En la ciudad digital 'mengemmassa'

Recibes correos de webs que no recuerdas haber visitado? Tienes aplicaciones al móvil que no sabes ni para que sirven? Te pasas el día haciendo unsubscribe a boletines de correo? Tienes el Pocket, Refind o el Read Later a estallar de artículos que has guardado para leer después? Los cinco minutos de Twitter antes de ir a dormir acaban a la una y media? Si has respondido afirmativamente a una de las preguntas, tienes tendencia al sobrepeso digital; a dos, tienes sobrepeso; tres, tienes principio de obesidad digital; más de cuatro, eres un obeso digital.

Para entender el que está pasando —y para curarnos de paso el complexe de Adam, de que somos los primeros que nos pasa una cosa— siempre va bien ir a los clásicos. El grande Joan Capri empezaba el monólogo Mengemmassa con un profético:

"Chicos, eh? Siento decirlo, pero nuestro país es un país difícil de arreglar. Y lo siento pero... es aixís. Entre otros cosas porque tenemos un defecto y es que comemos demasiado, al decir comemos demasiado también quiero decir como. Yo soy de vida, aquí jalem por los descosidos. Aquí no estamos por bromas."

El monólogo es una sátira de la sociedad de consumo de la década de los 60 del siglo pasado, una década marcada por el desarrollismo y dónde por primera vez en muchos años las clases populares accedían a los bienes de consumo en masa. Una sociedad demasiado acostumbrada a gestionar la miseria que pasaba de golpe a tener que aprender a gestionar el exceso.

Y es esto un poco el que nos ha pasado a nosotros. Sin solución de continuidad hemos pasado del diario del domingo, que te ayudaba a quedarte dormido al sofá, al iPad que cada noche que te mantiene despierto hasta la madrugada; de esperar la película del Plus a no saber qué película mirar al Netflix; de comprarnos un CD al mes a tenerlos todos a Spotify y no escuchar ninguno mientras saltamos de canción en canción. Podría seguir, pero no os quiero provocar más ansia.

Y digo ansia porque es uno de los efectos que nos provoca este empacho de información (del inglés infoglut), una ansia que aumenta exponencialmente con cada artículo que nos guardamos y que no leeremos, con cada suplemento del diario del domingo que va al contenedor amarillo sin abrir, con cada revista que nos llega cuando todavía no hemos empezado la del número anterior, con cada correo no respondido a la bandeja de entrada, con notificación no atendida del móvil.

"Hemos pasado de comprarnos un CD al mes a tenerlos todos a Spotify y no escuchar ninguno mientras saltamos de canción en canción"

Y a esta ansia tenemos que añadir la que provoca el FoMo, acrónimo del inglés Fear Of Missing Out y que en catalán podríamos traducir por "Que me he perdido?". No es casual que Twitter incorporara una pestaña a su aplicación de "Mientras no estabas". El miedo de no tener la última información de la actualidad provoca mucha ansia.

Un reputat tertulià de este país me explicaba que su técnica para descolocar a su antagonista empezaba justo antes de entrar a la tertulia. El truco era preguntarle si ya había visto la última noticia / reacción de la red / declaración de fulano sobre uno de los temas del día, momento en que el interpelado entraba en modo FoMo y se pasaba el inicio de la tertulia contrariado buscando en la red qué había pasado y preguntando a los compañeros por una cosa que sólo existía en su imaginación.

Y esta ansia a banda, de un impacto directo en nuestra vida personal, lo tiene también en nuestra vida profesional. Y esto es especialmente crítico en las sociedades hiperhistòriques, las que tienen la información como actividad principal y de la cual derivan las otras actividades, especialmente crítico en una sociedad como nuestra donde el 70% de los puestos de trabajo tienen como materia primera la información. Nos tenemos que replantear la sociedad de consumo digital? Sí. Cómo? Otro golpe la respuesta la encontramos en los clásicos:

"Ya sabéis que afuera no hay quién siembre? Y después se quejan de que las patatas van caras, claro que (a)niran caras y esperáis-se, esperáis-se el día que sólo quede una, de patata. A ver quién será el guapo de pagarla, aquella patata. Valdrá un dineral. Lo tendrán que acompañar de un lugar al otro vigilada por unos guardias cómo si fuera aquel cuadro de la Gioconda."

—Monólogo La Ciutat, de Joan Capri.

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