Imagen del puente de Crimea | iStock

Afterwork

Desde Crimea: I guerra en Sebastopol

La región produce unos vinos remarcables si tenemos en cuenta las vicisitudes que aquel territorio ha pasado

Los diarios de Catalunya publicaron, hace unos años, un anuncio de la Universitat de Barcelona. Aparecía un listado con diez apellidos de larga tradición catalana. Decían que si tu apellido estaba en la lista, les enviaras un email y ellos te harían llegar un kit para poner tu saliva. Así lo hice.

Me contestaron con un completo informe sobre mis ancestros y de como se habían ido moviendo a lo largo de los siglos. Como muchos de nosotros, confirmé que mis orígenes están cerca del Caucas, entre el mar Caspio y el mar Negro. Y ahora hace unos días leí en Le Monde que alguien había hecho una cosa similar con las viñas. Con todas las viñas europeas. Resulta que las nuestras provienen, también, del lugar donde habitaron mis ancestros. ¡Vete a saber si alguno de ellos no vino con uva en el zurrón!

Todo esto viene porque Crimea y la región que la rodea produce unos vinos remarcables si tenemos en cuenta las vicisitudes que aquel territorio ha pasado. Nosotros, que somos un poco esnobs, miramos por encima del hombro a los productores de vinos de aquella zona sin ser conscientes que el vino nació por aquellos rodales. Este posicionamiento arrogante era, al menos, mi actitud cuando visité la región de Anapa, cerca de Krasnodar, en el sur de Rusia.

Nosotros miramos por encima del hombro a los productores de vinos de aquella zona sin ser conscientes que el vino nació por aquellos rodales

Sobre todo porque el objetivo del viaje era visitar diferentes bodegas por temas de trabajo. Aquella gente solo había podido volver a iniciar la producción de vino a principios de los 1960, cuando Jruschov lo autorizó, mucho después que Stalin hiciera arrancar las viñas. Tuvieron que empezar de cero. Por eso algunas de ellas tienen un busto de Jruschov en la entrada. También pude certificar que la mayoría de maquinaria de tratar la uva y hacer vino es italiana.

El caso es que la primera vez que vi Crimea fue de lejos, desde la banda rusa del estrecho de Kerch -que cierra el mar de Azov-, sin poder acceder, debido a que el puente promovido por Putin estaba todavía a medio construir. Como me quedé con las ganas de visitar la península de Crimea, más tarde mi mujer y yo la visitamos.

Solo se puede llegar desde Rusia, debido a que se considera tierra en conflicto. Nosotros lo hicimos en avión, porque los istmos lo unen solo con Ucrania. Ahora hay el puente sobre el estrecho de Kerch. Las motivaciones para visitar Crimea eran principalmente históricas. Hay dos ciudades remarcables: Yalta y Sebastopol.

La capital, Simferópol, no tiene demasiado atractivo. ¿Pero qué me dicen de Yalta? Yo siempre la había retenido en la memoria con tres hombres sentados en una especie de claustro: Churchill, Roosevelt y Stalin. Y es que en Yalta tuvo lugar, durante la semana del 4 al 11 de febrero de 1945, el encuentro, bajo mi criterio, más importante de la Segunda Guerra Mundial. Se reunieron las delegaciones del Reino Unido, Estados Unidos y la URSS.

Allá, en el palacio de Lebadea, magníficamente situado, se diseñaron las fronteras que tendría Europa al acabar la guerra. Hoy en día, Yalta es una población tranquila, muy turística. La fachada marítima se asemeja a la de tantas que tenemos nosotros en la costa. De momento, pero, y a pesar de las desgracias, no ha podido ser devastada al mismo nivel. ¿Quién ha dicho que la paz, a veces, no puede ser también destructora? Nosotros somos un buen ejemplo.

Imagen conjunta de Churchill, Roosevelt y Stalin | Wikimedia Commons

La otra ciudad relevante es Sebastopol. En la época soviética era la base militar marítima del sur más importante de la URSS. Ahora lo es para Rusia. Naval y aérea. El permanente ir y venir de los aviones de combate nos recordaban que a escasos 800 kilómetros tenía lugar la guerra de Siria -de hecho, todavía es así. Sebastopol siempre ha sido sinónimo de militar. Pero es una ciudad de un gran atractivo estético e histórico. Los recuerdos me dicen que se come mejor en Sebastopol que no en Yalta. El turismo mata la buena cocina, ya se sabe.

