Vuelve el turismo

Parece que van menguando los efectos de la pandemia y el hecho comporta, inevitablemente, levantar determinadas restricciones. Entre estas, la posibilidad de viajar. España se ha apresurado a dejar entrar a personal que quiere practicar el turismo de forma masiva. Y ya volvemos estar en las mismas. Hay quien dice que la pandemia nos habrá dado una lección sobre los modelos económicos y sociales que más nos convienen. Lo dudo. A la hora de pervertir modelos de negocio, los catalanes, como buenos hispanos, no tenemos rival.

Se va repitiendo ad nauseam la famosa frase de "turismo de calidad", engatusando a la población con un oxímoron -tan oxímoron como lo son los conceptos "prostituta puritana", "comilón dietético" o, déjenme ser malvado, "sensibilidad gastronómica británica"-. El viajero practica una forma de cultura -la historia está llena de ilustres viajeros-. El turista no. El turismo es ignorante y depredador. Por definición, no persigue otra cosa que pasar el rato sin ninguna otra aspiración que cambiar de ambiente -o hacer aquello que en su país no le dejan hacer-.

Los resultados de esta actividad han sido poco sorprendentes, porque en todo el mundo es similar y, teniendo en cuenta las características de nuestro país, el hecho ha sido inevitable. Barcelona se ha convertido en un tipo de Lloret con ínfulas culturales (ya lo he repetido alguna otra vez). En realidad, Barcelona es una población de la costa -Josep Pla decía que geográficamente era Maresme-, el urbanismo de la cual no ha podido ser destruido por el simple hecho de que ya estaba edificado por nuestros emprendedores antepasados. Pero todo aquello que se ha podido destrozar se ha destrozado sin conmiseración. Comercio tradicional, calidad de servicio, vida de barrio, etc.

Todo aquello que se ha podido destrozar en Barcelona -comercio tradicional, calidad de servicio, vida de barrio- se ha destrozado sin conmiseración

La acción de efectos más trascendentales ha sido, aun así, traicionar la tradición secular del país. Reconvertir la Catalunya hija del comercio y de la Revolución Industrial transformándola en un tipo de saltimbanqui lozano. Un lugar que atrae a gente que sale de su casa para disfrutar de un área de recreo europea y que espera cubrir las necesidades más básicas y primarias. Un área de servicio que, según la Agència Catalana de Turisme, ya representa más del 12% del PIB. Hay quien se queda tan tranquilo ante esta afirmación. Parece ser que hay gente que no entiende que el rosco del PIB suma 100% y que si un sector crece, hay otro que recula.

Alguien dirá que exagero. Les dejo con el Idescat (Institut d'Estadística de Catalunya).

No figuran los datos de 2020, puesto que están lógicamente alterados por la pandemia. Pero observarán la evolución. No hacen falta demasiadas palabras. Quizás solo señalar que aquellos que se llenan la boca diciendo que somos un país que acoge a muchas nuevas empresas innovadoras, más les valdría informarse. Las TIC (Tecnologías de la Información y Telecomunicaciones) no se elevan (en 11 años un misérrimo 0,6%; ¡enhorabuena!). El único sector que sube, y se va comiendo la economía productiva, es el turístico: hoteles, bares y restaurantes (3,6% de crecimiento). Más o menos la bajada de la industria (3%). ¡Magnífica década!

El turismo es un sector por el que apuestan los países en vías de desarrollo. Por eso es un sector de una mediocridad muy viva. Bajos salarios, poca formación profesional, dinero negro, degradación del trato a los clientes, etc. Algunos continuarán obstinados en defenderlo. Muy bien. Continuaremos la semana entrante con el Idescat. Sus cifras están al alcance de todo el mundo. Y son jugosas. Para quien las quiere mirar, claro.

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