Un mundo instagramable

Instagram ha cumplido diez años, 1.082 millones de usuarios, 50.000 millones de fotos, 500.000 influenciadors, 25 millones de tiendas y 14.000 millones de dólares de beneficio (2019). En estos diez años Instagram ha cambiado mucho, tanto como sus usuarios y como el mundo que compulsivamente retratamos con el móvil.

Kevin Systrom y Mike Krieger crearon Instagram en 2010 (se llamaba Bourbn) como una aplicación de check-in muy similar a Foursquare, tanto que decidieron potenciar una función que sus usuarios usaban mucho: compartir fotos. Rebautizaron el proyecto como Instagram, una contracción de los conceptos "Instant photography" y "Telegram". Más que un buen nombre era una declaración de intenciones.

La poca calidad de las cámaras de los móviles y la poca velocidad de las conexiones de hace diez años eran los cuellos de botella a la hora de hacer una red social basada en la fotografía instantánea móvil. ¿La solución? Aplicar filtros evocadores a las imágenes y subir una versión reducida y comprimida al servidor. El filtro enmascara la poca calidad de la foto original y la compresión acelera la subida. Filtros con nombres tan sugerentes como "1977", "Juno", "Hefe" y "Valencia" se convirtieron en nuestro proceso de revelado digital. Instagram era una pandilla de algoritmos de degradar imágenes con gracia. Y de aquí su éxito.

Sería bueno recordar que los primeros dos años la aplicación sólo estaba disponible para iOS y que no fue hasta abril del 2012 que salió una versión por Android con gran indignación de la comunidad Apple, que consideraba que quien no tuviera un iPhone no podía ser ni bastante creativo ni tener el nivel de hipsteria necesario para ser miembro de tan selecto club. El enésimo gran debate del primer mundo. El debate lo cerró Facebook al cabo de pocos días a golpe de talonario.

"La salida de la versión Android indignó a la comunidad Apple, que consideraba que quien no tuviera un iPhone no podía ser ni bastante creativo ni tener el nivel de 'hipsteria' necesario"

Facebook pagó entre cash y acciones 1.000 millones de dólares por el 100% de Instagram, el chocolate del loro si lo comparamos con los 19.000 que pagaría por Whatsapp dos años después en una de las adquisiciones más sonadas del sector tecnológico. A partir de aquí las reglas del juego cambiarían por siempre jamás. Zuckerberg tenía finalmente la red social móvil que Facebook no era; lnstagram se injertó de la manera de hacer de Facebook fusilando sin piedad funcionalidades de otras redes sociales y plataformas: mensajería entre usuarios como Whatsapp, emisiones de vídeo en directo como YouTube o bien los Stories, vídeos efímeros como Snapchat. La última ha sido la incorporación de Reels, vídeos cortos como los de Tiktok.

Inicialmente Systrom y Krieger continuaron en la empresa con el acuerdo que Facebook e Instagram continuarían por vías separadas y que no compartirían datos entre plataformas. En 2018 ambos dejaron la empresa después de múltiples discrepancias con Zuckerberg y en desacuerdo con cómo Instagram se integraba con el ecosistema de Facebook. A partir de entonces la integración con Facebook ha sido todavía más desacomplejada.

Algún analista decía que quizás Instagram no nos había enseñado fotografía pero que nos había enseñado a mirar el mundo. Hace gracia; quizás tenía razón hace diez años, pero lo cierto es que hoy suena muy naïf. Instagram nos ha enseñado a mirar… a Instagram, nos ha enseñado a mirar a los otros y el mundo que miran los otros a través de su móvil. Instagram no sólo nos ha cambiado a nosotros sino que ha cambiado el espacio y el tiempo que nos rodea.

Ya no nos arreglamos para quienes nos puedan ver bailando a la boîte sino que lo hacemos para los seguidores que nos verán en lnstagram; los bares se decoran para que sean más instagramables con el resultado de que en Barcelona te puedes hacer una foto en el SoHo de Nueva York; las cartas de los restaurantes llevan la etiqueta para cuando subimos el plato a Instagram; museos y galerías ceden a la dictadura del 'Me gusta' a la hora de exponer su catálogo; y cualquier campaña de turismo destaca los puntos de interés más instagramables.

Hace diez años Instagram era una extensión de la realidad, diez años después hemos profesionalizado el amateurismo y entre todos hemos hecho que la realidad sea una extensión de Instagram. Felicidades a los premiados, que ha quedado muy repartido.

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