Opinión

No culpes a Twitter de nuestros problemas

Se ha hecho lugar común en determinados entornos decir que Twitter y Facebook favorecen la polarización de la sociedad a través de sus algoritmos. No seré yo quien cuestione esta realidad, que se ha contrastado empíricamente en varias ocasiones por parte de equipos de investigación diferentes.

Ahora bien, de aquí a culpar Twitter de los problemas de deterioro del debate público y político hay un trecho.

Esto viene a cuento de un segundo lugar común que se está abriendo paso, especialmente en gente de mediana edad en adelante. En efecto, hay quién de esta constatación (en concreto, del hecho que hay una relación entre redes y polarización) extrae una curiosa conclusión: la de que las redes son una amenaza para la convivencia social y para el debate político.

Me explicaré.

En primer lugar, hay que admitir que el formato y el medio que utilizamos para informarnos y comunicarnos no es inocuo, y de hecho es indudable que tienen una incidencia en nuestro grado de polarización y también en el de desinformación. Pero atribuirle toda la responsabilidad nos aleja de un diagnóstico completo. Las redes no inciden de manera muy distinta a como lo hacen la televisión generalista, o las tertulias de radio, o los diarios de papel. La diferencia está en que el consumo en redes está más ligado a nuestras decisiones y a las de la comunidad digital a la cual pertenecemos. En este sentido, ¿por qué no criticamos la dinámica del tertulieo ideológicamente previsible y a veces meramente visceral, de valor informativo variable y de profundidad interpretativa no siempre apreciable, que ha invadido los espacios informativos televisivos y radiofónicos?

"Las redes no inciden de manera muy diferente como lo hacen la televisión generalista, o las tertulias de radio, o los diarios de papel"

En segundo lugar, también se constata que el uso de las mismas redes, de hecho, a algunos les ha permitido conectar con otros mundos y consumir conocimiento valioso, y a otros les ha polarizado y cabreado profundamente, influyendo en su comportamiento electoral y en la manera en cómo se relaciona con su entorno.

En definitiva, con todo esto quiero decir que el factor decisivo no es el meramente tecnológico: hay una cuestión previa, que afecta a la misma concepción de lo que tiene que ser el debate público. El problema, dicho brevemente, es que sin darnos cuenta hemos perdido capacidad de escuchar opiniones que nos cuestionen, y vemos la discrepancia pública como un problema. De hecho, los acosos en redes contra el disidente de cualquier otra tribu diferente de la nuestra... ¿no se pueden explicar -en algunas ocasiones al menos- quizás por el hecho que no queremos que nada estorbe el confort de la misma burbuja de prejuicios donde nos encerramos (burbuja que la tecnología puede generar sólo en la medida que nosotros la dejamos crear)?

"Sin darnos cuenta hemos perdido capacidad de escuchar opiniones que nos cuestionen, y vemos la discrepancia pública como un problema"

La sociedad ha estado siempre entre polos: derecha-izquierda, Barça-Madrid, arriba-abajo, tortilla sin cebolla-tortilla con cebolla, creyentes-no creyentes, iOs-Android, cocinar con mantequilla-cocinar con aceite de girasol, ColaCao-Nesquick, Nocilla-Nutella, y tantos otros dilemas. La polarización se está convirtiendo en la etiqueta negativa hacia las discrepancias legítimas que ponen más en valor el sistema democrático en el cual vivimos.

La discrepancia no se puede ver como una amenaza para la democracia. Al menos, resulta mucho más peligroso para la democracia que -a fuerza de poner tanto el acento en los excesos formales de la discrepancia, la polarización de la que tanto se habla y que tiene un aspecto negativo- acabemos por reclamar la conveniencia de que todos pensemos igual. Y ya se sabe que esto de que todo el mundo públicamente piense lo mismo es algo que no caracteriza precisamente a la democracia.

Twitter no es culpable de nuestros problemas de polarización: es el espejo de las incapacidades de tolerar, debatir civilizadamente y convivir con el diferente. Porque, por más que nos enfademos, al final nos las tenemos que ver para convivir aceptando que otras piensen diferente. Y esta es la grandeza de la democracia.