Los catalanes nos detenemos cuando escuchamos hablar de negocios de guerra. Pero buena parte de nuestro bienestar es gracias al hecho que otros hacían la guerra. La Primera Guerra Mundial consolidó unas ventas de productos hacia Europa inimaginables, bajo otras condiciones. Y, mira por dónde, nuestra revolución industrial recibió grandes inyecciones de dinero a raíz de la Guerra de Crimea (1853-1856) en la que participó nuestro general Prim.

Una guerra entre rusos y turcos que, como es habitual, empezó a captar adeptos por los dos bandos hasta que la cosa se envolvió más de la cuenta. Bien, el hecho es que para nuestros incipientes industriales aquella guerra fue una bendición de Dios -el país tiene tendencia a mezclar el hecho sagrado a todas horas, sea para agradecer o para renegar. En la época se empescaron el famoso "Que Dios nos dé lluvia, sol y guerra en Sebastopol".

La península de Crimea siempre ha sido codiciada. Es una tierra fértil con grandes posibilidades agrícolas. Pero también está situada en un lugar estratégico, una punta de lanza que ha permitido, a lo largo de los siglos, tener puertos al imperio ruso. Con entrada al Mediterráneo. Los puertos norteños de Rusia se empeñan a estar habitualmente congelados y lejos de donde se cuecen los eventos geoestratégicos importantes.

Nosotros tenemos una idea bastante equivocada de los nexos entre Crimea y Rusia. Es un problema derivado de no conocer bastante su historia. Esta ignorancia y el abalanzamiento puede derivar en conflicto, como es el caso. ¿Es Crimea rusa? ¿O más bien es ucraniana?

En el siglo XIII se establecieron los mongoles, que no dejaron nunca de mantener trifulcas con las naciones y los imperios vecinos, entre ellos los otomanos. A finales del siglo XVIII, la península pasó a manos de Rusia por la anexión que hizo Catarina la Grande -la mujer más poderosa de la época en todo el mundo. Con diferentes avatares, Crimea entró en la época soviética integrada dentro de la República Socialista Soviética de Rusia.

Llegado el 1954, pero, Nikita Jruschov separó Crimea de Rusia y la asignó a Ucrania, a pesar de que entonces la población, igual como ahora, era mayoritariamente rusa. El hecho no tuvo más trascendencia que la de un acto administrativo. E la URSS, el federalismo era una farsa y el sistema estaba perfectamente centralizado en Moscú, como ya hemos visto.

Nosotros tenemos una idea bastante equivocada de los nexos entre Crimea y Rusia

De hecho, según parece, fue solo una de las tonterías de Jruschov (como si Franco hubiera extraído de Aragón la provincia de Huesca para anexionarla a "la laboriosa Cataluña"). Pero he aquí que, con el colapso de la URSS, Ucrania se declaró independiente (1991) y, de paso, se llevó con ella Crimea (como si Catalunya se declara independiente y quisiera llevarse la Huesca que le había asignado Franco. ¿Qué diría Aragón?). Era una situación chocante, porque hasta hace treinta y siete años –es decir, cuatro días, si se mira con perspectiva histórica– había sido territorio ruso.

A pesar de todo, la población votó afirmativamente la propuesta de Constitución ucraniana por algo más del 50% del censo (1996). Pero, cuando el gobierno de Ucrania dejó de ser prorruso y abandonó la tutela de Rusia (2013-2014) y el nuevo gobierno ucraniano se declaró abiertamente proUnión Europea, hubo protestas ciudadanas en Crimea y se organizó un referéndum de autodeterminación que no fue reconocido internacionalmente y que, según dice Moscú, se ganó por más del 97%.

Las autoridades de Crimea decidieron, pues, declararse independientes de Ucrania y a continuación entrar a formar parte de Rusia. La falta de acuerdo con Occidente por la manera irregular de como se había llevado todo ello provocó unas sanciones económicas a Rusia que fueron contestadas con embargos en las importaciones de productos frescos de Occidente. En resumen, una espiral tan grande como inútil.

Si se hubiera resuelto el conflicto de entonces -lo del 1991 primero, y el de 2013 después-, probablemente hoy no seríamos donde somos. De la visita a Crimea, de mi estancia en Rusia y de la lectura de la historia, saco la conclusión clara que Crimea es, de momento, una parte de Rusia. No nos tendría que hacer daño aceptarlo.

El hecho que Putin sea un animal, no impide que la historia sea la que es. Pensar que nuestros enemigos y los malvados no aciertan nunca y decidir que con ellos no nos sentaremos nunca a discutir es un error que se paga grave. Y Crimea nos lo recuerda.