A Snapchat con la corbata a la cabeza

Finalmente me he abierto una cuenta de Snapchat. Me ha pasado una cosa similar al que me pasó hace unos años con Facebook: resistencia a ultranza inicial para acabar claudicant con dignidad. El proceso siempre es el mismo: aparece una nueva red social, los amigos te hablan día sí día también —esta es diferente—, desarrollas anticuerpos —ya soy de Twitter—, un día le ves alguna pequeña gracia, te das cuenta que toda resistencia es fútil, y finalmente te registres. Una más hasta que llegue la cercana.

Snapchat es una aplicación de mensajería basada en snaps (instantáneas) —fotos o vídeos hechos al momento con el móvil— que podemos compartir con nuestros contactos, que sólo verán un solo golpe o, si lo decidimos, tantos cómo quieran durante las 24 horas siguientes. A partir de entonces los snaps desaparecen por siempre jamás.

Snapchat nació como un proyecto de la mano de dos estudiantes de poco más de 20 años a la universidad de Stanford (por qué todo sale de Stanford?) el 2011 y tiene en su haber 150 millones de usuarios mensuales —supera Twitter—, uno no a una oferta de 3.000millones de dólares de Facebook y otro no a una de 4.000 de Google. He visto poca gente de20 años con las ideas tan claras.

Pero el gran mérito de Snapchat rae en el hecho que aquello que se publica tiene caducidad. La aplicación trata los momentos como el que son: experiencias personales que eventualmente queremos compartir pero que nunca volveremos a vivir y que no hay que guardar, porque el objetivo no es revivirlas sino vivir de nuevas. Esta carencia de traza en nuestra huella digital hace que la gente se desinhiba a la hora de enviar los snaps.

Snapchat es la suma de la espontaneidad de Twitter, la privacidad de Whatsapp y el lenguaje visual de Instagram, pero con un total más grande que la suma de las partes que da como resultado una nueva manera de explicar historias; la de la generación que ha venido al mundo con un móvil bajo el brazo.

Los de la generación Z —la generación selfie o como quered decir de los natos a finales de los 1990—, son no sólo los usuarios naturales de Snapchat sino que son también quienes deciden ningún donde va la red con el uso que hacen. No es extraño que los últimos resultados de ComScore den que en los EE.UU. el 69% de los usuarios de Snapchat tengan entre 18 y 24 años. Una fiesta.

Hace dos años la empresa facturó unos 60 millones de dólares que podrían ser 1.000 este año. Pero la fama cuesta y Snapchat podría estar pagando el precio de su propio éxito: los adultos lo están empezando a utilizar.

Sólo hay una cosa que provoque más vértigo que leer "Ta madre te ha pedido amistad" a Facebook; leer "Ta madre te ha añadido" a Snapchat, y según comentarios a Twitter de hijos angustiados -a Snapchat se borrarían- este fenómeno va en aumento. Los datos de ComScore también confirman esta tendencia: ya son más del 14% los usuarios mayores de 35 años cuando hace dos años sólo eran el 2%.

A Snapchat he visto amigos que han hecho enrojolar sus hijos, directivos de empresa perder los papeles y famosos filmándose mientras duermen, todo con la seguridad que los da el hecho de saber que un golpe ver por sus parientes y conocidos aquello desaparece.

Snapchat empieza ya a ser una fiesta donde los adultos también se divierten, una fiesta que según como vaya puede acabar siendo como un baile de casamiento, donde cuando llega la hora en que los grandes hacen la conga —corbata a la cabeza y los pantalones arremangats— la juventud ya empieza a ensartar hacia la discoteca más cercana.
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