Reyes Magos o los unicornios: la gente habla de ello con  ilusión pero sabiendo que no existen.

Aquello que explica a nuestros hijos ya no es el trabajo. Aunque tengan. Demasiado volátil como para convertirlo en un rasgo esencial de nuestra vida. Mejor ponerlo al lado antes que en el centro. Aquello que ordena, que da los porqués de todo ya no es el trabajo. Antes que el trabajo puede que sea la amistad, la lucha de género, el cambio climático, la indignación por la injusticia, la pasión por la música o la desconfianza en la política. No está mal. La mayoría de estas causas son causas compartidas, mientras que aquello del trabajo a menudo era insoportablemente individualista.

Si aquello que te explica ya no es el trabajo… ¿qué te mueve?. Encontradlo, y sabréis qué mueve el mundo. 

No son ni mejores ni peores que nosotros. Sencillamente son de hoy, y no de ayer. Y hoy los tiempos son más inestables y volátiles. En mi época un trabajo era para toda la vida y ahora ya ningún trabajo lo es. En mi época con dinero podías hacer de todo, y ahora hacen de todo sin dinero. Es un momento desconcertante y hay  quien lo lleva mal, quizás con razón porque el modelo de vida que hemos propuesto para todo el mundo ya no existe para muchos.

Si aquello que te explica ya no es el trabajo… ¿qué te mueve?. Encontradlo, y sabréis qué mueve el mundo. Según que penséis al respecto, seréis más optimistas que nunca.

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