"Ni p... idea": Un elogio a los límites en la política

La pifia sucedió a las municipales de 2003. Había pasado un cuestionario a las cabezas de lista de los principales partidos en Girona, Barcelona, Tarragona y Lleida. Los hacía preguntas sobre la realidad económica y empresarial de cada municipio, porque de esto iba la publicación donde trabajaba. La dinámica era sencilla: yo enviaba las preguntas, y a la cabeza de unos días me respondían. Si tenía dudas, repreguntava y al final salía publicado el texto definitivo en papel, donde el lector podía comparar como se posicionaba cada candidato respete cada uno de los temas.

Pues bien: uno de los documentos que me enviaron tenía algunas respuestas en rojo y otros en negro. Parecía una versión de borrador del equipo de trabajo del candidato. Esto, al menos, interpreté. Inexplicablemente, había llegado a mis manos sin que se eliminaran los comentarios de la persona que preparaba las respuestas, que eran los trozos en rojo.

Estas eran las respuestas en rojo. Sin duda, el más interesante del documento:

- "Con la aplicación de la nueva Ley de Haciendas Locales, considera cerrado el modelo de financiación de los municipios?" Respuesta en rojo: ni p(...) idea.

- "Considera que las propuestas de reforma del Estatuto recogen suficientemente las aspiraciones del mundo local?" Respuesta en rojo: ni idea

- "Considera satisfactorio el ritmo de creación de empresas a la ciudad? En qué sectores cree necesario incentivar la aparición de nuevas?" Respuesta en rojo: apúntame sólo 4 cosas y ya lo redacto

- "Qué iniciativas propone emprender en materia de Sociedad de la Información?" Respuesta en rojo: Ni idea, y es un tema, quizás a incluir en el programa alguna referencia. Los faltó tiempos para escribir de nuevo y pedir que –por favor- no consideráramos el documento como definitivo. En unos días tenía ya un texto sin pasajes en rojo... y mucho más aburrido.

Una lástima: el texto en rojo era la parte que, de lejos, parecía más sincera y más creíble. Que un político reconociera sin tapujos que sobre algún tema no tenía ni idea, o ni p... idea, tenía su encanto. El caso vendía a propósito de las campañas electorales y las expectativas que generan los partidos con sus propuestas. Es cosa sabida que la credibilidad del candidato depende en buena medida de la gestión de las expectativas que despierta.

Durante años, la comunicación política se ha concentrado al captar, primero, qué expectativas generales tiene la ciudadanía y, después, presentar las propuestas del candidato como una respuesta concreta y firme a estas expectativas. Si prometes mucho, la gente espera mucho. Si prometes justamente aquello que más desea la gente, la misma gente será más proclive a hacerte confianza.

Hasta aquí el manual. La realidad es que la sobreexplotación de la prometida como recurso propagandístico parece, hoy en día, bastante evidente. Y cómo que es imposible contentar todo el mundo y hacerlo todo, muchas prometidas nunca realizadas o directamente irrealizables han sido el adobo del gran descrédito actual de la clase política.

A pesar de esto, la prometida es inevitable, y se vuelve a utilizar en el actual ciclo electoral. Podría pensarse que la cuestión no está en que los políticos abandonen su discurso de prometidas, sino al tener la manera de saber cuando un político está prometiendo por encima de sus posibilidades. Pero esto es demasiado difícil.

Quizás el problema no sean las expectativas que generan los políticos en los ciudadanos, sino las expectativas que los ciudadanos ponemos en los políticos. El político no es un fabricante de sueños, sino un gestor de la precariedad, más o menos dramática: es obvio que ni la mente más brillante puede resolver problemas que nos sobrepasan.

Por eso, las respuestas en rojo eran las buenas. Los "ni p... idea" y los "apúntame 4 cosas" moderaban expectativas. Reconocen los límites. Y admitir límites no es un acto de cobardía, sino el inicio de la recuperación de la confianza.
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