EINF, más allá del cumplimiento normativo

En 2021 se cumplen tres años de la entrada en vigor de la Ley 11/2018 en materia de información no financiera y diversidad en España que obliga a presentar a las empresas un informe detallado con los principales datos en materia de información relacionada con el modelo de negocio, aspectos medioambientales, cuestiones relativas al personal, los derechos humanos y la lucha contra la corrupción y el soborno, el Estado de Información no Financiera (EINF).

Hasta la fecha, la obligación únicamente ha sido de aplicación para aquellas compañías de gran tamaño que cumplieran una serie de requisitos relacionados con su fuerza laboral, el importe neto de la cifra de negocio y las partidas de su activo, si bien desde enero de este año, la obligación de presentar este informe se amplía al ámbito de las compañías a partir de 250 empleados, lo que, en la práctica, supone abrir el abanico a buena parte del tejido de la mediana empresa.

Más allá de la gran empresa, el desconocimiento de esta ley resulta todavía evidente, situación que se agrava por la inexistencia de sistemas internos de reporte que dificulta la recopilación de la información precisa ya de por sí muy heterogénea que aplica a distintos departamentos.

Del mismo modo que para la información financiera se precisa de una estructura definida, hay que tener en cuenta que para el EINF se requiere también de un conocimiento previo de los estándares de indicadores clave que puedan ser generalmente aplicados y que cumplan con las directrices de la Comisión Europea en esta materia, así como con los estándares de Global Reporting Initiative.

La sostenibilidad no es solo una cuestión de reputación. La sociedad y los inversores demandan ya actuaciones socialmente responsables medibles y reales

En 2019 la Asamblea General de Naciones Unidas declaró 2021 como el Año Internacional de la Economía Creativa para el Desarrollo Sostenible. Tal y como se explica en la resolución de la ONU, la economía creativa se fundamenta “en actividades económicas basadas en el conocimiento y la interacción entre la creatividad humana y las ideas, el conocimiento y la tecnología, así como los valores culturales o el patrimonio artístico y cultural y otras expresiones creativas individuales o colectivas”.

El concepto inversión de impacto o de impacto social puso hace años de manifiesto que el objetivo social o medioambiental no está reñido con la rentabilidad, habiendo convertido la sostenibilidad en un eje de la actividad de carácter transversal en las empresas. En concreto, a partir de la anterior crisis económica y financiera del 2008, el Banco Mundial emitió los primeros bonos verdes, momento en el que la inversión responsable empezó a ser un buen negocio. Las inversiones de impacto tienen que actuar y cumplir, por consenso, al menos uno de los 17 objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas, que abarcan desde el cambio climático, la desigualdad económica, la innovación, el consumo sostenible, la paz, y la justicia, entre otras prioridades.  Las oportunidades de negocio y la rentabilidad no están reñidas con la responsabilidad corporativa y la conciencia social.

La pandemia del COVID 19 ha devastado y roto los cimientos de aquello que dábamos por garantizado y seguro en la sociedad, poniendo en evidencia la vulnerabilidad de los seres humanos, pero también nuestra capacidad de reacción. En este nuevo contexto, la colaboración ha resultado ser la única manera de dar respuesta a la crítica situación mundial.

Las políticas de recuperación han incrementado el interés por los proyectos de economía sostenible y por la denominada inversión responsable

Ante ello, podríamos pensar que los objetivos de desarrollo sostenible quedarían relegados a un segundo plano, puesto que las empresas centrarían sus esfuerzos en abordar la gestión de la crisis sin precedentes. Sin embargo, me inclino a creer y, así lo corroboran los expertos y artículos especializados, todo lo contrario. Creo que sobrevivirán las empresas que estén alineadas con esta nueva realidad, aquellas que aporten soluciones a las necesidades de la sociedad, recuperando las cuestiones sociales el protagonismo. Y la evidencia es que hoy las políticas de recuperación y los fondos Next Generation de la UE han incrementado exponencialmente el interés por los proyectos empresariales de economía sostenible y por la denominada inversión responsable.

En este sentido, el EINF es algo más que Compliance, va más allá de la obligatoriedad normativa. La sostenibilidad no es solo una cuestión de reputación. La sociedad y los inversores demandan ya actuaciones socialmente responsables medibles y reales. Son muchos los ejemplos en este sentido. Y el Estado de Información no Financiera es una oportunidad para que las empresas sean absolutamente conscientes de su desempeño en sostenibilidad; parafraseando al físico y matemático británico William Thomson Kelvin, quien a finales del siglo XIX enseñaba a sus alumnos lo siguiente: “Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada.”

No desaprovechemos esta oportunidad. El EINF nos aporta un conocimiento certero de la situación de nuestra compañía, con una medición clara y precisa. Un primer paso muy valioso para poder incorporar a posteriori valores relacionados con la sostenibilidad, la diversidad, el cumplimiento de los derechos humanos y el buen gobierno corporativo.

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