Una nueva oportunidad para reindustrializarnos

La pandemia de la covid-19 ha comportado una crisis sanitaria, social y económica, que ha generado en los primeros momentos desabastecimiento de alimentos y, sobre todo, de equipamiento médico básico (respiradores, mascarillas y batas) y después de vacunas. Estas carencias han evidenciado las desventajas de la globalización y del actual modelo internacional de las cadenas de producción y distribución, esquema en el que el continente asiático ha tomado el liderazgo mundial en los países desarrollados, especialmente Europa.

Con la recuperación económica de los últimos meses, se ha producido una crisis de aprovisionamiento de materias primas y componentes a escala internacional, por el impulso de la demanda y por los cuellos de botella en la oferta, agravada por problemas con el transporte marítimo y la logística. Un ejemplo ilustrativo lo tenemos en la falta de semiconductores en las cadenas de producción, que paran el montaje de vehículos y, en cascada, la actividad de muchos suministradores de productos y piezas para estos. De hecho, la brecha de entrega de pedidos de chips ha pasado de unas 13 semanas a más de 25 (de tres a seis meses), últimamente. De hecho, en la actualidad, buena parte de la industria de la automoción se está viendo afectada por este fenómeno de desabastecimiento, pero también otros ámbitos, como por ejemplo, el metal, la electrónica, el plástico o el embalaje. Este panorama vuelve a evidenciar el lado oscuro de la globalización y de la excesiva dependencia que el mundo tiene de determinados proveedores y países, muchas veces alejados.

Cuando las fábricas están lejos y la distancia se convierte en un problema de tiempo, capacidad de respuesta y gastos de transporte, se producen desajustes en las cadenas de valor de las empresas

La crisis provocada por la pandemia y la crisis de aprovisionamientos pone en cuestión toda la industria europea, y, también, el cambio de modelo económico y social que se quiere impulsar vía las transiciones energética y digital. Además, acentúa las dudas de las estrategias de deslocalización (offshoring) llevadas a cabo a finales del siglo pasado y durante los primeros 20 años del presente, en favor de países de otros continentes. Y es que cuando las fábricas están lejos y la distancia se convierte en un grave problema en tiempo, capacidad de respuesta y gastos de transporte, se producen importantes desajustes en las cadenas de valor de las empresas, inflacionando sus costes. Recordemos las mascarillas transportadas en avión o la subida del precio de los contenedores en transporte marítimo -que se han multiplicado por más de cuatro en el último año-.

En este contexto, tambalea el actual modelo económico mundial y la llamada división internacional del trabajo, y se abre una gran oportunidad para la Unión Europea y su reindustrialización, con relocalización de actividad (onshoring y nearshoring) incluida. Así lo ha entendido la Comisión Europea, como manifestó su presidenta, Ursula von der Leyen, en su discurso sobre el estado de la Unión el pasado 15 de septiembre, anunciando la European Chips Act, y, también, algunos países del continente. Francia, por ejemplo, anunció el pasado 12 de octubre el plan Francia 2030, de unos 30.000 millones de euros, que busca combinar reindustrialización e innovación, con el objetivo de lograr el liderazgo internacional y soberanía tecnológica y económica capaz de superar vulnerabilidades y debilidades que los últimos tiempos se han puesto en cuestión (material sanitario, semiconductores, baterías eléctricas, energía, materias básicas…).

La reindustrialización necesita recursos, cosa que significa dinero, pero también materias primas, tecnología y talento

Evidentemente, la reindustrialización no está exenta de riesgos. En primer lugar, conviene apuntar que necesita tiempo para materializarse, requiere un horizonte temporal medio o largo (entre cuatro y seis años como mínimo, por ejemplo). Esto implica definir un plan de acción que sea claro en los objetivos -cuantitativos- que hay que perseguir y en las medidas que harán posible su logro. Siempre es mejor pocas acciones, transformadoras, transversales y bien dotadas económicamente, que un abanico amplio de pequeñas medidas no alineadas con fines concretos. Un segundo riesgo para tener presente es que un proceso de reindustrialización romperá a nivel internacional el statu quo social y económico de bloques y de países, con consecuencias geoestratégicas y con efectos macroeconómicos no siempre positivos (subida de la inflación, cambios en la política monetaria, mayor intervención pública, conflictos, movimientos demográficos…).

Por otro lado, no se puede olvidar que la reindustrialización necesita recursos, cosa que significa dinero, pero también materias primas, tecnología y talento. No podemos ir adelante si no miramos con qué contamos detrás. Finalmente, hay que cuestionarse si un proceso de este tipo puede retrasar los retos medioambientales y energéticos que nos hemos marcado como sociedad o bien si, en otro sentido, se nos abre una oportunidad para impulsar nuevas iniciativas en estos ámbitos. Es decir, la reindustrialización puede sacar recursos de los retos medioambientales y energéticos o se pueden aprovechar estos para promover aquella en una dirección determinada. Por ejemplo, se puede potenciar el recurso y uso de las energías renovables y, a la vez, estructurar una industria –y unos servicios– especializada en estas.

Catalunya tiene una gran oportunidad en este contexto para impulsar su tejido productivo y hacer que la industria vuelva a lograr el protagonismo que a todos nos gustaría dentro de la sociedad. No podemos olvidar que en el 2000 contribuía directamente con cerca del 27% del PIB y ahora solo aporta el 19,8%. Muchos queremos que se incremente, como mínimo, hasta el 25%. Y esto con una fisonomía estructural en la que predominen las actividades de elevado contenido tecnológico, de demanda fuerte y exportadoras. La reindustrialización en Catalunya necesita la complicidad de todos y un claro compromiso gubernamental al más alto nivel, que se visualice en las dotaciones presupuestarias que sean necesarias para los próximos años.

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