Opinión

La costillada de Sitges

El país tiene tendencia a organizar parrilladas. Siempre ha sido así. Cuando yo era pequeño las de Les Planes tenían mucho nombre y se hacían los fines de semana, con un gran éxito. El tema venía de lejos y siempre mantuvieron una reputación legendaria incluso fuera del área geográfica barcelonesa. Aquella fiesta semanal perdió fuerza hace años. Y si ahora tiene lugar lo hace de manera muy residual. Como digo, siempre nos han gustado este tipo de fiestas irreflexivas. En Vida de Manolo -el divertidísimo e instructivo libro de Pla sobre el escultor Manolo Hugué-, se nos explica cómo, a finales del siglo XIX, en el patio de butacas de determinados teatros de Barcelona ¡incluso se habían llegado a organizar caracoladas! A pesar de mantener un primitivismo evidente, este tipo de festejos se han ido refinando. A veces a golpes, otras de manera evolutiva. Ahora las parrilladas adoptan maneras diferentes. Y una de las más adornadas es la que anualmente organizaba el  en Sitges. Sin ánimo de escandalizar a nadie -no como lo pretendió Santiago Rusiñol cuando se instaló- sino más bien al contrario. Quiero decir que la ya tradicional costellada de Sitges tiende a sostener un ambiente y unas maneras de carácter tópico y bienpensante.

Queda lejos el espíritu renovador -revolucionario, si consideramos los aires que corrían- que motivó a la fundación del (1958). El estrecho vínculo entre empresarios e intelectuales dio unos frutos valiosísimos. La intención fue introducir en la economía española una permanente influencia europeísta aprovechando las nuevas regulaciones que se esperaban del Plan de Estabilización guiado por el profesor Joan Sardà Dexeus y otros. La estrecha relación del Cercle con toda esta gente -una evidente y promiscua relación enormemente productiva- fue decisiva para la modernización de la economía española, ergo, catalana. Aquellos señores ayudaron a explicar y a preparar las bases para ser europeos. Si hemos aprendido, o no, es otra cosa.

La vocación originaria del se pervirtió, como tantas otras cosas, con la Transición

Ahora todo parecería indicar que, en cuanto a la economía -y también en otros muchos aspectos- nadie nos tenga que explicar cómo ser europeos. O cómo serlo a la manera de aquellos que han conseguido una Unión Europea evolucionada y que evita tantas desgracias. Yo creo, aún así, que la manera de comportarnos en cuanto a los principios básicos de cómo hacer negocios en Europa todavía es raquítica e hispánica (no saber idiomas, gritar en exceso, ser impuntual, poco productivos, querer exprimir los negocios sin visión a largo, desconsiderar el bien común, exceso de oportunismo, relaciones aberrantes con el poder político, etc.).

Tengo algún que otro amigo que ha sido miembro del Cercle. La mayoría se han dado de baja. La vocación originaria del Cercle se pervirtió, como tantas otras cosas, con la Transición. Yo diría que con la desaparición de Carles Ferrer Salat desapareció una manera de hacer país económico muy característica -esta combinación de intelectualidad y emprendimiento se vino irremediablemente abajo-. El debilitamiento de la sociedad civil es un hecho que ha tenido lugar de manera evidente. Y solo hace falta que observen a quién da cabida en conferencias, encuentros, premios, etc., el Cercle para observar que la aproximación al poder político no se lleva a cabo con la vocación originaria -coordinarse discretamente para producir una mejor gobernanza pública-, sino que todo el mundo pretende sacar rédito publicitario. Unos para sus intereses económicos más inmediatos, otros por pura vanidad. El caso es que parrilladas como la del Cercle sirven, principalmente, para aquello que antes se llamaba fer el merda.

El país continúa huérfano de alguien que hable con responsabilidad en nombre de su clase empresarial y productiva. Y que influya positivamente. No sirve ninguna de las organizaciones institucionalizadas por la Transición (Foment del Treball y otras ad latere) que se han convertido -a pesar de las intenciones del señor Ferrer Salat- en puros funcionarios que viven de la bicoca subvencionadora del gobierno español. Y tampoco sirven tantas privadas que, en nombre del interés común, uno se da cuenta de que solo pretenden acercarse al poder político para sacar algún provecho particular. Claro que el nivel del políticos no da para demasiado diálogo intelectual. La realidad es que los intentos de organizar algo serio han fracasado, y el país se resiente. Cualquier país se resentiría.