Cuando pensamos en las compañías que lideran la vanguardia del futuro tecnológico, las imaginamos como refugios de profesionales con talentos excepcionales. Las propias empresas tecnológicas han fomentado esta imagen: vemos espacios diseñados específicamente para llevar la creatividad de personas brillantes al máximo, cuidando a estos individuos con habilidades casi míticas, como si fueran de oro, ya que son los magos modernos que convierten en realidad cualquier futuro posible. Sin embargo, un reportaje realizado por la cadena de televisión CBN ha generado controversia al revelar las deplorables condiciones laborales de los programadores que trabajan en el ámbito de la inteligencia artificial. Algunos de estos programadores hablaron de espaldas a la cámara y explicaron que prefieren mantener el anonimato debido a las posibles repercusiones de trabajar en un sector que trata a las personas como si fueran líneas de código defectuosas. Denunciaron jornadas laborales interminables, comparables a la esclavitud, y constantes presiones a cambio de salarios que rozan la miseria.
Se ha convertido en algo cotidiano o semanal desde hace algún tiempo: estudios o informes de dudosa credibilidad que hablan inevitablemente sobre el impacto negativo que la tecnología —y en particular la inteligencia artificial— tendrá en el empleo. El más reciente (y evidentemente, ni será el último ni el más científico) lo vi en The New York Times, y después de leerlo completamente, aporta pocas novedades: presenta conclusiones que ya conocemos o sospechamos. Entre otras cosas, afirma que más de la mitad de los empleos actuales están bajo la presión de la inteligencia artificial, lo que tendrá un gran impacto en el mercado laboral, de manera directa e indirecta. De hecho, la pérdida de empleos se concentrará en profesiones o tareas con salarios que no superan los 30.000 dólares anuales, lo que aumentará aún más las brechas en el poder adquisitivo.
"Más de la mitad de los empleos actuales están bajo la presión de la inteligencia artificial"
La cara y la cruz no pueden separarse, forman una sola moneda: no puedes elegir una sin aceptar la otra. Es importante mantener esto en mente si queremos realizar un análisis honesto y evitar sorprendernos por las contradicciones: una cosa y su contraria pueden ser completamente posibles. Es cierto que gracias a la tecnología se están desarrollando nuevas oportunidades profesionales, abriendo futuros posibles difíciles de imaginar, y, al mismo tiempo, es verdad que esa misma tecnología está destruyendo empleos de manera masiva, con consecuencias catastróficas. Asimismo, es verdad que muchas empresas están desarrollando modelos y culturas a escala humana, creando nuevas condiciones para cuidar y fomentar el talento, pero, en el mismo contexto y lugar, seguimos aplicando reglas propias de culturas basadas en el control.
Pegamos la lista de la compra en la puerta del frigorífico y luego le sacamos una foto con el móvil. Escribimos a mano mensajes que se nos ocurren en un trozo de papel para luego publicarlos en las redes sociales. Sí y no. Pero no.