La corbata de Zuckerberg

Mientras el Barça se deshacía como un terrón de azúcar martes al atardecer a Roma, en Washington Mark Zuckerberg comparecía en el Congreso de los EE.UU.. Borde cinco horas de preguntas y respuestas con 44 senadores de los comités Judiciales y de Comercio. Me enganché al directo de su comparecencia a YouTube a la media parte del partido y reconozco que me costó volver al partido, más o menos como a los jugadores del Barça.

Después del asunto de Cambridge Analítica y su supuesta influencia en las últimas presidenciales norteamericanas, la presión mediática sobre Facebook y el mismo Zuckerberg se ha hecho insoportable. Los últimos días se ha sabido que fueron 87 y no 50 millones los usuarios afectados por el escape de datos personales de Facebook a terceros. Digo supuesta influencia porque a pesar de que Cambridge Analítica traficó de manera fraudulenta con los datos personales de estos 87 millones de usuarios, cuesta mucho medir el impacto real de sus técnicas de "psicometría". Parece que son más vendedores de humo que otra cosa.

De la comparecencia destacan dos cosas: el suyo mea culpa y su corbata. Facebook ha sido clave en la difusión de la información en regímenes autoritarios —primaveras árabes, Turquía, España—, ha ayudado miles de personas en catástrofes naturales —Katrina, Haiti, Nepal—, y ha traído campañas como el #MeToo o el #IceBucketChallenge a medio mundo.

"De la comparecencia destacan dos cosas: el suyo mea culpa y su corbata"

Pero también es cierto que la potencia que tiene una red social con 2.200 millones de usuarios puede caer hacia el lado oscuro. En palabras de Mark Zuckerberg: "Ahora está claro que no hemos hecho bastante para impedir que estas herramientas se utilicen para hacer daño, también. Esto pasa por las fake news, las interferencias extranjeras a las elecciones y el discurso del odio, así como los desarrolladores y la privacidad de datos".

En estas declaraciones hay mucho más que uno mea culpa. Hay el reconocimiento implícito de su gran poder sobre la opinión pública y, tal como decía su renegado exvicepresident de crecimiento de usuarios Chamath Palihapitiya, el poder que tiene de destruir el tejido con el cual está hecha nuestra sociedad.

El otro aspecto destacado era que el CEO de Facebook traía el vestido. Zuckerberg había cambiado la sudadera con capucha y la camiseta ("siempre me visto igual para no tener que pensar qué me pongo por la mañana") por una americana y corbata.

No es un detalle menor. Uno de los hombres más poderosos del mundo (valorado en 64.100 mil millones de dólares) puede ir vestido como quiera donde quiera. Además, si lo sabe todo de los 44 senadores que lo interrogan, de sus familias y de sus amantes, todavía más; aceptar el dress code de la fiesta es ya una declaración de intenciones. Imagino que hacía parto de la puesta en escena para mostrarse cercano a la audiencia y reforzar su voluntad de cooperar. Lo explicitó sugiriendo propuestas porque el gobierno de los EE.UU. pueda supervisar la plataforma de alguna manera, un hecho al cual siempre se había mostrado contrario. Con la boca pequeña y sin concretar demasiado, pero lo hizo.

Otro de los momentos de humildad —o megalomanía, miráoslo cómo quered— fue cuando se refirió al escándalo de Cambridge Analytica: "Fue mi error, y lo siento. Yo creé Facebook, yo lo dirijo y soy responsable del que pasa". Me recordó la rueda de prensa del Valverde al acabar el partido del Barça contra la Roma con la diferencia que después de su comparecencia las acciones de Facebook subieron un 4,5%.

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