Tres reflexiones a raíz de la crisis de Volkswagen

Del trucaje informático de los motores de Volkswagen se ha hablado y se hablará tan extensamente que no paga la pena ni de plantear el caso. Cualquier lector está ampliamente informado. Y corresponderá a las diferentes autoridades de imponer las sanciones que toque y a la empresa de dar las explicaciones y, sobre todo, de adoptar las medidas oportunas para recuperar el buen nombre y la confianza de los clientes y de la sociedad en general.

Además de este aspecto nuclear del problema, paga la pena de coger más perspectiva e interrogarse sobre algunas cuestiones que, en mi opinión, son más de fondos. En querría apuntar tres, casi telegráficamente. Empezamos por la notoria perplejidad de la empresa ante la situación. No disimulan: los ha estallado una bomba de relojería que no tenían controlada. Esto no exime de ninguna responsabilidad, está claro, pero ayuda a situarla en contexto. El choque emocional surge del radical contraste entre el concepto arraigado de empresa industrial alemana y unos hechos absolutamente incompatibles con este concepto.

La cuestión de fondo es si esta admirada versión de la industria continúa existiendo o si la incorporación de valores más ligados al neoliberalismo la han desvirtuado. Cuando una empresa queda atrapada en la ilógica de maximizar beneficios en el plazo más corto posible, la cultura industrial se agrieta y puede anidar, aunque sea de forma aislada, el espíritu de todo se vale para cumplir los objetivos marcados. Podría ser que la industria alemana haya emprendido, incluso inadvertidament, este camino? Obviamente, la dimensión gigantesca de la empresa facilitaría la ocultación de estas prácticas nocivas.

Un segundo aspecto que vale la pena de considerar es la reacción de las instituciones públicas. En Alemania, han combinado la exigencia de aclaraciones con una decidida intención de evitar que el comportamiento de Volkswagen deteriore gravemente el prestigio del país. En cambio, el Gobierno español ha actuado barroerament, con criterios erráticos y con más preocupación por la imagen electoral que para velar porque las fábricas del grupo presentes en Navarra y en Cataluña no sufran más de la cuenta y puedan mantener al máximo las inversiones programadas.

La creación repentina de una innecesaria comisión de seguimiento, el aseguramiento por escrito de las ayudas a las inversiones que se habrían dado igualmente sin esta crisis, las filtraciones de reuniones que se habían celebrado con discreción... han contribuido a problematitzar todavía más el caso. Es evidente que el Gobierno español no comprende la economía industrial ni tiene mucho interés a aprender. En Cataluña, las cosas se han hecho con más sensatez. Desgraciadamente, las herramientas con que cuenta nuestra recortada autonomía son escasas y estamos en manso de las decisiones de Madrid.

Finalmente, me ha neguitejat la rapidez con que la Comisión Europea ha autorizado que los vehículos con motor diesel puedan contaminar el doble del fijado por la norma sin incurrir en sanción. Hace la impresión que aceptan que el incumplimiento puede ser generalizado. La cuestión de fondo, pero, no es tanto si incumplen sino si pueden cumplir. Dedo de otro modo: Hemos fijado unos límites de emisión que son tecnológicamente alcanzables a unos precios razonables? La modificación del acuerdo pone en entredicho una respuesta afirmativa. Y la defensa de la calidad del aire no se puede basar en el establecimiento de unos estándares inabarcables en los plazos acordados. Tendríamos que estar seguros que exigimos aquello que es exigible porque, de lo contrario, seríamos inductors indirectas de las trampas.

En resumen, la crisis de Volkswagen nos tendría que servir para debatir sobre la pérdida de la cultura industrial, sobre el rol de las administraciones en este tipo de crisis y sobre los criterios para determinar los progresos ambientales a atènyer. Las conclusiones no nos servirían para resolver el problema que tenemos ahora, pero nos ayudarían a evitar otros semblantes en el futuro.
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