Más allá de la fatiga

Los días alrededor de fin de año son la oportunidad que nos damos todos juntos de volver a ser como los niños que no calculan, y de volver a soñar. Un retorno hacia entornos donde los gestos tienen formas de gratuidad y apariencia de corazón grande.

Aunque parezca un paréntesis mágico, unos días en los que nos queremos tratar los unos a los otros por lo que somos (hermanos, hijos, parejas, amigos) y no por lo que producimos o somos capaces de intercambiar (clientes y proveedores de servicios, pagadores y cobradores de impuestos, compradores y vendedores de productos), los días del parón de Navidad son el último de los desafíos en la rueda materialista que nos hace buscar el resto del año, la rueda que de todo hace transacción y materia.

Que se entienda: la fiesta de Navidad y Fin de Año es también una fiesta del consumo, y el mercado busca fórmulas para introducirse por cualquier rendija... pero la lógica por la cual consumimos y celebramos sigue teniendo una aspiración a que la faceta humana se imponga por encima de la valoración económica. Esto explica que sea una época donde simultáneamente a esta celebración del amor mutuo, afloren reacciones cínicas, de personas que impúdicamente hacen gala de no creer en la rectitud y la sinceridad de la sociedad.

La fiesta de Navidad y Fin de Año es también una fiesta de consumo, y el mercado busca fórmulas para introducirse por cualquier rendija

Pero no me interesa hablar del cinismo, sino de la fatiga. Porque la fatiga acumulada de todo el año encuentra en estos días un cierto descanso físico y también psicológico. Poder pasar unos días despreocupado de las constricciones que tienen a uno encarcelado el día a día: la maquinaria de la cual es difícil sustraerse, y que nos pasa como una apisonadora hasta dejarnos fatigados. Me refiero a la idea sobredimensionada de mercado según la cual todo el mundo puede ser autosuficiente algún día si se esfuerza, la felicidad se puede comprar con dinero y todo se puede reducir a una relación transaccional. La idea obsesiva de reducir la realización personal al logro de unas expectativas predominantemente individuales que sean cuantificables. Es decir, una promesa utópica de un paraíso en la Tierra.

Tal lógica materialista es tecnoidolátrica y eficientista hasta la obsesión y se traduce en una manera de enfocar la vida social y laboral enormemente tecnificada centrada en la eficiencia económica de todo, que bajo un indudable atractivo, ha conseguido llevar masas de trabajadores hacia la autoexplotación, que la narrativa oficial sabe vender como autorealización. Y, de rebote, afecta a la manera de enfocar la vida política. Sin que hayamos parado mucha atención, se ha instalado una desconfianza general exagerada respecto a los responsables políticos, a los cuales se los considera ineficientes y corruptos, haciendo una enmienda en la totalidad a una función de gestión pública que es al final imprescindible, guste o no. La decepción respceto a la democracia liberal está llegando hasta el absurdo que haya quien se queje del pluralismo o que lamente la diferencia de opiniones a la sociedad... como si la homogeneidad en cosas opinables fuera un bien social. Y no nos extrañe que empiecen a ganar apoyo opciones políticas que reclaman políticos que se asemejen más a gerentes de multinacionales que a servidores del pueblo. Personalmente, prefiero mil veces más una sociedad polarizada que es capaz de confrontarse a través de un sistema democrático liberal (votaciones, propuestas políticas, partidos, etc.) que no una sociedad monolítica llevada con un eficiente gestor que no tiene interés en representar a todo el mundo. La política permite abordar las posibilidades desde la soberanía popular, que no siempre va de la mano de las normas del mercado.

¿Podemos ser más escépticos respecto al mito de la autorealización y de que todo se puede comprar?

La presión se hace antipáticamente pesada... hasta que llega la Navidad, y con ella, la fatiga que reclama tiempo muerto. La fatiga parece lo único que, a estas alturas, consigue frenar a un mercado que nos agota tanto con su implacabilidad.

Cuando volvamos a trabajar, en unos días, ¿dejaremos que el mercado vuelva a imponer su norma quizás porque, en el fondo, no nos creemos que el mundo pueda ser de una manera diferente. Pero, ¿podemos ir más allá de la fatiga? ¿Podemos ser más escépticos respeto al mito del autorealización y de que todo se puede comprar? Personalmente, la respuesta es siempre afirmativa, siempre que se asuman los dos ingredientes fundamentales para ser un agente en el cambio necesario: que tengamos un motivo suficiente, y una disposición a asumir los costes de esta libertad. ¡Feliz año nuevo!

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