La transformación digital no puede esperar

En las últimas semanas con los datos sobre pobreza, se ha reavivado el debate sobre los salarios, el déficit y la tasa de ocupación, un debate que permite constatar que en la actualidad trabajar no es garantía de dejar de ser pobre, que el crecimiento económico no genera ni el trabajo suficiente, ni los lugares que se crean tienen las condiciones de seguridad y retribución requeridas según el coste de la vida y a los niveles otros países de la Unión. Un debate que incorpora, más con palabras que con políticas y actuaciones serias, la importancia de la Industria 4.0 como desllorigador de esta situación de precariedad laboral y carencia de trabajo.

Sin duda pocos son los que dudan que el futuro de la industria tiene que encuadrarse en fábricas inteligentes y estas se tienen que insertar en un marco de desarrollo económico que ha asumido en plenitud la digitalización. Ahora bien, el debate no puede esconder una doble realidad: La primera es que la industria 4.0 no es sólo robotizar las fábricas para manufacturar con más eficiencia todo aquello que ya se sabe hacer. Asegurarse el futuro de la organización y colaborar en el progreso social, creando ocupación cualificada y valor económico, obligar a visualizar, diseñar, fabricar y vender productos innovadores y encuadrados en la dinámica de la Internet de las Cosas y la computación en todo lugar y momento, es decir fabricar productos inteligentes, smart products.

Cuánto la segunda realidad, que no se obvia, es que la digitalización de nuestro sistema productivo se mucha baja. Un estudio de la Fundación por Esdi, elaborado al primer trimestre de 2016, indicaba que a la región metropolitana de Barcelona sólo un 30% de las empresas habían desarrollado, o estaban desarrollando, planes de digitalización y que la figura de responsable de desarrollo digital de la organización sólo es contemplaba a 1 de cada 5 empresas. De hecho, se tiene la impresión que se está perdiendo el tren de la digitalización y las oportunidades asociadas al observar que si bien el Estado español es la decimoquinta economía mundial, en cuanto a digitalización de su economía ocupa la posición 52.ª Talmente, es cómo si los órganos de decisión empresariales y políticos hubieran entendido que transformación digital es el que permite prestar servicios y producir productos más complejos, de más calidad y con más eficiencia por ahorro de costes.

Ha llegado el momento de actuar mirando el futuro y desterrar la precaución que evita arriesgarse al ser el primero al probar o cambiar. Que lo pruebe otro y yo lo haré después ya es historia en un mundo donde la obsolescencia ha acontecido omnipresente. Hace falta que todos entendamos que la digitalización no es sólo disponer de ordenadores, ni relacionarse con clientes por e-mail o tener presencia a las redes digitales, es establecer nuevas formas de producir, de distribuir, vender, mantener e innovar, de relacionarse con los clientes y de cooperación con proveedores.

Digitalizarse acontece imprescindible y hacerlo comporta aceptar que a menudo los equipos de las empresa no tienen los conocimientos requeridos, consecuentemente hay que incorporar talento y establecer alianzas, y que no se sabe cuantificar las ganancias de hacerlo y los sobrecostos que comporta no hacerlo. Ahora bien, hay que estar seguros que ninguna organización podrá afrontar los sobrecostos de no digitalizarse, puesto que estos más tarde o más temprano comportará inexorablemente la desaparición de la empresa por pérdida de competitividad.

Una digitalización que comporta a la vegada potenciar la capacidad innovadora en producto de las empresas, en este aspecto tenemos también mucho a mejorar, y a hacer, dado que la capacidad innovadora de los nuestro tejido productivo no es suficiente a menos que se establezcan mecanismos eficientes para asegurar la simbiosis entre el mon productivo y los centros de investigación y las Universidades.

Potenciar la transferencia de conocimiento, potenciando los centros tecnológicos e incentivando la cooperación acontece imprescindible, tan imprescindible como asumir en todos el niveles de decisión que la transformación digital no puede esperar y que las Administraciones asumen su rol de incentivarla, espolearla y hacerla posible.

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