¿Podemos ser tecnooptimistas en 2021?

Para saber si en 2021 podemos ser optimistas, o no, hay que analizar dos cosas. Una es positiva, y la otra negativa. Empiezo por la negativa. Estamos enmarados de tecnocinismo. Por 'cinismo' me refiero al desprecio por la tecnología digital; a no creer en sus bondades.

La tendencia es clara, basta con ver qué ha pasado con una herramienta digital que tenía que servir para algo tan urgente como ayudar a salvar vidas en medio de la pandemia: la apli Radar Covid, que está basada en una tecnología creada conjuntamente por Apple y Google. Al presentarla, dieron todo tipo de detalles técnicos para argumentar que no había ningún riesgo para la privacidad. Después, el código de la Radar Covid es público para subrayar que no hay nada escondido y que nuestra intimidad está garantizada.

Ningún argumento no ha servido de mucho. En el momento de escribir esto, las instalaciones de la Radar Covid para Android son más de un millón, dice la tienda de Google que justo muestra las estadísticas muy por encima. El siguiente nivel serían más de cinco millones. Imaginemos, siendo optimistas, que hay cuatro millones de instalaciones para Android y tres para iOS; en total siete millones de usuarios. Con más de veinte millones de personas sin la aplicación, lo raro seria que funcionara para los siete millones (a mucho estirar) que sí que la tienen.

Quizás pensáis que no es una buena idea ilustrar el tecnocinismo precisamente con tecnología digital de la administración pública, que a menudo va demasiado atrás. Lo he escogido porque he hecho de director general de la cosa digital una legislatura completa, que es suficiente tiempo para saber dónde están los problemas. Puedo decir que no afectan herramientas como la Radar Covid, sino otras estructuras más tradicionales y arraigadas a la administración. La apli para la pandemia puede ir por libre sin heredar nada negativo estructural. El fracaso viene de las pocas ganas que tenemos, todos juntos, de que funcione. Es un problema de no creer; de una falta de confianza en las bondades de la tecnología digital, un tic que está en toda la sociedad, en nosotros también, o en este momento habría más de 25 millones de instalaciones porque nos va la salud y tenemos móvil, caramba. ¿Con qué cosa más significativa en cuanto a utilidad y más clara respecto a la privacidad no podría ilustrar hasta qué punto lo somos, de tecnocínicos?

"El fracaso de la tecnología digital de la administración pública viene de las pocas ganas que tenemos, todos juntos, de que funcione"

Si preferís mirar a lugares que no sean la administración, fijémonos en algo tan extendido como el comercio. Nos pasamos los primeros veinte años de la historia del web diciendo que era un peligro gordo comprar por internet. Ahora, que hace seis que el comercio digital es disruptiu, en vez de rectificar y coger el hilo, nos concentramos en destacar cuánto mal nos hace.

¿Y si nos hubiéramos puesto antes, en vez de repetirnos que no creemos ni confiamos? De hecho, en Japón hicieron un Rakuten -que está en las camisetas del Barça- y en China un Taobao, que es tan potente que se puede permitir atender a más de mil millones de clientes chinos -que desconocemos e ignoramos- mientras tienen un alter ego pensado sólo para los occidentales y que se llama AliExpress, entre otros como JD, DealExtreme, Banggood, etc. Nosotros no hemos hecho ninguno comparable de alcance mundial. De hecho, tampoco nadie de Europa no ha hecho nada global en comercio digital. Lo más inquietante, sin embargo, es preguntarse qué habría pasado si alguien lo hubiera probado, porque los gobiernos del viejo continente también están instalados en el tecnocinismo y parecen muy decididos a legislar con el principio que es sospechoso todo aquello que haga olor a digital. Está claro que hace falta más regulación para la industria tecnológica, pero no para frenarla sino para impulsarla y que sea más justa, diversa e inclusiva.

Sólo somos permisivos cuando los desequilibrios y las injusticias llegan de algo analógico. Por ejemplo, estamos escandalizados por los sueldos de los repartidores de cualquier servicio digital, pero resulta que tienen los mismos convenios y retribuciones que los repartidores que traen las mercancías al comercio tradicional. Todo lo que tenemos alrededor ha pasado por un repartidor, pero tu cuñado, la comida de Navidad -que nos hemos podido ahorrar este año- te dice que ha sido un error tuyo comprar por internet esta cosa nueva que tienes en la sala y que él, que no es como tú, lo tiene todo de "kilómetro cero". Nos quitan el sueño las condiciones de trabajo en las naves de Amazon, pero si se trata de fruta "de proximidad" hacemos como quien no ve en qué condiciones la recogen para nosotros.

"Sólo somos permisivos cuando los desequilibrios y las injusticias llegan de algo analógico"

Y tanto que tienen que mejorar las condiciones de trabajo, pero para todo el mundo. De hecho, si lo razonamos en profundidad, en realidad nadie tendría que hacer trabajos tan poco creativos y esforzados como llenar cajas en un almacén ni bajo un árbol. Tampoco nadie tendría que hacer de repartidor. Son trabajos que no necesitan mucha calificación y no hacen crecer a nadie. ¿Quién, en este momento, contrata a miles de ingenieros -que son puestos creativos, de alta calificación y bien pagados- para conseguir que robots hagan de recolectores, llenen cajas y las repartan? No lo hace ninguna asociación de comerciantes de proximidad, sino tecnológicas como Amazon a las cuales el tejido comercial local dice que hay que "hacer frente". Para conseguirlo, la administración les ayuda con subvenciones para hacer webs, una cosa que era disruptiva veinte años atrás -exacto, cuando nosotros decíamos que comprar en internet era muy peligroso.

