Formarse o desaparecer

En un mundo inmerso en una auténtica revolución digital, resulta incuestionable pensar que el sector de la formación sufrirá, como tantos otros, grandes cambios. Las necesidades de formación de los profesionales crecerán de forma exponencial en los años que vienen, dado que es y seguirá siendo la única manera de garantizar la competitividad de la empresa y, no nos engañamos, de un mismo.

El que es evidente es que en un futuro, de hecho ya casi presente, los programas formativos exigirán un acercamiento todavía más profundo a la necesidad real de la organización y del individuo. Ya no sólo se tratará de transmitir conocimientos, sino que tendrán que ser auténticos programas de apoyo a la estrategia (del negocio o personal), mucho más intensivos en tiempos, sumamente ceñidos a la necesidad que se quiere cubrir y, por lo tanto, aplicables el día siguiente de su finalización.

Porque, seamos sinceros, nadie puede poner en entredicho que la tecnología transformará la mayoría de los lugares de trabajo actuales. Se han hecho pruebas con éxito en callo centers en que las respuestas dadas por una máquina eran más muy valoradas que las dadas por personas con años de experiencia. Es un hecho contrastado que la conducción automática de vehículos será una realidad en nuestras calles y por lo tanto aplicaciones innovadoras y de éxito como Uber quedarán sorprendentemente desfasadas: taxistas, transportistas, maquinistas... tendrán que buscar nuevas salidas profesionales. La industria de impresión en 3D apunta a ser una verdadera transformación de los sectores productivos y de las cadenas logísticas. El futuro de agentes de bolsa, traductores, intermediarios y, incluso, médicos está en entredicho cuando la tecnología acabe madurando. Lugares de trabajo todos ellos que tendrán que cambiar y mutar inevitablemente y por los que la formación será la principal respuesta.

Una formación que por otro lado, como decía, tendrá que transformarse y mejorar. Ya no se trata sólo de ver si la realidad virtual podrá sustituir al profesor de toda la vida, sino que el diseño de la experiencia formativa tiene que ser eficaz y útil para ayudar a hacer frente a esta revolución.

Un buen ejemplo de experiencia formativa de impacto lo encontramos en el Máster de Alto Rendimiento Directivo que realiza EADA junto con el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat, donde más allá del conocimiento en contenidos, se trabaja el crecimiento del directivo de una manera holística y completa añadiendo aspectos como la meditación, el ejercicio físico, la dieta... En definitiva ayudándolo a trabajar mejor, a ser más eficiente y afrontar el cambio de forma inteligente.

También es un buen ejemplo el Management Development Programme que desarrolla la Unión Empresarial de la Anoia, con la colaboración de EADA Business School, el Campus de la UPC y el Ayuntamiento de Igualada. El enfoque innovador del programa, además de formar, acompañar y transformar a las personas que participan, pretende impulsar acciones estratégicas de impacto directo para las organizaciones que representan. El mejor resumen lo ilustró perfectamente uno de sus participantes en la cena de conclusión: "Con este programa me he dado cuenta que no se trataba sólo de formarse, sino que he aprendido a ser valiendo para que este conocimiento se transformara en decisiones estratégicas de impacto inmediato por el negocio y por mi carrera profesional".

Y es que, nos guste o no, la revolución digital en la cual apenas estamos entrante, no permite ninguna más opción. La incertidumbre del entorno, la presión de la competencia de siempre y nueva (quién podía pensar que Amazon que va empezando venden libros acabaría compitiendo con empresas que venden piezas de coche?) y el cambio constante, tan apasionando cómo estresando, exigen el máximo de todos y cada uno de los profesionales de una organización.

Por este motivo, la formación acontece una de las claves más importantes para garantizar el futuro, ya no sólo de la empresa sino de la valía profesional de un mismo.
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