Ingeniero y escritor

Hacer turismo no es lo mismo que viajar. Instalar barreras

20 de Agosto de 2024
Xavier Roig VIA Empresa

Quiero comenzar con un ejemplo imaginativo pero fácil de entender. Imaginen un país con dos mil habitantes. La mitad está interesada en leer; de hecho, compran libros habitualmente. La otra mitad no tiene ningún interés en hacerlo; de hecho, nunca lo hace. Solo compran un libro al año que usan para decorar la estantería del salón de su casa. Ahora imaginen que, por alguna razón, este país de dos mil habitantes ve, durante un tiempo, la oferta limitada a mil libros al año. Y que las autoridades subvencionan las librerías para que bajen los precios y vendan libros a diestro y siniestro. Y, además, las autoridades hacen propaganda para que se compren libros. Muchos de aquellos que no tienen absolutamente ningún interés en leer comprarán libros por lo que les decía: para decorar la estantería del salón, para hacerse los cultos, etc. Como solo hay mil libros para toda la población, muchos de los que realmente tienen interés en leer se quedarán sin libro. Todo esto debido a las ansias populistas de los gobernantes de satisfacer a las librerías y a los que no tienen interés en leer. Fantástico, ¿no? Pues exactamente esto es lo que sucede con el turismo.

 

La anécdota me viene a la mente al recordar ciertos museos llenos de turistas que siguen la estúpida banderita y toman fotografías sin sentido. Me indigna la escena del viajero frustrado que, posiblemente, ha ahorrado durante meses o años para recorrer miles de kilómetros y poder contemplar una pieza museística con la que ha soñado desde que era adolescente. Una frustración provocada por esos cientos, miles, de turistas que, sin ningún interés en lo que se explica en el museo, caminan como idiotas tomándose selfies grotescos.

 

"Las decisiones sobre las barreras al turismo deben tomarse lejos de las autoridades locales, ya que los perjudicados suelen ser gente localmente poderosa, caciques de la población"

Leo que la villa de Saint Tropez ha iniciado una campaña recomendando que los turistas no vayan allí. Todo esto me hace reflexionar sobre los métodos—provisionales, mientras no se solucione el tema de manera definitiva—para disuadir los flujos de turistas.

De hecho, la primera acción a tomar sería que los gobernantes reconocieran, a escala internacional, un hecho evidente e inevitable: el turismo de masas es insostenible. Y ante esta situación no valen justificaciones posibles como decir que esta actividad conlleva beneficios económicos. De la misma manera que un buen día se decidió que contaminar ríos no era sostenible, aunque se perdieran dinero y muchas empresas y sectores enteros tuvieran que cerrar—por ejemplo, el sector de tintes para ropa en Catalunya. Tampoco se justifica la producción de drogas como algo bueno porque genere ingresos.

Estas decisiones sobre las barreras al turismo deben tomarse lejos de las autoridades locales, ya que los perjudicados suelen ser gente localmente poderosa, caciques de la población. Y también de los pequeños comercios que malviven de las visitas de los turistas. Así fue como tuvo que ser el primer ministro Draghi quien prohibiera que los cruceros atracaran en el puerto de Venecia, en contra de la opinión del alcalde y de otros “poderes” locales. Por lo tanto, temo que el problema tendrá una solución definitiva cuando la Unión Europea actúe—quién sabe si por decisión del TJUE.

"El viajero es consciente de que debe pagar un precio por lo que realmente desea. Como lo paga el socio del Barça o el amante de cualquier actividad"

Por el momento, hay poderes locales que están actuando de manera positiva. He pasado dos días en Tolosa de Llenguadoc y en alguna población vecina. He observado un hecho claro y estimulante: no permiten la entrada de autocares a la ciudad. Quien quiera visitar un lugar, que se lo trabaje. Que camine, que llegue en metro, en taxi o como quiera. Y es una satisfacción para el viajero. Y para los ciudadanos que viven en los alrededores, que no ven alterado su entorno de manera significativa. Y es que el viajero es consciente de que debe pagar un precio por lo que realmente desea. Como lo paga el socio del Barça o el amante de cualquier actividad. Y se debe disuadir a aquellos que no tienen otro interés que decir: “Si hoy es martes, esto es Bélgica”.