Fiscalidad verde

Hace poco más de treinta años años, abocar aguas sucias a las rieras salía gratis. Fines hace cuatro días, emitir toneladas de CO2 desde las fábricas era gratis. Todavía ahora, muchas actividades extractivas pretenden dejar grandes esvorancs en el paisaje a cambio de nada. Las actividades productivas, y también las de consumo, generan a menudo externalidades negativas que no se incorporan a los costes económicos generados si no hay un control, unas medidas para limitarlas de obligado cumplimiento –como los filtros que las cimenteres han ido instalado los últimos años- y una fiscalidad que grabe estas externalidades y que incentive a minimizarlas.

La fiscalidad verde se ha convertido en el nuevo paradigma impositivo en Europa e incluso el gobierno Rajoy tiene el ojo puesto. Está claro que es mucho mejor grabar las emisiones o las actividades contaminantes que el trabajo. Pero el objetivo de la fiscalidad verde no tiene que ser tanto estrictamente recaudatorio como el de poner precio e interiorizar los costes por el hecho de contaminar. El éxito final de la fiscalidad verde seria que acabáramos sin recaudando nada en este concepto.

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