La semana pasada os expliqué que tanto en congresos como tiendas de discos de vinilo a menudo las joyas se encuentran en las caras B y era por eso que del MWC me interesaba poco la tecnología que se ve y mucho la que no se ve.
En general me preocupa poco el que hace la tecnología y me interesa mucho el que hacemos con la tecnología. La diferencia puede parecer sutil pero no lo es: la función última de un widget –físico o digital– se la damos en el momento de usarlo, y a menudo difiere de la del diseñador o el ingeniero que lo crearon.
Y quizás no nos damos cuenta pero esto lo hacemos cada día: usamos la pantalla de bloqueo del móvil como linterna –aunque el móvil tenga–, utilizamos Google como diccionario en caso de duda ortográfica y sabemos abrir mensajes de Whatsapp sin que nuestro interlocutor se entere. Haced conversar un niño de primaria con la Siri del móvil y veréis un trailer del futuro.
La tecnología nos propone soluciones a problemas que o bien aceptamos claves en mano o adaptamos de acuerdo con nuestra experiencia y necesidades individuales. Un golpe resueltos estos problemas y basándonos en las soluciones que nos ha dado, le planteamos nuevos requerimientos y el ciclo vuelve a empezar. Spotify, Netflix o Twitter serían ejemplos de este proceso iterativo.
Utilizar una tecnología de una manera para la cual no ha sido diseñada inicialmente es el que se conoce como un hack. A pesar de ser un neologismo reciente proveniente del inglés, de hackers ha habido toda la vida, todos conocemos y todos hemos sido en un momento u otro.
Un hack muy común de cuando yo era pequeño eran los papeles de diario que ma madre ponía en tierra un golpe rozado el piso, y un hacker que cambió el mundo fue en Manuel Jalón Corominas que en 1964 va hackejar un trapo con un bastón –o al revés, no lo sé– e inventó la fregona. Otro hacker ilustre fue Enric Bernat que pensó que un bastón pinchado en un caramelo sería una buena idea porque los niños no se ensuciaran a la hora de comer. Picasso va hackejar las leyes de la perspectiva, Einstein las del tiempo, Dalí las de la percepción y Rosa Parks las del color.
Un agradecimiento eterno a todos ellos y en especial a nuestras madres.
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