Reivindiquemos la elegancia

El diccionario divaga un poco cuando intenta explicar qué es la elegancia. Nos habla de una cierta distinción en las maneras, los movimientos o el vestir, también nos habla de tener buen gusto y una cierta gracia, y también remite a la capacidad de tener ideas solventes y a la vez simples, o a la capacidad de saber expresar pensamientos de una manera bella. Parece claro que algo elegante es agradable y armónico, alejado de lo grosero o estridente, y que la elegancia tiende a la simplicidad.

En matemáticas se dice que un teorema es elegante cuando es sorprendentemente simple pero eficaz y constructivo. En programación se dice que un código es elegante cuando resuelva algo de una manera ingeniosa y con muy pocas líneas de código. La ingeniería, siempre un poco más estupenda, dice que una solución es elegante, no solo si es funcional y simple, sino si además utiliza un método poco obvio. En farmacia el concepto de elegancia se asocia a la mayor o menor calidad de una fórmula. Y me ha dejado boquiabierto descubrir cómo utilizan el término en la filosofía de la ciencia: hacen notar que hay una diferencia entre la simplicidad sintáctica (la cantidad y complejidad de hipótesis consideradas) y la simplicidad ontológica (la cantidad y complejidad de cosas propuestas). A la primera la llaman elegancia, a la segunda parsimonia. Fascinante.

Parece que la elegancia consiste a saber elegir, saber estar y saber encontrar soluciones simples y eficaces, ingeniosas, sin estridencias ni malas formas

Una persona muy interesante me explicó, no hace mucho, que el término “elegante” proviene etimológicamente del verbo “elegir”. Es decir, es elegante quien elige bien, quien escoge la opción buena. Quien adivina cuando hay que vestir de una manera u otra, cuando ha de callar o decir algo, cuando hay que estar o toca irse.

Parece que la elegancia consiste en saber elegir, saber estar y saber encontrar soluciones simples y eficaces, ingeniosas, sin estridencias ni malas formas.

No sé a vosotros, pero en mi día a día la elegancia es un bien muy escaso. Me dicen que se trata de una virtud innata, pero espero que no sea cierto porque si es así tiene toda la pinta de estar en vías de extinción igual que los gorilas de montaña o los rinocerontes de Java. Quiero pensar que sencillamente hay una panda de brutos que la ha arrinconado quien sabe dónde y es tarea nuestra reivindicarla e ir a rescatarla donde sea que esté.

En el trabajo, en el vecindario, en la política. Reivindiquemos la elegancia. En todas partes.

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