Cambio climático: siempre nos quedará París

Me he interesado por el cambio climático desde que, a la Cumbre de Rio del 1992, se firmó el convenio para hacer frente. Todas las reuniones intergubernamentales sobre esta crítica cuestión, incluida la haguda en París estos últimos días, derivan de aquel acto primigenio. A lo largo de estos 25 años, se han generado algunos momentos de gran esperanza –como el protocolo de Kyoto del 1997, el primer compromiso de los países industrializados de reducir sus emisiones– y muchos de frustración –desde el incumplimiento del protocolo por buena parte de sus signatarios a la reiterada incapacidad de formular nuevos objetivos que incidieran realmente en el problema.

La lectura superficial de los acuerdos de París insinúa una voluntad de pasar hoja y abordar con más determinación el gran reto global de nuestros tiempos. Una lectura más profunda introduce la duda de si el envoltorio no es demasiado aparatós para el contenido real del programa adoptado. Los recelos creados por los comportamientos erráticos y, en todo caso, alejados de las declaraciones oficiales que han practicado muchos países hace temer una repetición de las malas experiencias vividas: grandes anuncios sobre el papel, pero pocas acciones efectivas sobre las causas y las consecuencias del calentamiento planetario.

Hay, en mi opinión, tres cuestiones de fondos que son fundamentales: Primero. Como resolver las ansias de desarrollo de un mundo en que las desigualdades son enormes –entre países y dentro de los países– sin disponer de una fuente de energía tan barata como los combustibles fósiles o la madera?

Segundo. Como gestionar las presiones y los intereses de los grandes conglomerados y las grandes fortunas ligadas a la explotación de los combustibles fósiles?

Tercero. Como garantizar que un acuerdo basado en una ingente cantidad de decisors –estados, administraciones locales, empresas, individuos...– funcione con suficiente coherencia y bastante ritmo para lograr los resultados?

Ninguno de estos puntos ha sido abordado de una manera bastante profunda y con propuestas de actuación bastante incisivas para poder creer que realmente se los dará el tumbo. Por eso, entre la esperanza y el escepticismo, me decanto más por este último. Y, desde esta posición y asumiendo que Cataluña tiene que cumplir con su parte alícuota de responsabilidad en la lucha global contra el cambio climático, sostengo que nuestra prioridad tiene que ser la adaptación: nos hay que tener muy claras las actuaciones necesarias para adaptar la economía de nuestro país a un escenario climático derivado de un aumento superior a dos grados de la temperatura mediana del planeta.

Esta tendría que ser una prioridad de las políticas económicas y de infraestructuras de los próximos años. Y un gran espacio de colaboración publicoprivada. Siempre nos quedará París, la GOLPE 21. Nos puede quedar como la evocación nostálgica de la última gran oportunidad perdida o como el recuerdo alegre del definitivo punto de inflexión. El tiempo lo dirá. En todo caso, para los catalanes, tendría que acontecer la referencia de nuestro compromiso efectivo para hacer frente a los efectos del calentamiento global y situar nuestra sociedad y, sobre todo, nuestra economía en una condición de gran resiliencia climática. Este es nuestro verdadero reto.
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