La divergencia entre macro y micro

Las últimas semanas, conjuntamente a la grave crisis económica y humanitaria que vive Grecia y las noticias relativas en el omnipresente proceso hacia el 27S que condiciona muchos debates y actuaciones, los buenos datos y los mensajes eufóricos, relativos a la economía española, se han ido sucediendo.

El PIB crece rondando el 3% y puede acabar el año liderando el crecimiento de la Unión Europea; los impuestos disminuyen sin comprometer teóricamente la recaudación; los tests de estrés de los bancos alejan la preocupación por el sistema financiero el cual empieza a ofrecer crédito, aunque tímidamente, si bien a tipo de interés altísimos considerando el precio del dinero; las exportaciones en general, y muy especialmente las catalanas, nuevamente baten récords; se crea ocupación; el consumo crece del mismo modo que la renta disponible de las familias (casi un 13% en el 1r trimestre según el Banco de España).

Incluso, algunos consideran que la eventual salida de Grecia de la zona euro sería 'digerible' y que los 30.000 millones de euros comprometidos por el Estado no impedirían continuar en la senda positiva.

Esta mejora continuada de las magnitudes macroeconómicas y los ligeros pero perceptibles síntomas de mejora de la economía real, la percibida por las familias y cada uno de nosotros, ha evidenciado una doble y divergente percepción entre la ciudadanía que no percibe la mejora económica y la que se desprende de las declaraciones cargadas de optimismo de los responsables económicos de las Administraciones y de los organismos privados de análisis y prospectiva.

Constatar la divergencia existente entre los datos macroeconómicos, y las afirmaciones asociadas, con la situación de la sociedad que se caracteriza por bajo nivel de ocupación, alta tasa de paro, creación de puestos de trabajo con baja necesidad de capital intelectual y, en muchos casos, salarios desajustado al coste de la vida me hizo recordar una frase de Karen Anderssen (persona de origen nórdico arraigada en el Vallès) que hace unos días afirmaba "las palabras nos dan la pauta ... pero, ¿qué hay de las buenas accionas?".

Sin duda la frase es muy oportuna para reflejar el sentimiento de angustia y preocupación por el presente y el futuro que muchas personas tienen del momento actual. Un periodo caracterizado por los enormes desajustos entre las palabras, en muchos casos no exentas de demagogia, y la realidad cotidiana, la cual requiere, de forma imprescindible, incrementar las políticas sociales, potenciar la dotación de capital humano del país (una de las más bajas de Europa), vertebrar un modelo económico robusto y capaz de competir en los mercados globales para ser altamente productivo, aportando productos de alto valor e innovadores, huyendo consecuentemente de la competencia fundamentada en productos y servicios de low coste.

La divergencia de percepción entre la ciudadanía y los 'expertos' económicos no puede ser omitida ni menystinguda en los análisis y escenarios de futuro, especialmente porque en gran parte la recuperación ha sido fruto de la devaluación interna, del enorme esfuerzo y sacrificio efectuado por los ciudadanos, y de la capacidad creciente de las PYMES de ajustar sus procesos productivos para mejorar la competitividad y abriéndose a los mercados internacionales.

Negar la mejora económica sería faltar a la verdad pero en este incipiente inicio de la recuperación es imprescindible asumir y tomar medidas para recuperar los presupuestos de formación, ajustar las infraestructuras, asegurar la salud y combatir la exclusión social, dotar nuevamente el reducido e insuficiente fondo de pensiones, desplegar políticas de alcance en cuanto a innovación, puesto que su ausencia no sólo resta capacidad competitiva a la economía español, también frena el crecimiento de la industria, auténtica palanca en la cual nos tendríamos que apoyar para crear masivamente ocupación estable y de calidad.

En la línea de la necesidad de mejorar la competitividad también hay que recordar que el Estado español ocupa la posición 36 de los 144 países analizados en el informe The Global Competitiveness Report 2014-2015 y que el peso de la ocupación en la industria española es inferior en 9 puntos al del 2007, una disminución que lidera el ranking de los países con mayor descenso de la Unión Europea (el 27% al 17,8% de la ocupación total), un dato a tener muy presente, puesto que a pesar de que en nivel absoluto el VAB de la Industria Catalana superó en 2014 el de 2017, gracias básicamente a la mejora de la productividad, evidencia que la política industrial todavía no ha conseguido su potenciación y consecuentemente la creación de puestos de trabajo, y sin crear puestos de trabajo estables, sin dar salida a los centenares de millers universitarios, que ven cerradas las puertas de su futuro, el venidero es imposible.

Cataluña y el Estado afrontan el verano con la mirada puesta en el otoño, unos meses que serán claves para dibujar el venidero. Los políticos, o ciudadanos acontecidos políticos, desgranarán sus propuestas, con demasiada frecuencia propuestas a la contra, y nos hablarán del futuro si en ellos se los hacemos confianza. Unas propuestas que tenemos que escuchar, analizar y evaluar pero, sean quienes sean, nuestro análisis tiene que considerar que no es admisible las divergencias estructurales entre la macroeconomía y la microeconomía, puesto que cuando estas se dan se evidencia la diferencia entre las palabras y los hechos, las rendijas entre unos y otras crecen, las sociedades se fragmentan y la fuerza colectiva se diluye.
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