Negro, rojo y humanidad

El pensador norteamericano Noam Chomsky explora en su último libro 'Sobre el anarquismo' las bases humanistas del proyecto libertario y su proyección como herramienta emancipatoria

El pensador Noam Chomsky. | EP El pensador Noam Chomsky. | EP

"El socialismo no se preocupa por cuestiones humanas; el socialismo pone las condiciones para solucionar nuestros problemas humanos". En una sugerente respuesta a uno de sus interlocutores al segundo capítulo de su último libro, Sobre el anarquismo (Capitán Swing, 2021), el filósofo, lingüista, politólogo y una miríada de títulos más Noam Chomsky parece establecer una separación categorial entre las bases materiales de la vida humana y su desarrollo. Cuestionado por la posibilidad de un contrato social en que convivan la necesaria colectividad humana con el respecto a las expresiones individuales, el filadelfí plantea que un modo de producción basado en la propiedad colectiva de los medios puede ofrecer las condiciones para el desarrollo humano, pero no el desarrollo humano en sí mismo – o, como mínimo, no es esta su responsabilidad.

En Sobre el anarquismo, Chomsky intenta unificar varias reflexiones alrededor del movimiento libertario, su pensamiento, sus orígenes y sus proyectos estratégicos. El pensador parte de una exploración genealógica, con que recoge referencias de Proudhon hasta Rocker; de Abad de Santillán a Guerin, con las cuales establecer, esencialmente, las bases políticas del bloque. Chomsky elabora un primer capítulo de puesta en escena. El autor establece dos ideas centrales: La primera, que el anarquismo es necesariamente anticapitalista – algo que, como refiere el mismo autor, es muy evidente en Europa, pero no tanto en los Estados Unidos, donde los herederos más ultramontanos de lo peor de la escuela de Chicago han cambiado el rojo por el amarillo y por una serpiente de Gadsden que suplica no ser pisada.

"Reflexión y acción tienen que progresar tanto como sea posible, a espera del día en que la investigación teórica devenga una guía fiable para la lucha por la libertad y por la justicia social"

La segunda, no más necesaria pero sí menos tópica a ojos europeos, es la relación del anarquismo con la autoridad. Pese a la separación que comparte entre socialismos libertarios y socialismos autoritarios, como descalifica la experiencia soviética, Chomsky se esfuerza en remarcar que el pensamiento libertario no es necesariamente el rechazo a cualquier forma de autoridad, sino la crítica permanente. Es decir, el anarquismo, como lo defiende Chomsky, sitúa en el tejado del poder la pelota de demostrar su legitimidad – una tarea ardua, reconoce – y aboga por la erradicación de cualquier poder que, en un momento concreto, sea incapaz de explicarse y justificarse. Vale cuestionarse en este punto si no son válidas, pues, las explicaciones que reconoce a Engels sobre la necesidad de la toma de control de los aparatos del Estado por parte de los trabajadores. Aquí Chomsky se remite a las cinco tesis sobre la lucha de clases del socialista revolucionario Anton Pannekoek, en que se establece que ningún Estado puede ejercer el control democrático de la industria, en cuanto que este corresponde exclusivamente a sus trabajadores.

El formato reflexivo de las primeras páginas, que sirve para establecer los cimientos de su visión del anarquismo, es sustituido por un diálogo – una clase, o una suerte de town square con un público que remite preguntas al autor – en que, mediante las dudas recibidas, Chomsky intenta establecer unos horizontes prácticos para el anarquismo. Una de las aportaciones más interesantes que hace es su aceptación de los adelantos graduales en las condiciones materiales de las clases trabajadoras. Ante el rechazo que reconoce dentro de su trinchera a lo que se podría considerar cómo "reformismo", Chomsky pide un diálogo entre horizontes transformadores y gestión de condiciones realmente existentes. "Es un objetivo de suma importancia, pero la disolución del Estado es una meta muy lejana, y primero tenemos que afrontar problemas más apremiantes", establece. Táctica y estrategia, que diría aquel.

El formato sigue mutante, con un tercer capítulo dedicado al caso español: un denso – si se compara con el resto de apartados – repaso a la revolución social durante la Guerra Civil Española, en que Chomsky rememora las potencialidades de esta, sus varios adversarios y cómo se cortó las alas al proyectos políticos que, en 1936, parecían a punto de disputar el nuevo mundo. El norteamericano mantiene durante todo el capítulo la mirada sobre el afán de Stalin por atraer sectores de la burguesía a un proyecto republicano socialista sin hacer saltar las alarmas de las potencias europeas. En este apartado, con diferencia el más voluminoso del corto ensayo, Chomsky establece un diálogo entre los conflictos que el anarquismo sufrió durante la Guerra Civil y los debates de fondo entre las diferentes ramas del movimiento obrero que usa para poner las bases del libro en el primer capítulo.

Emilio o el triunfo de la confederación

El último apartado de la obra, seguramente la culminación de la reflexión que Chomsky ofrece Sobre el anarquismo, es una charla sobre la relación entre lengua y libertad en que el profesor emérito del MIT concreta una tesis que establece a lo largo del libro: las ideas en el núcleo del proyecto anarquista son, en realidad, las que establece y toma como suyas el proyecto de la Ilustración, llevadas hasta el máximo de sus potencialidades. Al inicio de esta reflexión, el pensador dialoga con el Discurso sobre los orígenes de la desigualdad de Jean Jacques Rousseau, así como con consideraciones cartesianas y kantianas, para acabar estableciendo un debate con la obra de Wilhelm von Humboldt, uno de los "pensadores más estimulantes de su época".

El mismo Chomsky reconoce, para empezar, que Humboldt se ha convertido en uno de los autores de referencia de la parte más éticamente republicana del conservadurismo de su país – algo que responde no a las mismas ideas del autor, sino a una mala lectura de estas, si no a una ausencia total de esta lectura, según el filadelfino. Como establece el autor berlinés, "la incapacidad para ejercer la libertad solo puede deberse de en una carencia de capacidad moral e intelectual; potenciar esta capacidad es la única manera de suplir esta carencia". ¿Cuáles son, encuentra Chomsky, las herramientas para potenciar esta capacidad? Según el autor, en el mismo Humboldt se encuentran las pistas para observar que una garantía material del desarrollo de la libertad es indispensable para este; y que el trabajo asalariado como modo único de subsistencia, como el que se establece bajo el modo de producción capitalista, es, de hecho, contrario a la libertad. "El jornalero que cuida de un huerto es su amo en un sentido más verdadero que el zángano indolente que degusta sus frutos (...) el trabajo que no surge del libre albedrío no se lleva a cabo con energías verdaderamente humanas, sino con exactitud mecánica".

El trabajo teórico de Chomsky, como establece en el cierre de Sobre el anarquismo, no es más que la pata teórica que necesita la praxis social y política. Tal como establece al inicio del libro, el espontaneísmo que los socialistas critican a la tradición libertaria es en realidad una crítica a la falta de jerarquíes; en cuanto que ninguna iniciativa popular nace de la nada, sino de años de "reflexión y acción" que hacen que una iniciativa o movilización tome un sentido concreto. "Ambas cosas – concluye Chomsky – tienen que progresar tanto como sea posible, a espera del día en que la investigación teórica acontezca una guía fiable para la lucha por la libertad y por la justicia social".

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