El museo de la independencia

Las manifestaciones de la Diada, además de ser un gran ejercicio físico (alguien tendría que revisar esto de las 17:14 de cara a futuros septiembres) es también un gran ejercicio de fisicalización; una materialización de la fuerza del movimiento independentista más allá de cifras y estadísticas.

Referida a la información, la fisicalización es un neologismo calcado del concepto de visualización. La visualización de información es la disciplina que se ocupa de transformar los datos en información, aportándoles contexto que presenta de manera visual que nos ayuda en la toma de decisiones.

La fisicalización de datos se ocupa de transformar datos en información aportándoles contexto que se presenta de manera física

Una buena visualización de información correlaciona dos o más variables, integra datos de varias fuentes y formatos, explica una historia e invita a la acción. Cuando hablamos de visualizaciones de datos hay que citar el maestro de maestros Edward Tufte. Fue él quien en su libro The Visual Display of Quantitative Information popularizó lo que seguramente es la madre de todas las visualizaciones: la campaña de Napoleón de Rusia de Joseph Minard en 1869. La visualización cruza los datos de los kilómetros andados con los de las temperaturas con el número de soldados que iban cayendo en cada punto de la campaña. Una obra maestra.

Fisicalizar es visualizar en 3D. La fisicalización de datos es la disciplina que se ocupa de transformar datos en información aportándoles contexto que se presenta de manera física. Esto se hace mediante objetos, sensores y actuadores, proyecciones o cualquier tecnología que permita modificar el espacio o su percepción de acuerdo con los datos. Tal y como lo hace una buena visualización, una buena fisicalización integra datos de varias fuentes y formatos, explica una historia e invita a la acción.

Lo podemos ver con uno con un caso de km0. Todos sabemos de la emergencia climática y de sus consecuencias. Podemos ver muchos gráficos de evolución de las temperaturas, de las emisiones de CO2, de la excesiva disminución de hielo en los polos, muchos documentales de Al Gore o de David Attenborough en la BBC. Todos nos interpelan —nos va la existencia— y todos invitan a la acción; a cerrar el grifo, moderar el aire acondicionado o a hacer un consumo más responsable. Esto es visualización.

Desgraciadamente también tenemos la fisicalización. Subir a la montaña y ya no encontrar aquel helero que veías de pequeño, ver el campanario entero del pantano de Susqueda, sufrir una granizada mortal o la menguante nieve natural en las pistas de esquí. Convendréis conmigo que una buena fisicalización nos interpela y llama más a la acción que una buena visualización.

El Nobel de literatura turco Orhan Pamuk escribió entre los años 2002 y 2008 el libro El museo de la inocencia un retrato de la burguesía turca de Estambul de la segunda mitad del siglo XX. Una historia de clase y de desigualdad de género tejida alrededor de una historia de amor obsesivo que te tiene enganchado de la primera a la última página. Al mismo tiempo que lo escribía montaba el museo homónimo en una casa del barrio Çukurcuma en Estambul que en el 2012 abría sus puertas al público. Tuve la ocasión de visitarlo la semana pasada y quedé atrapado. De hecho, a medio leer el libro, se puede decir que todavía estoy ahí.

El museo muestra todos los objetos que salen en la novela en diferentes vitrinas, tantas como capítulos tiene el libro (sería también correcto decir que el libro tiene tantos capítulos como vitrinas tiene el museo). Hay de todo: fotos de los protagonistas, zapatos, ceniceros, botellas de refrescos, cajas de cerillas, de tabaco, botones, relojes, joyas, vestidos, cartas, postales, tapones, pañuelos e incluso 4.000 puntas de pitillo perfectamente dispuestas en una cuadrícula. Un libro que es un museo que es un libro. O al revés. Pamuk dice que los museos siempre enseñan los objetos más valiosos de la gente rica e influyente y que él quiso hacer un museo de los objetos cotidianos de la gente anónima. Al final, el museo acontece una grande fisicalización de la vida, en este caso la del siglo XX en Estambul.

Pamuk quiso hacer un museo de los objetos cotidianos de la gente anónima

Volviendo al principio, veo Un museo de la independencia al estilo del de Pamuk; un museo con las fotos de los protagonistas, calzado deportivo, camisetas, fiambreras, botellas, móviles, pines, chapas, memes, pañuelos y puntas de pitillo recogidas en los últimos 10 años de manifestaciones, un museo que fisicalizaría la vida política en Catalunya en el primer cuarto del siglo XXI.

Estaría bien que la última vitrina fuera la misma que la del Museo de la inocencia, la que da nombre al último capítulo del libro y que lleva por nombre Felicidad.

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