Opinión

El abrazo del unicornio

Los despidos masivos en las compañías tecnológicas son el baño de realismo que puede pinchar una burbuja virtual que empezaba a generar un ambiente de alta toxicidad. No me refiero a ninguna empresa en particular, sino a algunas tendencias de organización del trabajo, y de concepción del papel de las empresas y de los empleadores, donde algunas mentiras ya empezaban a ser peligrosamente verosímiles.

En el momento de su máxima popularidad, sentías el planteamiento de algunos entornos de trabajo vinculado al sector de las tecnológicas y las startups, y aquello no sonaba a puesto de trabajo: aquello sonaba a aventura, a disrupción y a misión en la vida. Incluso, las empresas que adquirían un valor superior a los 1.000 millones se las denominaba Unicornios. Sí, era un ambiente tan mágico que podías cabalgar sobre un unicornio y vivir en la vanguardia del progreso de la humanidad.

Los despidos masivos en las compañías tecnológicas son el baño de realismo que puede pinchar una burbuja virtual

Estas elevadas expectativas -y la habilidosa gestión que se pudiera hacer- permitían atraer al sector un talento humano muy valioso, que a su vez hacía más cercano convertir la idea soñada en una realidad. Esta narrativa era muy poderosa, y venía acompañada por un contexto de trabajo a la altura. Unas oficinas que parecían la sala de estar de casa, una indeterminación horaria y toda una serie de actividades complementarias que velaban -y velan- por el bienestar del trabajador.

La carga de buenas intenciones de todas las medidas para favorecer tanto bienestar no obstaba porque en el día a día, esto propiciara que más y más facetas del trabajador estuvieran vinculadas a una ocupación, la profesional, que en sí misma ya es importante, pero que se sobredimensionaba. Un trabajo que no solo ofrece el salario, la realización de un servicio a la sociedad y la adquisición de un oficio, sino que también proporciona las amistades, los ratos de ocio, las inquietudes sociales -estas grandes compañías que abanderan causas diversas- y tantas otras facetas de la existencia. Unicornios por todas partes.

Todo este planteamiento tenía los dos pies de barro. El primer pie de barro era que, en algunos casos, la actividad épica tecnológica no siempre era tan disruptiva como se vendía -podía ser legítimamente mucho más modesta, como recoger muchas licencias VTC y copiar una app de los Estados Unidos-, cuánto no manifiestamente más prosaica o problemática -precarización de un sector de trabajadores por obra y gracia de la tecnología. ¿Y el segundo pie de barro era que, del impacto sobre la vida del trabajador que compraba toda la propuesta vital de la empresa, el día que este trabajo desapareciera, que hacemos?

Imagen de un vehículo VTC | ACN

La empresa como organismo total es una de las tendencias que se va haciendo más grande dentro de esta especie de fiebre del oro tecnológica. Nos hemos acostumbrado incluso a que las empresas se posicionen ideológicamente en cuestiones que no tienen mucho o nada que ver con su actividad principal, con unas formas que recuerdan los corporativismos felizmente abandonados del primer tercio del siglo XX.

Unos posicionamientos que responden, demasiado a menudo, más a una estrategia de marketing que a una consecuencia lógica de su razón de ser y de existir. Personalmente, siempre he preferido que las empresas hagan políticas de responsabilidad social que pasen, principalmente, por hacer con un estándar ético y socialmente responsable su actividad principal: ¿qué sentido tiene que una entidad financiera se llene de iniciativas de apoyo a los vulnerables y después cargue comisiones mal explicadas a clientes desprevenidos? ¿O que una empresa de servicios auxiliares firme un convenio con una ONG mientras no garantiza unas condiciones laborales aceptables para sus trabajadores?

Siempre he preferido que las empresas hagan políticas de responsabilidad social

La gestión de las expectativas respecto de lo que tiene que proporcionar un puesto de trabajo y una empresa es uno de los aspectos a revisar, y los despidos masivos pueden ayudar a repensar. La empresa no puede prometer ni puede atender todas las necesidades, ni es bueno que lo haga, primero porque es mentira (no es posible), y segundo porque si no se corre el riesgo de convertirse en una jaula de oro, en un tipo de colonia textil del siglo XXI (con una sala de meditación en lugar de una capilla, pero por el resto bastante similar), que proporciona una seguridad y una predictibilidad muy preciada ante el miedo y la incapacidad para gestionar entornos de alta incertidumbre. La empresa puede tener un impacto positivo, y lo tiene que tener, pero no puedes dejar que te haga el abrazo del oso. O del unicornio.