A menudo no somos conscientes del poder y la influencia que tienen los recuerdos sobre nosotros. Me explico. Todos sabemos que un recuerdo nos puede hacer sonreír, hacer sentir nostálgicos o incluso ayudar a tomar una decisión, pero el alcance de su influencia va mucho más allá. De hecho, según el investigador japonés Susumu Tonegawa (Premio Nobel de Medicina, 1987) los recuerdos pueden acontecer una vacuna para la depresión o la angustia. Un equipo de investigadores liderado por Tonegawa demostró hace una década, a través de un experimento con ratones, que la reactivación artificial de un recuerdo positivo puede suprimir los efectos de la depresión inducida por el estrés.
Pero quizás no hace falta desentrañar nuestros circuitos neuronales -ni los de los ratones- para saber que recordar tiempos felices tiene un efecto positivo sobre nuestro estado de ánimo. Y si no, haced la prueba: preguntad a una pareja en crisis hastiada de rutina cómo se conocieron, cómo fue su primera cita, cómo fue el primer beso, quién dijo el primer "te quiero"... En cuestión de minutos, el brillo volverá a los ojos de aquellos dos que un día se enamoraron locamente.
Es verdad, pero, que cuando hablamos de recuerdos -y sobre todo si estos son lejanos- entran en juego las distorsiones. Caemos todos, y la historia que conocemos está llena de ejemplos. Son exageraciones o pequeñas variaciones que ayudan a perfilar mejor el relato que nos explicamos a nosotros mismos y a los demás.
Pero son peligrosas, sobre todo si somos conscientes -me repito- del poder y la influencia que tienen los recuerdos sobre nosotros mismos. Somos lo que somos hoy, sí, pero también somos aquello que fuimos. De hecho, somos la evolución entre lo que fuimos y lo que somos. A menudo pienso que estamos hechos de momentos, de pequeños trocitos de gente, de conversaciones, de decisiones -conscientes e inconscientes-, de vivencias... Estamos hechos de presente, sí, pero también de recuerdos. Y por eso tenerlos presentes nos ayuda a resignificarnos.
"Estamos hechos de presente, sí, pero también de recuerdos. Y por eso tenerlos presentes nos ayuda a resignificarnos"
Y quizás esto lo habéis leído desde un ámbito personal (yo también lo he escrito así), pero la teoría en el fondo se extrapola fácilmente a cualquier relación, empresa, entidad o incluso territorio. Un ejemplo: el otro día leí un hilo en Twitter (bien, X) de Efemérides de Arquitectura que hablaba sobre la escultura Estel Ferit -Estrella Herida-, que hay en la playa de Sant Miquel, en la Barceloneta. Es uno de los símbolos más reconocidos de Barcelona, un punto de encuentro actual para surfistas y un recuerdo irrompible de una Barcelona que algunos no conocimos: la Barcelona preolímpica; un recuerdo que su autora, la artista alemana Rebecca Horn, no quiso olvidar.
El pasado viernes murió la artista alemana Rebecca Horn, autora de la famosa instalación "Cometa Herida" de 1992 que hay en la Playa de Santo Miquel, a la Barceloneta. Los cuatro cubos representan los antiguos "xiringuitus" que había habido a la playa. Hilo ? | ? Silvia Zsolt pic.twitter.com/t2tauqghbf
— Efemérides de Arquitectura (@efemarq) September 8, 2024
En aquella playa, unos años atrás, habían proliferado numerosos chiringuitos, y ahí, bien entrados los años 60, Horn vivió una historia de amor y desamor con un camarero. No fue hasta el otoño de 1992 -hacía décadas que Horn ya no vivía en Barcelona- que le pidieron hacer una escultura al aire libre en la ciudad. Y de sus recuerdos nacieron los cuatro cubos de acero que conforman la escultura, cada uno representando un chiringuito, en un estado de aparente desequilibrio, como a punto de caer; representando la hostil manera en la que fueron derrocados aquellos establecimientos en 1991. "La fragilidad de unos pequeños quioscos ante una Ley de Costas que lo borró todo a base de ordeno y mando", critica el autor del tweet.
El Estel Ferit de Rebecca Horn nace de un recuerdo personal, pero también de un recuerdo como ciudad; un recuerdo que, si lo enfocamos bien, nos ayuda a resignificar un espacio de Barcelona que durante medio siglo había sido una de las zonas de ocio más populares de la ciudad y que cambió radicalmente para las Olimpiadas. Curiosamente este año, 32 años más tarde, es un buen momento para recordarlo y quizás para resignificar aquel espacio que estos días está acogiendo la Copa América.
Y a veces no hace falta que pasen tantos años para que tenga sentido resignificarnos. El equipo de VIA Empresa lo hacemos casi cada año: cogemos las bases, el manifiesto, lo releemos en voz alta, recordamos la historia -la nuestra y la de los que estuvieron antes que nosotros- y volvemos a colocarnos en un nuevo punto de partida que nos recuerda quién somos, qué queremos y hacia dónde vamos.
Y vuelvo al ámbito personal -y acabo-. Cuido mis recuerdos y los atesoro con escritos desde hace más de 15 años, desde que me di cuenta que era la única manera de tener presentes a personas y momentos que no volverían nunca más. Y estos recuerdos, acumulados en varias libretas, me han ayudado en infinitas ocasiones a encontrarme y orientar mi futuro. Porque lo que somos y seremos tiene mucho que ver con cómo hemos cuidado nuestros recuerdos a lo largo del tiempo.