La vida no es justa

Nadie ha dicho que la vida fuera justa. Aún así, nos merecemos nuestras uvas.

Crecí siendo la única chica de cuatro hermanos, pero nunca me trataron como la princesa de la familia. No tenía más derechos, ni privilegios ni más protección especial que los otros. Todos vamos recibir el mismo trato y si yo gritaba "me han picado!", mi madre decía: "Pues, vuélvete".

Como os podéis imaginar, me sentía muy discriminada. Cuando me lamentaba, mi madre me decía: "Nadie ha dicho nunca que la vida fuera justa". Ella no me daba ninguna sabiduría adicional ni me decía qué hacer, simplemente afirmaba que, de hecho, nadie había dicho nunca que la vida fuera justa. Eso sí, no me dejaba que me quejara. En nuestra casa los gemidos se cortaban rápidamente con: "Deja de quejarte y haz algo al respecto!"

Con el tiempo, aprendí que la injusticia no estaba limitada a mi círculo familiar, amigos o escuela, sino que había una injusticia sistemática y establecida en nuestras comunidades

Así que cuando sentía que me trataban injustamente, sabía que podía: ignorarlo, aceptarlo, tolerarlo, criticarlo o intentar cambiarlo. Cuando podía, me sublevaba física o figuradamente. Defendía el que creía cuando era necesario. Aprendí a aprovechar el hecho de que tenía tres hermanos que siempre me apoyaban. A pesar de que les gustaba tratarme de manera injusta, en ningún caso toleraban que los otros lo hicieran.

Con el tiempo, aprendí que la injusticia no estaba limitada a mi círculo familiar, amigos o escuela, sino que había una injusticia sistemática y establecida en nuestras comunidades. Y no hay casi nada que una chica sola pueda hacer al respeto. Cuando fui más mayor, decidí que sí que había una cosa que podía hacer. Podía ayudar a concienciar a la gente sobre las desigualdades, los obstáculos, la discriminación, los prejuicios inconscientes y los abusos que recibimos las mujeres solo por el hecho de ser mujeres. Esperaba que esta concienciación provocara un cambio.

A lo largo de los años, yo fui colaborando con varias organizaciones que trabajaban para hacer visible las injusticias. También intentaba reclutar más hermanos como los míos para apoyar a las mujeres. Hablaba con padres porque ellos siempre quieren el mejor futuro para sus hijas y sus hijos. Leía artículos y estudios para interiorizar teorías y hechos. Cada oportunidad que tenía para explicar las desigualdades de género, yo aportaba información concreta. Nada de quejas.

Cuando llegué a la misma edad que tenía mi madre cuando me decía que la vida era injusta, me paré a evaluar el nivel de cambios de nuestra sociedad. La triste verdad es que hemos tardado cien años en llegar donde estamos hoy y los estudios demuestran que harán falta todavía cien años más para llegar a una sociedad más "justa e igualitaria".

Hemos tardado cien años en llegar donde estamos hoy y los estudios demuestran que harán falta todavía cien años más para llegar a una sociedad más "justa e igualitaria"

Con esta realidad dejé de hacer de altavoz y decidí concentrar mi tiempo y energía en ayudar mis hijos a prepararlos para la vida que los tocaría vivir. En cuanto a mi hijo, quería que entendiera las desigualdades que existen y que defendiera a las mujeres cuando hiciera falta. Y para mis hijas, el objetivo era desarrollar las habilidades que necesitarían para vivir una vida que no es justa. Si no puedo ayudar a hacer cambios en la sociedad al menos que mis hijos estén preparados.

Ahora, el hecho de que cambié de luchar a enseñar, no quiere decir que acepto todo como es, o que no me afecta tanto como antes. Al contrario, las injusticias siempre me hacen daño. Y así es cómo me sentía cuando mi hijo me envió un clip de una charla TED con un vídeo de monos capuchinos.

La charla explica un ensayo donde monos hacen una tarea que consiste en dar una piedra a la supervisora de la maceta. Si lo hacen correctamente recibirán una compensación en forma de comida. El pago estándar es un trocito insípido de pepino, pero la recompensa premium, más sabrosa y deseable, es un grano de uva. Hacía años que había leído este estudio y sabía que a los monos tampoco se los gustan nada las desigualdades. Pero una cosa era haber leído la información y otra es ver las reacciones instintivas de los capuchinos. Es sorpresivo, divertido y profundamente triste a la vez. Os animo a todos a ver el vídeo, no para reír, sino porque es una muestra de nuestra visceral reacción emocional ante la injusticia sistemática.

Mientras todos los monos hacen el trabajo y todos reciben la misma comida se comportan todos igual. Cuando uno de los monos recibe el pepino y el otro la uva para hacer la misma tarea, el primero se enfada. Entonces, como la mayoría de las mujeres, mira su piedra para ver si realmente es una piedra pensando que quizás no está haciendo el mismo trabajo que el otra mona y que el problema es ella y no el sistema. Pero la piedra es real y el trabajo lo está haciendo correctamente. Ella recibe un pepino mientras su compañero recibe la preciada uva, por la misma piedra, el mismo trabajo.

"Nadie dijo nunca que la vida fuera justa. Porque no lo es. Aun así, siempre tenéis que luchar por vuestra uva"

Esta mona enseguida hace evidente su decepción y frustración mostrándole a su "jefa" exactamente qué piensa del pepino y la situación. Que es más que la mayoría de mujeres humanas hagamos o podemos hacer. Podemos llegar a pensar que es divertido ver cómo la mona golpea la jaula y lanza el pepino con rabia. Ahora bien, si una mujer hiciera lo mismo, no nos haría gracia, sino que seguramente pensaríamos que el problema lo tiene la mujer y no la supervisora.

Al final, lo único que la mona puede controlar de la situación es si acepta el pepino o si prefiere no tener nada. Es la misma decisión con la que las mujeres nos enfrentamos demasiado a menudo. A pesar de que un trocito de pepino puede parecer mejor que nada, no es justo. La mona lo sabe y nosotros también.

Cuando vi el vídeo por primera vez, me sentía mal por ella y por todas que sufren por injusticias sistemáticas. Me rompía el corazón y quería gritar: "Por favor, dadle la uva!". Pero no podía hacerlos darle la uva, como tampoco podía hacer que la gente tomara conciencia de las desigualdades e injusticias que no creen que existen. Y en este momento sentí la voz de mi madre diciendo, "no one ever said that life was fair."

Después de ver el vídeo, fui al supermercado. Para postres aquella noche había uva. Pero antes de dar la uva a mis hijas, expliqué: "Nadie dijo nunca que la vida fuera justa. Porque no lo es. Aun así, siempre tenéis que luchar por vuestra uva".

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