El gran reto de nuestra generación

Cada vez parece más evidente que el modelo económico que ha imperado a lo largo del último siglo está en fase terminal. La potencia del cambio tecnológico que estamos experimentando col·lideix frontalmente con un sistema económico que no es capaz de interpretar las implicaciones de esta revolución del conocimiento. El que veremos en los próximos años tiene unas dimensiones que cuestan de entender: la web, un sistema eminentemente pasivo, se convertirá en un sistema nervioso activo que tomará decisiones de forma autónoma, regido por algoritmos de inteligencia artificial.

La Internet de las Cosas expandirá este sistema nervioso a todo objeto físico. Los automóviles serán un subsistema de movilidad de la Internet de las Cosas. Y los robots entrarán de forma masiva en la estructura productiva de la economía y en la dimensión social de las personas.

Para entendernos, si hasta ahora hemos buscado datos en Internet, en poco tiempo pasaremos a hacer preguntas, a través de voz. En lugar de buscar información, por ejemplo, sobre un país o sobre un determinado hotel para ir de vacaciones, nuestro PC nos emitirá un informe personalizado de acuerdo con nuestro histórico de viajes, nuestra renta, nuestra salud, nuestra propensión al riesgo y nuestra estructura familiar, entre muchas otras cosas. La productividad en la gestión de la información crecerá exponencialmente.

De forma similar a como por ejemplo disponemos de espacios web con información propia, dispondremos de espacios virtuales con inteligencia propia, que lo sabrán todo de nosotros: dónde hemos sido, qué preferencias culturales, gastronómicas o artísticas tenemos, nuestros informes médicos, nuestras cuentas financieras y nuestro perfil psicológico. Con algo más de tiempo, estos sistemas serán autónomos: ya no esperarán que se los pedimos, sino que de forma proactiva nos aconsejarán.

Recibiremos sugerencias autónomas, de nuestro cerebro electrónico particular, sobre qué destinos escoger para ir de vacaciones, qué proyectos profesionales son los mejores, donde poner nuestros ahorros o qué amigos nos convienen. Y esto es aplicable en el mundo del trabajo: sistemas de Inteligencia Artificial tomarán decisiones de estrategia, desarrollo de producto, recursos humanos y finanzas, sustituyendo directivos profesionales. O examinarán informes médicos para diagnosticar enfermedades y decidir las mejores terapias a estas. O tomarán el control de nuestros vehículos, que dejarán de ser "nuestros" y se convertirán en servicios de movilidad (robotaxis). Incluso las máquinas empiezan a ser capaces de hacer investigación científica, induciendo leyes físicas a partir de la observación de fenómenos. Las máquinas pueden sustituir operarios, transportistas, médicos, directivos y científicos.

No es ciencia-ficción: el punto de inflexión ya se dio el 2008 con el estallido de la última gran crisis financiera. La tecnología está tomando una dirección como la descrita, pero el sistema económico y financiero reacciona de forma errática. Nos tenemos que empezar a mentalitzar, y preparar el mundo por un nuevo paradigma en el cual las máquinas puedan hacer gran parte del trabajo de las personas, y entender el trabajo como algo inherente a las máquinas, no a las personas.

Para abordar el nuevo escenario, tenemos que impulsar con fuerza el cambio tecnológico, a la vez que pensamos profundamente en sus implicaciones económicas, políticas, sociales y filosóficas. El presidente Obama empezó a hacerlo, a la reciente conferencia Frontiers, organizada por la Casa Blanca, precisamente para reflexionar sobre todo esto. Tendríamos que empezar a pensar seriamente en sistemas sociales tendentes a proporcionar rentas básicas universales (que sustituyan todos los sistemas preexistentes: desde las moribundas pensiones en las costosas redes públicas asistenciales de todo tipos). Tenemos que pensar en grande, pues, la tecnología nos permitiría vivir en un mundo de abundancia, idílico, pero bajo un nuevo paradigma (el fin del trabajo tal como lo entendemos) que se tiene que rediseñar de arriba abajo. Este es el verdadero reto de nuestra generación.

La alternativa: la desigualdad extrema. Dejar que el viejo mundo muera agònicament, sin que el nuevo acabe de emerger. Y, en la transición, seguir aferrados a un pasado que ya no volverá, soñar en tiempos gloriosos, y dejar que se nos cuelen Trumps y Brexits por las grietas de la gran crisis organizativa que está sufriendo nuestro sistema.
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