Glifossat, un recurso controvertido

A las últimas décadas nos hemos acostumbrado a ver campos no labrados, plenos de rastrojos desde la siega hasta la siembra de la nueva campaña. Son campos trabajados con la técnica del no laboreig o de agricultura de conservación. Las ventajas de este método de trabajo pueden tener una doble lectura. En clave económica se simplifican los trabajos al no tener que labrar, con una evidente reducción de costes (a pesar del coste de la herbicida) en combustible, en desgaste de maquinaria y, sobre todo, en horas de trabajo; el cultivo es más resistente a la sequía y en general se obtiene más producción con una mayor productividad del trabajo.

En clave medioambiental, las ventajas también son destacables, provoca menos erosión del suelo con una mejor conservación de su estructura, facilita que el suelo actúe como alcantarilla de carbono, de tal manera que junto con el menor consumo de combustible supone la emisión de menos gases de efecto invernadero. La aplicación de esta técnica ha sido posible a partir de la utilización de la herbicida glifossat. Este producto, desarrollado por Monsanto y comercializado desde 1974, (con patente caducada desde el año 2000) es un herbicida no selectivo, muy eficaz en la tarea de desherbatge, pero sin comprometer la germinación óptima de la semilla, la cual se siembra a continuación. En relación a la salud humana se considera de baja toxicidad. Con estas características el glifossat no tiene rival y ha acontecido la herbicida más vendido en el mundo.

"El glifossat no tiene rival y ha acontecido la herbicida más vendido en el mundo"

Aun así, a pesar de la baja toxicidad del producto en relación a su eficacia, se ha podido demostrar la existencia de residuos en diferentes sistemas naturales y en las personas. Frente a esta constatación los estudios realizados por la Autoridad Europea sobre Sanidad de los Alimentos (EFSA) han considerado que el glifosat no sale de los límites de aceptabilidad por la salud, consideración pero que ha sido relativitzada por la OMS (Organización Mundial de la Salud) al situarlo como producto a vigilar por su posible relación con el cáncer.

Pero la autorización del glifossat a la Unión Europea vence este diciembre. Llegados a este punto Europa tiene que decidir si se renueva la autorización o si se acepta una prórroga más o menos larga, teniendo en cuenta que hoy no hay una alternativa a las funcionalidades de este herbicida. En tanto, avanzándose a cualquier decisión, muchas ciudades europeas ya lo han prohibido para uso en los jardines.

La introducción del glifossat supuso una cierta revolución en la agricultura extensiva, puesto que abrió las puertas a la agricultura de conservación con un conjunto de ventajas ya expuestas que hace falta, aun así, contraponer a los riesgos hipotéticos. El debate, pero, se ha politizado en exceso enfrentando a posiciones desde el mundo de las ideologías con intereses económicos evidentes.

"Europa no puede renunciar a su responsabilidad en la alimentación mundial"

Desde las organizaciones agrarias han puesto el grito al cielo ante la posibilidad de la prohibición. Además de los argumentos ya expuestos, expresan el temor a competencia desigual desde otros países que no tengan la prohibición. En sentido opuesto hay que ser conscientes que el riesgo cero no existe y que hay que poner sobre la mesa todos los argumentos para poder dar una respuesta adecuada y proporcionada a la criticitat de los condicionantes de la decisión. En relación a esto no se puede menystenir el hecho que, a carencia de alternativas, la prohibición afectará de alguna manera al volumen de producción europea y a las actuaciones en la lucha contra el cambio climático.

En cualquier caso, Europa no puede renunciar a su responsabilidad en la alimentación mundial como tampoco a que esta se produzca en condiciones sostenibles y garantes de la salud humana. El tema se complejo atendida la convergencia de vectores contradictorios.

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