Mario Draghi y los límites del Banco Central

Mario Draghi volvió a cargar y disparar el bazuca la semana pasada. Concretamente, ha anunciado un recorte del tipo de interés básico de financiación de la eurozona (del 0,05% al 0%), una rebaja en la remuneración de las reservas monetarias que los bancos comerciales tienen depositados en el banco emisor (del -0,3% al -0,4%) y una ampliación del programa de compra de deuda (de 60.000 millones mensuales a 80.000), ampliado a partir de ahora con deuda de las empresas y no sólo de Estados o bancos.

Los depósitos bancarios en el Banco Central Europeo (BCE) se penalizarán con el -0,4% a partir de ahora. Esto significa que 1.000 euros se convertirán depués de un año en sólo 996 euros. Por lo tanto, el banco del cual somos clientes pagará para tener depositados el dinero en el banco central. Es una nueva medida radical en esta carrera desenfrenada hacia la apocalipsis financiera.

Desde el BCE y el conjunto de los otros bancos centrales, se va agotando la munición de la política monetaria ultraexpansiva. Primero fue la imposición de tipo de interés artificialmente bajos durante largos periodos de tiempos, con todos los efectos negativos que esto compuerta. Siguió la ronda de fabricación de moneda (quantitative easing) a través de la compra de deuda, mayoritariamente público, y la barra libre de liquidez a todos los bancos europeos que lo solicitaran (LTRO). En definitiva, financiación prácticamente ilimitada y gratuito por los dos socios privilegiados del Banco Central: el Estado y la Banca. La última medida desesperada del BCE ha sido la imposición de un tipo de interés negativo en los depósitos que las entidades financieras mantienen obligatoriamente en el banco central.

La retórica oficial, defendida por los economistas convencionales, es que la fabricación de moneda a coste cero reactivará la inversión, el consumo y, en última instancia, la economía. Y que la devaluación del euro estimulará las exportaciones a la vez que reducirá las importaciones. Y que de este modo tan sencilla, quién lo tenía que decir, se solucionarán todos los graves problemas. Esta explicación es falsa. La impresión de papel moneda no es ninguna panacea ni convierte las piedras en pan.

En anteriores artículos hemos explicado con detalle todos los efectos negativos que estas políticas generan. Provocan una incorrecta asignación del capital. El acceso sin restricciones a financiación a coste cero traerá inevitablemente a la acometida de masivas inversiones erróneas en los sectores más alejados del consumo (bienes de capital, construcción, fabricación de acero, minas de carbón...) que tendrán que ser, tarde o temprano, interrumpidas con grandes pérdidas. Se formarán burbujas financieras, endeudamiento galopando y minoración del ahorro, insolvencias bancarias (con rescates públicos), agravación de las diferencias sociales al castigar el pequeño ahorrativo y premiar el grande dilapidador de recursos...

El fracaso de esta política monetaria tan expansiva ha sido reconocido por el mismo Draghi, que en la comparecencia del jueves 10 de marzo recortó las previsiones de crecimiento del PIB a la eurozona por el 2016 y 2017, admitiendo también que no podrá cumplir con el objetivo de inflación prometido. Mario Draghi se ha quedado sin munición en el bazuca del BCE, después de haber disparado allá donde no hacía falta. Cómo responderá ahora a la próxima crisis? Saldrá el helicóptero del BCE para lanzar euros desde el cielo por toda la geografía europea?

El gobernador está desnudo, como el rey en el famoso cuento de Hans Christian Andersen, y los mercados se dan cuenta. Intereses negativos también presionan a la baja los débiles márgenes bancarios y añaden más tensión en la cuenta de resultados. Si las entidades financieras tienen que pagar al BCE para depositar las reservas bancarias y también el euríbor es negativo, no nos extrañamos que pronto nos trasladen a nosotros los intereses negativos. Las cuentas corrientes, en el clímax del surrealismo monetario, podrían soportar intereses negativos. En otras palabras, los clientes tendríamos que pagar para depositar nuestros ahorros en una entidad financiera. La medida sería equivalente a un nuevo impuesto (no votado en sede parlamentaria) que recaería sobre el dinero y los depósitos bancarios.

Desde las pomposes palabras de Draghi, el verano del 2012, que haría cualquier cosa para salvar el euro, no han pasado ni cuatro años. Podríamos pensar al menos que se ha aprovechado este tiempo para hacer los deberes allá donde hace falta, esto es, en términos de mejora de exportaciones, competitividad y reducción del paro? La respuesta es negativa. La ligera mejora de las exportaciones no proviene ni de la innovación ni de la calidad, sino de la artificial paridad del euro, que puede cambiar en cualquier momento. La reducción de las importaciones, en buena parte, se debe de a la gran bajada del precio del petróleo, hecho que puede cambiar con la apreciación del dólar (el crudo se paga en dólares). Por lo tanto, la mejora de la balanza comercial es transitoria.

Por otro lado, el paro baja por la disminución del número de personas que buscan trabajo, sea porque emigran o porque renuncian a seguir buscando trabajo. El que haría falta es reducir el paro haciendo aumentar la ocupación. Y no una ocupación temporal y precaria, sino los contratos indefinidos a tiempo completo (la suma de horas trabajadas por tres personas con contrato-barrería puede ser inferior a las horas de un solo contrato indefinido). Estas son las reformas necesarias y no las de impulso de la demanda o fabricación de moneda.

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