Por favor Alexa. Gracias.

He resistido dos veces la tentación de comprarme un Echo Plus, el asistente inteligente de Amazon. Dos golpes he estado con el ratón encima del botón de Comprar ya que finalmente no he clicado.

El Echo, con sus diferentes encarnaciones —Dote, Echo, Plus y Spot— es en esencia un altavoz y un micrófono conectados en internet capaz de reconocer el que le decimos y de actuar en consecuencia. Adentro trae el Alexa, que vendría a ser la Siri de Apple. Alexa es el mayordomo perfecto: quién nos recuerda el próximo partido del Barça, quién nos pone la música que le pedimos, quién nos reproduce el último episodio del podcast, quién nos dice qué tiempo hace afuera y quien sabe cuánto tardaremos a llegar al trabajo con el tránsito de la mañana. Nos guarda mensajes de voz por otros miembros de la familia, nos apunta recordatorios al calendario, controla los aparatos conectados casa y nos explica entre otras muchas cosas. Todo esto a unos precios de lanzamiento que van de los 35,99 (sin oferta 59,99) de la Echo Dote, hasta 89,99 (149,99) de la Echo Plus. No hacer clic con estas condiciones es un acto militante.

Més info: Se acerca la guerra de los asistentes de voz

Conozco bien el Echo de Amazon y el Alexa. El verano del 2017 pasé un mes con ella a San Francisco. Ella vivía al piso de arriba, al estudio, y yo tenía mi habitación al piso de bajo junto con la cocina y la sala de estar en un apartamento de espacios abiertos. En un principio pensé que todo aquello que me podía ofrecer el Alexa ya lo tenía al móvil con la Siri. Pero un día, de manera inconsciente, mientras me preparaba el almuerzo le pregunté qué había hecho el Barça. Me sorprendí a mí mismo por la naturalidad con la cual me dirigí. A la cabeza de un rato, mientras leía la actualidad a Twitter, se me acudió preguntarle que qué tiempo hacía. No hace falta que os diga que la siguiente orden fue que me tradujera los grados Farenheit a Celsius. Un golpe roto el hielo la relación fue muy natural: Alexa ponme Ramones, Alexa qué hora está en Barcelona, Alexa explícame un chiste…

En un excelente apunte a su blog, el también sanfransicà Hunter Walk, socio del capital riesgo Homebrew y ex de YouTube, Google y Second Life, escribía el 2016 que el Amazon Echo estaba volviendo sano hija de cuatro años en una maleducada. El razonamiento es muy simple: enseñamos los niños a pedir las cosas por favor y a dar después las gracias y con Alexa esto no existe, no le hace falta uno gracias antes de iniciar otra tarea. Escribe Hunter: "Cognitivamente, no estoy seguro que los niños entiendan que pueden tratar mal Alexa, pero no una persona. Como mínimo, crea patrones y refuerzos que, siempre que vuestra dicción sea buena, podéis obtener todo el que quered sin necesidad de educación."

"Estamos condenados a vivir y entendernos con las máquinas pero de momento todavía están más preparadas que nosotros"

En otra pieza excelente en el New York Times de ahora hace un año titulada "Co-Educando con el Alexa", Rachel Botsman explicaba la evolución de la relación de su hija de tres años con el Alexa. Observó como cambiaba de pedirle de información —qué tiempo echa— a delegarle decisiones —qué me pongo?—. Cómo en Hunter, también vio como sano hija era brusca con la Alexa mientras dudaba de si le ofendía los sentimientos. A menudo el primer buen día de la niña era por la Alexa. Un estudio del Media Lab del M.I.T. con 27 criaturas de entre 3 y 10 años que interactuaron con asistentes como Alexa o Google Hombre, concluía que los menuts perciben los asistentes como personas reales; las preguntas más comunes eran las personales cómo "Cuántos años tienes", "Qué eres" y "Dónde vivos".

Atribuimos al Alexa muchas más calidades de las que no tiene; cómo que nos habla la creemos persona, como que lo sabe todo la creemos inteligente y cómo que vive en casa la creemos de la familia. Dejar entrar un extraño a casa tiene consecuencias imprevisibles, sobre todo cuando este alguien es un comercial de la tienda más grande del mundo. Estamos condenados a vivir y entendernos con máquinas pero de momento todavía están más preparadas que nosotros; la diferencia es que ellas no son inteligentes y nosotros sí. De momento no he hecho clic todavía.

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