Es la hora de innovar para competir

No hay ninguna duda que las empresas españolas, y especialmente las catalanas, han afrontado con éxito el reto de la exportación. La necesidad convertida en virtud ha traído a las empresas a abrirse a nuevos mercados. Han preparado la maleta y, con más ilusión que convicción, han mostrado sus productos a todos aquellos que han podido llegar. El resultado es bien conocido, en los primeros 8 meses del 2013 las exportaciones españolas han crecido un 6,6% respecto al mismo periodo de 2012, logrando la cifra recuerdo de 155.798 millones de euros. Un crecimiento interanual todavía más significativo si se contextualiza en el conjunto de la Unión Europea, donde las exportaciones han crecido sólo un 0,7%; o a la eurozona que crecieron un 0,6%.

Es cierto que el importante incremento de las exportaciones reside en gran parte en las grandes empresas multinacionales, lo explica la ICEX, al indicar que si bien son casi 100 mil las empresas responsables de la cifra recuerdo de las exportaciones, casi el 50% del total es ejecutado por poco más de 200 empresas, un 0,2% del total. Una cifró pero que no poco esconder la tarea efectuada por las PYMES, mercedes a una mejor accesibilidad en los países emergentes, y el incremento de su competitividad, originada por la bajada de los costes fruto de la devaluación interna.

Ahora bien, siendo cierto el papel de las PYMES, también lo es que estas han salido a vender el que antes venían al Estado. En su incursión en los mercados globales, la competencia se ha fundamentado básicamente en el coste, una estrategia que tiene fecha de caducidad. Es por estos motivos que las empresas han iniciado procesos encaminadas a incorporar, en su cartera de productos, elementos que se los permitan competir por valor; actuaciones que desgraciadamente se desarrollan sin políticas de espaldarazo y sin la requerida atención por parte de aquellos que tienen la responsabilidad de facilitar y espolear los procesos de innovación. Es en el anterior contexto, en el que el pasado mes de septiembre, un compañero de los estudios de ingeniería me pidió que lo ayudara en un proceso de innovación en producto, que su empresa había iniciado. El objetivo del proceso no era otro que consolidar su incipiente presencia en los mercados europeos, compitiendo en valor en lugar de precio. Lógicamente acepté su solicitud, entre otros razones, porque el proceso para innovar en producto había sido concebido en régimen abierto (open innovation), un hecho nuevo por las empresas pequeñas y medias catalanas, y que no se puede minimizar ni menystenir.

La selección de propuestas que se recibieron cumplían los requisitos formales. Definían con claridad que se quería hacer, y las razones por las cuales era requerido hacerlo. En segundo lugar, concretaban a quien iba dirigido, y qué eran las limitaciones de entorno existentes. A partir de estos dos aspectos anteriores, las 3 propuestas recibidas explicaban en detalle su solución; es decir, las características del producto que proponían fabricar y distribuir en los mercados europeos. También explicaban las características socio-económicas de los potenciales clientes, detallando sus ubicaciones y volúmenes. En tercer lugar, las memorias presentadas explicaban los potenciales riesgos y como afrontarlos y gestionarlos; en cuarto lugar, efectuaba un análisis de la competencia, las iniciativas o productos similares, y qué competencia latente o emergente podía surgir. Las propuestas realmente estaban muy presentadas, y respondían plenamente a todos los aspectos asociados a las cuestiones anteriores. Ahora bien, omitían qué aportaba de innovador el producto propuesto, y en qué medida era una innovación creativa o evolutiva, pensado con criterios del usuario final. La no concreción de qué era esta capacidad innovadora del producto hizo que no fuera aceptada ninguno de las 3 propuestas y fuera reabierto el proceso de open innovation. Se tenía la impresión que, si bien eran innovaciones por la empresa pensante en los mercados, eran soluciones de ayer más que propuestas por el mañana.

Ciertamente la clave para competir a largo plazo reside al saber ver "el que los otros no ven", al saber "escuchar los ruidos débiles del entorno que marcan el venidero", y un golpe identificados al diseñar productos que, mediante un proceso innovador, aporten solución a la demanda explicita o implícita de los mercados. Innovación que reside en el saber, al disponer de personas con capacidad innata de observar e interrelacionar, y con la metodología aprendida, que posibilita analizar, sintetizar, y proponer soluciones.

No hay duda, los mercados globales con legislaciones asimétricas obligan en los países que han logrado altos niveles de bienestar, a competir por valor. Las empresas lo saben y por este motivo requieren la capacidad creativa de los diseñadores, combinada con la cooperación intersectorial, el concurso de los centros de investigación con el fin de aprovechar el progreso técnico y científico, y las capacidades de la industria. Actuar para hacerlo posible, tendría que acontecer uno de los retos de aquellos que tienen la máxima responsabilidad de configurar un ecosistema de progreso, si se quiere continuar creciente con presencia internacional, el cual no es nada más que mantener ahora, y crear en un futuro cercano puestos de trabajo, en definitiva salir de la crisis.

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