El país tiene que decir sí al modelo agrario que tiene

La estructura agraria de Cataluña es básicamente de agricultura familiar, según datos del 2013, de 59.097 explotaciones, 52.823 cuentan con la mano de obra de los familiares: 93.289 personas. Se trata mayoritariamente de explotaciones de pequeña y mediana dimensión. La renta agraria acumula una bajada del 39% en términos constantes, entre el 2001 y el 2015. En 20 años se han perdido 21.477 explotaciones familiares, puesto que el 1993 había 74.300.

Si la agricultura en nuestro país se basa en la empresa familiar agraria, la cual es garantía de una ocupación equilibrada del territorio y de la gestión del medio natural, hace falta una apuesta de país para defenderla. La pérdida de explotaciones a lo largo de los últimos años es una mengua del equilibrio territorial de Cataluña. Pero, además, lamina la base de la economía que tiene en el sector agroalimentario el motor económico. Este motor que incluye industria y distribución sería un gigante con pies de barro sin el sector productor primario, que él solo facturó 4.310 millones de euros el 2015.

Una visión política estratégica tendría que tomar partido por el sector productor primario, como signo de identidad y de cultura, sin ahorrar esfuerzos. La cocina catalana, que forma parte de la dieta mediterránea, se proyecta en el mundo y la actividad agraria configura el paisaje en un país pequeño donde se reúne la más amplia diversidad de producciones. De este relanzamiento se podría hacer bandera política.

La Marcha Labradora organizada por Unión de Labradores estos días interpela directamente Gobierno y sociedad. Queremos incorporar la Cataluña labradora al nuevo modelo de país? Entonces hay que implicarse para superar los retos que la ponen en cuestión: mercados en origen que no garantizan precios remuneradors, políticas de apoyo al desarrollo rural recortes, gestión ineficaz de la fauna salvaje, espacios agrarios desprotegidos y arbitrariedades administrativas respecto de las fincas agrarias y sus construcciones.

Contrariamente al que algunos piensan, el campesinado no está fuertemente subvencionada. El 2015 los precios representaron el 92% de los ingresos del sector agrario en Cataluña, mientras que el apoyo público se redujo al 8%. Los costes de producción suponen casi el 56% del valor de la producción. Por lo tanto, el sector se la juega, básicamente, a los mercados.

Hoy, los profesionales agrarios no siempre obtienen el fruto del trabajo cuando traen los productos al mercado y a menudo los precios en origen son muy bajos. El poder de negociación de los productores catalanes es limitado, sólo tres operadores comerciales (Carrefour, Mercadona, Caprabo-Eroski) en Cataluña concentran cerca del 50% de la oferta comercial, y la agroindústria también está muy concentrada en sectores como la leche, el vino, el aceite de oliva y la carne de conejo.

Una política que se quiera defensora del modelo agrario de Cataluña tiene que asegurar la justicia y la equidad en el comercio y la distribución de los productos agroalimentarios, tiene que apoyar al desarrollo rural con una buena gestión de los fondos europeos, tiene que preservar por ley el espacio agrario y establecer un plan sectorial agrario, y tiene que hacer una buena gestión del medio natural contando con uno de sus principales actores: el campesinado.
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