Hoy no "hará frente" a nada ningún proyecto que no esté basado en inteligencia artificial. Encima, para vender por internet ya no hay que tener web. Las organizaciones tienen que poder escalar hasta vender por todo el planeta, porque es la naturaleza de la red. Es indispensable ser una empresa tecnológica de pura cepa, con más ingenieros que no comerciales, administrativos ni logísticos, porque todo lo que pueda ser software será software; técnicos, comerciales y logísticos también. Este cambio es muy gordo y nada resuelve con subvenciones para webs que "hagan frente" a nadie. Tanto es así que incluso la plana web de Amazon hoy es antigua -y pronto los chinos nos ilustrarán por qué.

Si llegados aquí os pedís en que trabajaremos, es porque quizás no he subrayado bastante que harán falta muchos más ingenieros. Y no, no es necesario estar licenciado, aunque hoy parezca indispensable. Hay que tener talento y ganas de aprender. De hecho, si has trabajado treinta años en el tema digital, cosa que te ha permitido ser pionero en un par de cosas y fundar alguna startup de éxito; aunque hayas dirigido organizaciones digitales muy gordas, en este preciso momento la Generalitat de Catalunya no te querrá de mentor de proyectos digitales si no tienes un título universitario; encuentran más importante haber pasado por la universidad analógica, treinta años atrás, que no la experiencia en proyectos tecnológicos hoy, un detalle fundamental para una actividad basada en cuánta experiencia puedes transmitir: las mentorías.

"Vamos hacia un problema colosal de empleabilidad en el cual los robots no serán los culpables, pero querremos que lo sean"

Vamos hacia un problema colosal de empleabilidad en el cual los robots no serán los culpables, pero querremos que lo sean. La voluntad de querer atribuir males a la tecnología digital es una forma de negacionismo. Me ha gustado el estudio Thinking Preferences and Conspiracy Belief: Intuitive Thinking and the Jumping to Conclusiones-Bias as a Bases for the Belief in Conspiracy Theories (Preferencias de pensamiento y creencia de la conspiración: el pensamiento intuitivo y el salto a las conclusiones: el sesgo como base para la creencia en las teorías de la conspiración). Me ha gustado porque ayuda a entender el porque de tanto tecnocinismo: la mayoría preferimos confiar en nuestra intuición.

Se trata de la misma intuición que, cien años atrás, nos decía que un reloj era una creación de precisión inspirada en el movimiento de los astros. Si alguien había hecho el reloj, entonces el universo también tenía un creador; era un 'jumping to conclusions'. Después pasaba que alguien nos decía que el creador había ordenado una revuelta contra cierto gobierno, tribu o tecnología que no le gustaba. "Si ha hecho el universo tan preciso, debe de tener razón", nos decía la intuición, y hacíamos la revuelta.

Afortunadamente, la ciencia ha cogido suficientes peso, los últimos cien años, para poner en entredicho la existencia de un creador y cada vez tenemos menos cruzadas religiosas en el mundo. Pero no hemos asimilado mucho todavía la tecnología digital, cosa que nos hace buscar a profetas que nos alimenten el mismo tipo de intuición que nos decía que había un creador talmente había relojeros. Nuestra necesidad de profetas da aire a personas que nos explican historias basadas en la intuición antes de que no en estudios rigurosos. Los ciberconspiranoicos son quienes tienen más audiencia y eco, porque nos hacen fácil el 'jumping to conclusions'.

"Nuestros hijos vivirán en un mundo donde será 'software' todo aquello que pueda serlo"

¿Cómo lo argumentan los divulgadores del tecnocinismo? Con capítulos de la serie Black Mirror, por ejemplo. La clasificación formal de la serie es 'drama', 'sátira' y 'comedia negra', pero esto no es ningún impedimento para basar nuestra idea sobre cómo funciona algo tan importante como la tecnología digital. Seria como si basáramos nuestra percepción sobre las relaciones de pareja en las películas del Hitchcock. "¡Alerta, es rico! ¿No has visto Rebecca?"

Así, cuando tenemos un problema tan gordo como el de la educación a distancia por muerte de la pandemia y se escoge el Google Classroom porque es urgente y las condiciones de uso son razonables, surgen opositores que hacen un 'jumping to conclusions' basado en su intuición instruida en los capítulos de un drama satírico. No, Google no usará los datos de los menores para manipularlos en el futuro.

Nuestros hijos vivirán en un mundo donde será software todo aquello que pueda serlo. Vendrá de culturas lejanas -ni siquiera mediterráneas- porque nosotros, los padres, preferíamos nuestra intuición ilusoria inspirada en ficciones dramáticas que nos volvieron diginegacionistas, ciberconspiranoicos y tecnocnocínicos.

¿Black Mirror es la nueva Biblia?

Este error nuestro será bastante complicado de explicar. No hará falta que pasen 2.500 años para saber que en el pasado las serpientes no hablaban; bastarán veinticinco años para entender que las conclusiones del pasado no eran tan concluyentes. Y por eso, porque no quiero formar parte de una historia que no tiene ni pies ni cabeza, en 2021 continuaré siendo tecnooptimista. Esta es la parte positiva: todavía estamos a tiempo.

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